jueves, 1 de marzo de 2018

Sobre la privatización del agua. “Las guerras del agua”, de José Luis Hernández




Las guerras del agua


Recientemente se ha aprobado en el ayuntamiento gomero de Valle Gran Rey una interesante moción por la que se ha acordado rendir tributo a las mujeres y hombres que en los años 40, en pleno régimen franquista, se alzaron contra la injusticia y protagonizaron una de las paginas más brillantes de la historia de esa isla en la conocida como “la guerra del agua” y que tuvo un tributo de muertes, torturas, cárcel y represión.

En toda la Isla tradicionalmente el agua tenía un carácter comunitario y se repartía por un sistema de dulas. La Guardia Civil, para defender los intereses de los grandes propietarios que querían apropiarse del control del agua, se enfrentó a tiros con un pueblo indefenso pero unido y alzado para defender este bien tan preciado que era fundamental para su subsistencia. 

Con el paso del tiempo y como consecuencia de la hegemonía de las ideologías neoliberales, en muchos municipios del Estado español, sin disparar un solo tiro y a otra escala, los mismos poderes que representaban a aquellos grandes propietarios, han acabado haciéndose con el control del agua de abasto por medio de la privatización de este servicio indispensable para la vida y el bienestar de las personas. 

Ahora el uso de la fuerza bruta no es necesaria; fruto de la hegemonía política se ha acudido a la legislación para facilitar que empresas privadas, casi siempre grandes multinacionales, se hagan con el control de los beneficios que la gestión del agua reporta. 

En el Estado Español, desde mediados de los 90 , se viene desarrollando una auténtica batalla jurídica entre dos grandes sectores: por un lado el de quienes defendemos que el agua es un bien imprescindible para el desarrollo humano y por tanto tiene que quedar fuera de las concepciones puramente mercantilistas y por otro el de quienes ven en su gestión un ingente caladero de negocio. 

Como quiera que la ley reguladora de las haciendas locales, en su artículo 20, parecía proteger a este servicio de quienes solo piensan con la lógica de la avaricia, se desata una controversia jurídica que trata de cuestionar esa protección por la vía de las interpretaciones más o menos laxas que favorecieran la privatización. 

El campo de batalla se centraba en la naturaleza jurídica de las contraprestaciones de los servicios públicos en los casos en los que se realizan por medio de concesión y en la consideración que debería tener su cobro. Si se hacía mediante una tasa era casi imposible el lucro desmedido, puesto que esta figura tributaria se rige por los principios de equivalencia (el pago que realice por el servicio debe ser como máximo lo equivalente al coste) y por el de capacidad económica (se tendrá en cuenta y se ajustará a la capacidad económica de las personas a las que se aplica). Si se hacía mediante una tarifa o precio público, dejaría de estar bajo el paraguas del derecho público, pasando al privado y por tanto se podía cobrar tan por encima del coste real como se quisiera. 

Las hostilidades para que las multinacionales pudiesen hincar el diente a este servicio se desatan a mediados de los años noventa y se centran en la interpretación de la reserva de ley que se recoge en el artículo 31.3 de la Constitución Española (“Solo podrán establecerse prestaciones personales o patrimoniales de carácter público con arreglo a la ley”). El Tribunal Constitucional, mediante la sentencia 185/1995 interpreta ese artículo sentenciando que “la coactividad es la nota distintiva fundamental del concepto de prestación patrimonial de carácter público”, frenando las pretensiones de las multinacionales y a sus valedores en la política. 

Posteriormente, la Ley General Tributaria de 2003 ( artículo 2) y una sentencia del Tribunal Supremo de 12 de noviembre de 2009, reafirman que el cobro mediante tasas no debe estar vinculado a la forma de gestión del servicio público, siempre que se siga manteniendo esta titularidad (“La forma de gestión del servicio no afecta a la naturaleza de la prestación, siempre que su titularidad siga siendo pública, como sucede en los supuestos de concesión”). 

