viernes, 23 de febrero de 2018

La conspiración del azúcar


Foto: iStock.
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 Fuente: El Confidencial

Durante el último cuarto de siglo, diversas investigaciones han revelado cómo grandes empresas del tabaco y del petróleo, se han entrometido en las investigaciones científicas para ocultar los peligros de sus productos. No es nada nuevo. Con el azúcar también. Es un hecho demostrado que investigadores prominentes respaldados por la industria en la década de 1960 restaron importancia o suprimieron evidencias que identificaban el azúcar como una de las principales causas de enfermedades cardíacas.

La conspiración del azúcar se destapa en septiembre de 2016, cuando la revista de la Asociación Médica Estadounidense publica un artículo en el que un grupo de profesores de la Universidad de San Francisco se hace eco del descubrimiento de una serie de documentos internos de la industria alimentaria, los cuales desvelan que en los años sesenta la Sugar Research Foundation (SRF, la actual Sugar Associaton) pagó 6.500 dólares de la época (aproximadamente 48.900 hoy en día) en secreto a tres científicos especializados en nutrición de Harvard para minimizar las pruebas que vinculan el azúcar con las afecciones coronarias.

Es una historia larga y compleja que se remonta al inicio de los años 40, cuando la Fundación Rockefeller remuneró con 100.000 dólares (1,6 millones actuales) a la Universidad de Harvard para la creación de una unidad científica especializada en nutrición -llamada Nutrition Foundation- ante la preocupación médica generada por el abultado porcentaje de muertes a causa de problemas cardíacos, que después de la Segunda Guerra Mundial llegaba al 40%. Los tiempos exigían una respuesta científica a estos problemas, que los funcionarios de la salud americanos vieron como una clara amenaza para la productividad económica del país y las aptitudes militares de sus habitantes.

Un nuevo artículo publicado en la revista 'Science' resuelve ahora las incógnitas de uno de los grandes complots del siglo pasado, a la vez que profundiza en cada uno de los detalles que envuelven el caso. En dicho artículo, encontramos la lucha de un científico un tanto olvidado, John Yudkin, para demostrar sus teorías sobre el azúcar de cara a la reducción de los ataques de corazón entre la población mundial. Sus investigaciones le llevaron al conflicto con las grandes asociaciones de nutrición del gobierno estadounidense y, posteriormente, al silenciamiento de sus ideas y proyectos que alertaban sobre los problemas del consumo de azúcar entre la población.

John Yudkin: la primera sospecha

En la década de los años 40, Ancel Keys, un eminente fisiólogo de Harvard, creía que la prevención de un ataque cardíaco debía comenzar con una dieta baja en grasas. Para entonces, muchos enfermos de corazón poseían altos niveles de colesterol en sangre y los datos reflejaban que las muertes coronarias entre las poblaciones europeas habían descendido al ser privadas de alimentos grasos de origen animal.

En 1950, los nutricionistas de Harvard examinaron el volumen de lípidos en sangre de 15.000 trabajadores de docenas de empresas, así como diversos estudios sobre el colesterol en las sociedades guatemalteca, costarricense y nigeriana. El gran detonante fue un hecho político de gran envergadura: la muerte del presidente Eisenhower en 1955 por un ataque al corazón. Este acontecimiento hizo que la comunidad científica adoptase la creencia de que el colesterol era el principal causante de los infartos y demás enfermedades cardiovasculares. Es así como desde las principales revistas y medios de comunicación los expertos empezaron a alertar a la población de los graves riesgos para la salud que conllevaba una dieta alta en grasas.