La tregua pasajera la rompe el legislador en 2011 con la Ley 2/2011, de 4 de marzo, de Economía Sostenible. Mediante la disposición final 58ª se eliminan las salvaguardas contenidas en el artículo 2 de la Ley General Tributaria como forma de dar vía libre al cobro del servicio de agua de abasto al margen del derecho público. Una vez más el poder político se ponía al servicio de las multinacionales en detrimento de los intereses de la población. 

Sin embargo, cuatro años más tarde el poder judicial, mediante sentencia del Tribunal Supremo de 23 de noviembre de 2015, sienta jurisprudencia y rebate el posicionamiento del legislativo ( “La forma gestora es irrelevante para delimitar el ámbito de aplicación de las tasas y lo esencial es determinar si estamos ante prestaciones coactivas por servicios de carácter obligatorio, indispensables o monopolísticos”). 

También existe acuerdo en que debe prevalecer el criterio del TS en el Informe de la Comisión de Expertos para la Revisión del Modelo de Financiación Local, presentado en julio de 2017, elaborado por diez personalidades de reconocido prestigio y que representan a todo el espectro ideológico del Estado. 

Como era previsible, los sectores políticos que están en esto para defender los intereses de las minorías y siempre al servicio del poder económico, no iban a permanecer de brazos cruzados. Así, mediante un vergonzoso informe firmado el 20 de mayo de 2017, la Secretaría de Estado de Hacienda contradice la doctrina del TS , aportando un balón de oxigeno a los ayuntamientos que han privatizado servicios y que están cómodos con el ingente negocio de las multinacionales, sobre todo de las que se han hecho con buena parte de los servicios del agua de abasto en todo el Estado. 

El último capítulo de esta guerra también lo ha protagonizado el legislativo. En la tramitación de la novedosa Ley 9/2017, de Contratos del Sector Público, que entrará en vigor el 9 de marzo de 2018, se permitió que Francesc Homs, diputado catalán del grupo mixto, introdujera una enmienda, plasmada en la disposición final duodécima, que vuelve a contradecir la doctrina del TS e implica la modificación de la Ley Reguladora de las Haciendas Locales, añadiendo un nuevo apartado a su artículo 20 para permitir que las prestaciones de importantes servicios públicos sean consideradas como “prestaciones patrimoniales de carácter público no tributario” si se ofrecen de forma directa por una sociedad privada o mediante gestión indirecta. 

Se vuelve a legislar en favor de los intereses económicos de las multinacionales para que servicios como el del agua de abasto se puedan tarifar como precio público y no como tasa.

Este nuevo movimiento del legislativo controlado por el Partido Popular y acordado con los denostados “catalanes”, no es la batalla final, pues existen razonables dudas sobre su constitucionalidad. No hay garantías de que se respete la reserva de ley establecida en el artículo 31.3 de la Constitución y para muchos expertos también hay dudas de que este tipo de prestaciones se puedan calificar como “no tributarias”, puesto que la sentencia 102/2005 del Tribunal Constitucional, en un recurso sobre el cobro de los servicios portuarios, vino a dictaminar que “son tributos, con independencia de que los denominados servicios portuarios sean prestados por la Autoridad portuaria de forma directa o indirecta”. 

En 1947 el pueblo de Valle Gran Rey ganó “la guerra del agua” y se mantuvo el control público sobre este recurso. Ahora tampoco consideramos perdida esta nueva guerra del agua que se libra en infinidad de municipios de todo el Estado, porque los sectores mayoritarios de la sociedad no vamos a permanecer impasibles permitiendo que prevalezca sobre el interés general la imposición de los intereses del capitalismo global.

José Luis Hernández (Concejal de Unid@s se puede. La Laguna)

La Laguna, 28 de febrero de 2018




viernes, 23 de febrero de 2018

La conspiración del azúcar


Foto: iStock.
Foto: iStock.

 Fuente: El Confidencial

Durante el último cuarto de siglo, diversas investigaciones han revelado cómo grandes empresas del tabaco y del petróleo, se han entrometido en las investigaciones científicas para ocultar los peligros de sus productos. No es nada nuevo. Con el azúcar también. Es un hecho demostrado que investigadores prominentes respaldados por la industria en la década de 1960 restaron importancia o suprimieron evidencias que identificaban el azúcar como una de las principales causas de enfermedades cardíacas.

La conspiración del azúcar se destapa en septiembre de 2016, cuando la revista de la Asociación Médica Estadounidense publica un artículo en el que un grupo de profesores de la Universidad de San Francisco se hace eco del descubrimiento de una serie de documentos internos de la industria alimentaria, los cuales desvelan que en los años sesenta la Sugar Research Foundation (SRF, la actual Sugar Associaton) pagó 6.500 dólares de la época (aproximadamente 48.900 hoy en día) en secreto a tres científicos especializados en nutrición de Harvard para minimizar las pruebas que vinculan el azúcar con las afecciones coronarias.

Es una historia larga y compleja que se remonta al inicio de los años 40, cuando la Fundación Rockefeller remuneró con 100.000 dólares (1,6 millones actuales) a la Universidad de Harvard para la creación de una unidad científica especializada en nutrición -llamada Nutrition Foundation- ante la preocupación médica generada por el abultado porcentaje de muertes a causa de problemas cardíacos, que después de la Segunda Guerra Mundial llegaba al 40%. Los tiempos exigían una respuesta científica a estos problemas, que los funcionarios de la salud americanos vieron como una clara amenaza para la productividad económica del país y las aptitudes militares de sus habitantes.

Un nuevo artículo publicado en la revista 'Science' resuelve ahora las incógnitas de uno de los grandes complots del siglo pasado, a la vez que profundiza en cada uno de los detalles que envuelven el caso. En dicho artículo, encontramos la lucha de un científico un tanto olvidado, John Yudkin, para demostrar sus teorías sobre el azúcar de cara a la reducción de los ataques de corazón entre la población mundial. Sus investigaciones le llevaron al conflicto con las grandes asociaciones de nutrición del gobierno estadounidense y, posteriormente, al silenciamiento de sus ideas y proyectos que alertaban sobre los problemas del consumo de azúcar entre la población.

John Yudkin: la primera sospecha

En la década de los años 40, Ancel Keys, un eminente fisiólogo de Harvard, creía que la prevención de un ataque cardíaco debía comenzar con una dieta baja en grasas. Para entonces, muchos enfermos de corazón poseían altos niveles de colesterol en sangre y los datos reflejaban que las muertes coronarias entre las poblaciones europeas habían descendido al ser privadas de alimentos grasos de origen animal.

En 1950, los nutricionistas de Harvard examinaron el volumen de lípidos en sangre de 15.000 trabajadores de docenas de empresas, así como diversos estudios sobre el colesterol en las sociedades guatemalteca, costarricense y nigeriana. El gran detonante fue un hecho político de gran envergadura: la muerte del presidente Eisenhower en 1955 por un ataque al corazón. Este acontecimiento hizo que la comunidad científica adoptase la creencia de que el colesterol era el principal causante de los infartos y demás enfermedades cardiovasculares. Es así como desde las principales revistas y medios de comunicación los expertos empezaron a alertar a la población de los graves riesgos para la salud que conllevaba una dieta alta en grasas.