En 1960 se instauró un nuevo paradigma que aseguraba que los altos niveles de colesterol se podían reducir al reemplazar “grasas animales saturadas” por aceites vegetales. La Asociación Estadounidense del Corazón (AHA), con el prestigioso médico Fred Stare a la cabeza, recomendó que los “propensos a sufrir problemas de corazón” considerasen limitar la ingesta de alimentos como "la leche entera, la mantequilla y la carne”.
Formado en bioquímica y medicina al igual que Stare, John Yudkin había sido profesor de nutrición en la Universidad de Londres desde 1946. Yudkin entró de lleno en los debates que relacionaban los problemas cardíacos con la dieta en un documento de 1957 en el que ya se atrevió a desafiar las teorías dominantes sobre que los países que consumían más grasas tenían las más altas tasas de mortalidad coronaria. Pero, ¿cómo comenzó a sospechar del azúcar?

La lectura de un estudio en el que se analizaban las muertes cardíacas de pacientes que hicieron una transición de una dieta basada en grasas cárnicas a otra rica en azúcar fue una de las razones que le hizo sospechar y poner el foco en los alimentos altos en glucosa. En 1964 realizó un estudio que evaluó el consumo de azúcar de 25 hombres sin cardiopatías conocidas y al encontrar una diferencia significativa, Yudkin propuso en el periódico 'The Lancet' que “las personas que tomaban mucho azúcar, por ejemplo en su café” eran “mucho más propensas a sufrir un infarto que las personas que tomaban poco”.

La publicación formó un gran revuelo entre la comunidad científica y mediática. Varias cartas al editor del medio alertaron sobre la ausencia de factores de riesgo, como el tabaquismo o el peso corporal. Pero la hipótesis formulada por Yudkin atrajo una atención especial de la prensa y los editoriales.

La batalla por el azúcar y la grasa

A pesar de no ser respaldado por la gran mayoría de sus colegas científicos, Yudkin continuó recopilando pruebas que relacionaran directamente los niveles de azúcar con las afecciones cardíacas. Con el objetivo de amplificar sus ideas, poderosas entidades comerciales se alinearon con su proyecto, y en 1966 el médico afirmó estar recibiendo 25.000 libras al año de “los grandes fabricantes de alimentos”. 

Entre las acciones que llevó a cabo, una fue legitimar científicamente la promoción de un desayuno con alto contenido proteínico, organizado en 1966 por la British Egg Marketing Board. Para el Día Internacional de la Leche, se unió al National Dairy Council con el objetivo de publicitar sus investigaciones que demostraban “la importancia de tomar leche antes de las bebidas alcohólicas”, un lema que más tarde desarrollaría la industria láctea para reducir los accidentes de tráfico. 

Las críticas no tardarían en llegar. “Considero a Yudkin una amenaza y un impedimento para una buena política sobre nutrición”, escribió Hegsted, uno de los principales científicos de Stare pagados por Harvard. La industria azucarera convocó un panel de consultores de enfermedades del corazón y el Instituto Nacional de Salud (NIH) animó a no seguir la doctrina de Yudkin ya que “aunque los científicos británicos son críticos con su teoría, la prensa está interesada en él”.

Estos estudios financiados con fondos públicos, junto con otras críticas contundentes, marcaron el comienzo del final de las ideas de Yudkin. En 1971, decidió retirarse y comenzó a escribir un libro en el que resumía su trabajo de investigación. Sus detractores, apoyados todavía en la teoría de la grasa, también salieron decepcionados porque el NIH se negó a financiar el ensayo definitivo para demostrar sus hipótesis. 

La nutrición se convirtió en un tema de acalorada discusión pública durante la década de 1970. Un informe titulado 'Dietary Goals for the United States' publicado en 1977 concluyó que la alimentación sana de los ciudadanos pasaba por el bajo consumo de sustancias grasas, mencionando la teoría de Yudkin solo de pasada. Redactado por el comité del Senado de los Estados Unidos, pero editado en su mayoría por Hagsted, el discípulo de Stare, recomendaron una reducción del 40% en el consumo de azúcar solamente para la prevención de las caries y de la diabetes.