En 1960 se instauró un nuevo paradigma que aseguraba que los altos niveles de colesterol se podían reducir al reemplazar “grasas animales saturadas” por aceites vegetales. La Asociación Estadounidense del Corazón (AHA), con el prestigioso médico Fred Stare a la cabeza, recomendó que los “propensos a sufrir problemas de corazón” considerasen limitar la ingesta de alimentos como "la leche entera, la mantequilla y la carne”.
Formado en bioquímica y medicina al igual que Stare, John Yudkin había sido profesor de nutrición en la Universidad de Londres desde 1946. Yudkin entró de lleno en los debates que relacionaban los problemas cardíacos con la dieta en un documento de 1957 en el que ya se atrevió a desafiar las teorías dominantes sobre que los países que consumían más grasas tenían las más altas tasas de mortalidad coronaria. Pero, ¿cómo comenzó a sospechar del azúcar?

La lectura de un estudio en el que se analizaban las muertes cardíacas de pacientes que hicieron una transición de una dieta basada en grasas cárnicas a otra rica en azúcar fue una de las razones que le hizo sospechar y poner el foco en los alimentos altos en glucosa. En 1964 realizó un estudio que evaluó el consumo de azúcar de 25 hombres sin cardiopatías conocidas y al encontrar una diferencia significativa, Yudkin propuso en el periódico 'The Lancet' que “las personas que tomaban mucho azúcar, por ejemplo en su café” eran “mucho más propensas a sufrir un infarto que las personas que tomaban poco”.

La publicación formó un gran revuelo entre la comunidad científica y mediática. Varias cartas al editor del medio alertaron sobre la ausencia de factores de riesgo, como el tabaquismo o el peso corporal. Pero la hipótesis formulada por Yudkin atrajo una atención especial de la prensa y los editoriales.

La batalla por el azúcar y la grasa

A pesar de no ser respaldado por la gran mayoría de sus colegas científicos, Yudkin continuó recopilando pruebas que relacionaran directamente los niveles de azúcar con las afecciones cardíacas. Con el objetivo de amplificar sus ideas, poderosas entidades comerciales se alinearon con su proyecto, y en 1966 el médico afirmó estar recibiendo 25.000 libras al año de “los grandes fabricantes de alimentos”. 

Entre las acciones que llevó a cabo, una fue legitimar científicamente la promoción de un desayuno con alto contenido proteínico, organizado en 1966 por la British Egg Marketing Board. Para el Día Internacional de la Leche, se unió al National Dairy Council con el objetivo de publicitar sus investigaciones que demostraban “la importancia de tomar leche antes de las bebidas alcohólicas”, un lema que más tarde desarrollaría la industria láctea para reducir los accidentes de tráfico. 

Las críticas no tardarían en llegar. “Considero a Yudkin una amenaza y un impedimento para una buena política sobre nutrición”, escribió Hegsted, uno de los principales científicos de Stare pagados por Harvard. La industria azucarera convocó un panel de consultores de enfermedades del corazón y el Instituto Nacional de Salud (NIH) animó a no seguir la doctrina de Yudkin ya que “aunque los científicos británicos son críticos con su teoría, la prensa está interesada en él”.

Estos estudios financiados con fondos públicos, junto con otras críticas contundentes, marcaron el comienzo del final de las ideas de Yudkin. En 1971, decidió retirarse y comenzó a escribir un libro en el que resumía su trabajo de investigación. Sus detractores, apoyados todavía en la teoría de la grasa, también salieron decepcionados porque el NIH se negó a financiar el ensayo definitivo para demostrar sus hipótesis. 

La nutrición se convirtió en un tema de acalorada discusión pública durante la década de 1970. Un informe titulado 'Dietary Goals for the United States' publicado en 1977 concluyó que la alimentación sana de los ciudadanos pasaba por el bajo consumo de sustancias grasas, mencionando la teoría de Yudkin solo de pasada. Redactado por el comité del Senado de los Estados Unidos, pero editado en su mayoría por Hagsted, el discípulo de Stare, recomendaron una reducción del 40% en el consumo de azúcar solamente para la prevención de las caries y de la diabetes.

Como hemos visto, en los años 60 la relación entre grasa en la dieta y los problemas cardíacos prevaleció sobre la teoría del azúcar, desarrollada por un pequeño número de investigadores como Yudkin. Sus afirmaciones fueron vistas como débiles y antagónicas, especialmente por la coalición de científicos vinculados a los proyectos gubernamentales del Instituto Nacional y la Asociación Estadounidense del Corazón.

sábado, 10 de febrero de 2018

"El lenguaje lo sufre todo", artículo de Álex Grijelmo

 

 

Fuente: El País
Autor: Alex Grijelmo*

Da la sensación de que ciertos partidos están señalando tanto lo que desean, que acaban concentrados en su propio dedo

La lengua española lleva mucho tiempo siendo torturada por la política, para ver si así confiesa sus culpas. La Constitución ya forzó el término “nacionalidades” en aras del consenso; pero nadie dice “este año ha nevado mucho en mi nacionalidad”. A eso se unió la bienintencionada decisión de suprimir del castellano los topónimos tradicionales de Cataluña (ojo: los tradicionales, no los inventados por el franquismo), y decimos “Girona” y “Lleida” mientras los catalanohablantes siguen mencionando, legítimamente, “Saragossa”, “Lleó”, “Conca”, “Terol”… Los eufemismos se suman a esa tortura; y a ellos se añaden, con opuesta voluntad, las duplicaciones de género o la conversión de epicenos en femeninos (ahora “portavoces y portavozas”).

La solidaridad al contemplar los problemas de la mujer lleva a muchos ciudadanos a decir “la jueza” y “las juezas”. Esa a que marca el femenino no añade información, pero denota la intención ideológica de fondo; y es comprensible.

Esta corriente, por cierto, ha mostrado gran interés en “jueza” o “concejala”, pero ninguno en otros femeninos igualmente posibles, como “corresponsala”, “estudianta” o “ujiera”; al tiempo que desdeña las duplicaciones de las que sí dispone el idioma, como “poeta” y “poetisa”, pues se pretende unificar en “poeta” las dos alternativas y usar una sola forma para los dos géneros, justo lo contrario de lo que pasa con “juez” y “jueza”.

La insistente campaña duplicadora ha contribuido, sí, a formar una conciencia general. Pero incluso las más exitosas campañas publicitarias caducan algún día y son retiradas para no cansar al público y resultar contraproducentes. De hecho, la machacona duplicación del género (si fuera esporádica y más simbólica en un discurso se digeriría mejor) agota seguramente a muchas personas, y tal vez les hace pensar si no se atenta ya contra su inteligencia cuando alguien dice “los diputados y las diputadas de mi grupo”; porque todos los españoles saben que los grupos están formados por diputados y diputadas, y la duplicación parece decirles que no se han enterado.

Del mismo modo, la frase “fui a una boda y no dejé de gritar vivan los novios” activa de inmediato la imagen de un hombre y una mujer que se casan, pero ahí sí sería necesario advertir de que los contrayentes eran por ejemplo un novio… y un novio. No se puede pensar en la aplicación de la lengua sin reflexionar también sobre cómo los contextos compartidos (y cambiantes) influyen en los mensajes.

Ciertos partidos hacen tanto hincapié en el léxico que, a fuerza de mirar el escaparate de su lenguaje, olvidamos lo que se debería despachar en su mostrador: leyes que mejoren la vida de las mujeres y anulen la brecha salarial, dotaciones contra la desigualdad, más servicios sociales...

Ésas son las iniciativas que hacen falta. Ahora bien, requieren capacidad de pacto entre fuerzas afines que puedan formar mayorías para sacar adelante las soluciones. Pero da la sensación de que esos partidos están señalando tanto lo que desean, que acaban concentrados, ellos mismos, en su propio dedo.

*Alex Grijelmo, vocal en la Comisión de Modernización del Lenguaje Jurídico,  es el autor del libro "Defensa apasionada del idioma español", obra amena que engancha desde la primera página y cuya lectura debería ser obligatoria en todas las escuelas.

Podéis leer un extracto del libro aquí