Como hemos visto, en los años 60 la relación entre grasa en la dieta y los problemas cardíacos prevaleció sobre la teoría del azúcar, desarrollada por un pequeño número de investigadores como Yudkin. Sus afirmaciones fueron vistas como débiles y antagónicas, especialmente por la coalición de científicos vinculados a los proyectos gubernamentales del Instituto Nacional y la Asociación Estadounidense del Corazón.

sábado, 10 de febrero de 2018

"El lenguaje lo sufre todo", artículo de Álex Grijelmo

 

 

Fuente: El País
Autor: Alex Grijelmo*

Da la sensación de que ciertos partidos están señalando tanto lo que desean, que acaban concentrados en su propio dedo

La lengua española lleva mucho tiempo siendo torturada por la política, para ver si así confiesa sus culpas. La Constitución ya forzó el término “nacionalidades” en aras del consenso; pero nadie dice “este año ha nevado mucho en mi nacionalidad”. A eso se unió la bienintencionada decisión de suprimir del castellano los topónimos tradicionales de Cataluña (ojo: los tradicionales, no los inventados por el franquismo), y decimos “Girona” y “Lleida” mientras los catalanohablantes siguen mencionando, legítimamente, “Saragossa”, “Lleó”, “Conca”, “Terol”… Los eufemismos se suman a esa tortura; y a ellos se añaden, con opuesta voluntad, las duplicaciones de género o la conversión de epicenos en femeninos (ahora “portavoces y portavozas”).

La solidaridad al contemplar los problemas de la mujer lleva a muchos ciudadanos a decir “la jueza” y “las juezas”. Esa a que marca el femenino no añade información, pero denota la intención ideológica de fondo; y es comprensible.

Esta corriente, por cierto, ha mostrado gran interés en “jueza” o “concejala”, pero ninguno en otros femeninos igualmente posibles, como “corresponsala”, “estudianta” o “ujiera”; al tiempo que desdeña las duplicaciones de las que sí dispone el idioma, como “poeta” y “poetisa”, pues se pretende unificar en “poeta” las dos alternativas y usar una sola forma para los dos géneros, justo lo contrario de lo que pasa con “juez” y “jueza”.

La insistente campaña duplicadora ha contribuido, sí, a formar una conciencia general. Pero incluso las más exitosas campañas publicitarias caducan algún día y son retiradas para no cansar al público y resultar contraproducentes. De hecho, la machacona duplicación del género (si fuera esporádica y más simbólica en un discurso se digeriría mejor) agota seguramente a muchas personas, y tal vez les hace pensar si no se atenta ya contra su inteligencia cuando alguien dice “los diputados y las diputadas de mi grupo”; porque todos los españoles saben que los grupos están formados por diputados y diputadas, y la duplicación parece decirles que no se han enterado.

Del mismo modo, la frase “fui a una boda y no dejé de gritar vivan los novios” activa de inmediato la imagen de un hombre y una mujer que se casan, pero ahí sí sería necesario advertir de que los contrayentes eran por ejemplo un novio… y un novio. No se puede pensar en la aplicación de la lengua sin reflexionar también sobre cómo los contextos compartidos (y cambiantes) influyen en los mensajes.

Ciertos partidos hacen tanto hincapié en el léxico que, a fuerza de mirar el escaparate de su lenguaje, olvidamos lo que se debería despachar en su mostrador: leyes que mejoren la vida de las mujeres y anulen la brecha salarial, dotaciones contra la desigualdad, más servicios sociales...

Ésas son las iniciativas que hacen falta. Ahora bien, requieren capacidad de pacto entre fuerzas afines que puedan formar mayorías para sacar adelante las soluciones. Pero da la sensación de que esos partidos están señalando tanto lo que desean, que acaban concentrados, ellos mismos, en su propio dedo.

*Alex Grijelmo, vocal en la Comisión de Modernización del Lenguaje Jurídico,  es el autor del libro "Defensa apasionada del idioma español", obra amena que engancha desde la primera página y cuya lectura debería ser obligatoria en todas las escuelas.

Podéis leer un extracto del libro aquí