lunes, 31 de julio de 2017

Cuando la Justicia parece un misterio. Mientras que para un Juzgado de Gijón los gastos de tramitación de la hipoteca corresponde al cliente, para el Juzgado de Cláusulas Suelo de Cantabria, la atribución de los gastos hipotecarios al cliente es una cláusula nula.





El diario del Comercio de hoy recoge la noticia de la sentencia del Juzgado de Primera instancia nº 10 de Gijón de 21 de julio estableciendo que los costes de la tasación de un inmueble,  al igual que el resto de gastos (notaría, registro e impuesto de actos jurídicos documentos) necesarios para formalizar un crédito hipotecario para adquirir un inmueble, son a cuenta del cliente y no del banco, en este caso LIBERBANK. El Juzgado razona su decisión en que "lógicamente, es el interesado en obtener el crédito quien deberá hacer frente a los gastos que ocasionen aquellos condicionantes que se le exigen para su concesión, salvo que por ley sean imputables al prestamista".

Sin embargo, este criterio no resulta compartido por Juzgado de Primera Instancia nº 2 de Santander, conocido como Juzgado de Claúsulas Suelo de Cantabria, que en una sentencia dictada el 26 de julio pasado, estima que la cláusula contenida en el contrato de préstamo hipotecario de -curiosamente, la misma entidad-  LIBERBANK mediante la que se establece que el pago de los gastos necesarios para formalizar el contrato es nula por abusiva. 

Concretamente, declara que ·la estipulación quinta inserta en la escritura de préstamo hipotecario que acompaña a la demanda y que establece que serán de cuenta de la parte prestataria los gastos derivados de lo pactado en la escritura y tramitación de la misma hasta que cause inscripción en el Registro de la Propiedad, tales como Aranceles notariales y registrales, gestión de documentos, entre los que se comprenden la tramitación de dicha escritura ante el Registro de la Propiedad, la Oficina Liquidadora de Impuestos, así como los gastos, impuestos y otros devengos que se deriven de la cancelación de la hipoteca, es nula de pleno derecho por abusiva y debe tenerse por no puesta, retrotrayéndose los efectos de esta declaración de nulidad ex tunc".
La claúsula nula redactada por LIBERBANK establecía, textualmente:
 
“Serán de cargo de la parte prestataria los gastos, impuestos y demás conceptos relacionados a continuación … Serán imputables a la partida presupuestada para gastos los derivados de lo pactado en esta escritura y tramitación de la misma hasta que cause inscripción en el Registro de la Propiedad, tales como Aranceles Notariales y Registrales, gestión de documentos, entre los que se comprenden la tramitación de esta escritura ante el Registro de la Propiedad, la Oficina liquidadora de impuestos, etc., tasación pericial del inmueble e informaciones registrales del mismo, impuestos en su caso, así como todos aquéllos que pudieran afectar de alguna manera a la eficacia de este contrato, seguridad del mismo e inscripción de la hipoteca, tales como los gastos e impuestos de la compraventa anterior, aplazamiento del precio o cualesquiera otros … así como los gastos de comunidad, impuestos, tasas …”.
 
Esta cláusula, para el juzgado santanderino, incluye todos los gastos habidos y por haber siendo omnicomprensiva, genérica y se redacta de tal modo que hace referencia a gastos de devengo futuro y eventuales. Menciona partidas concretas pero a título de ejemplo. Porque usa en dos ocasiones la locución “tales como” y una el del todo significativo “etc”.

Tan sólo por esas razones la cláusula es abusiva. No es de recibo imponerle al prestatario todo gasto pensable. La cuestión en sí misma es de máxima fuerza y sencillez. Es control de buena fe cuya base se encuentra en nuestro derecho en el Título Preliminar del CC, en el artículo 7.
 
Es dable afirmar que en un contexto de trato leal y equitativo, en el marco de una negociación individual, el Banco nunca podría esperar razonablemente que su cliente hubiera aceptado una regla tan tajante, tan draconiana. 

Por ello no es de extrañar que hasta la fecha casi todos los pronunciamientos, tanto en primera como en segunda instancia, hayan coincidido en anular cláusulas de redacción pareja y prácticamente idéntica a la analizada. 

Entre otras cabe traer a colación el AAP de Zaragoza nº 17/2017, de 5/1, Sección 5ª, rec. 384/2016, o las SSAP de Guipúzcoa nº 185/2016, de 27/6, Sección 2ª, o Pontevedra nº 534/2016, de 14/11, Sección 1ª, rec. 662/2016, y nº 152/2017, de 28/3, Sección 1ª, rec. 974/2016, y la Audiencia de Asturias lo ha hecho cuanto menos en sus sentencias, de la Sección 5ª de 1/2/2017, rec. 525/2016, y de la Sección 4ª nº 126/2017, de 24/3, rec. 87/2017.

Razona también el Juzgado de Santander que el interesado en que conste en escritura pública la garantía del crédito es la entidad bancaria, porque con ello obtiene numerosas ventajas de todo tipo, llegado el caso, por todos conocidas (en el proceso de ejecución ordinaria y en el de ejecución hipotecaria). En cambio, al prestatario le valdría con un documento privado que cumpliera las exigencias informativas de la LCDCU o del TR 1/07, es al Banco a quien le interesa una escritura pública y por ello es quien requiere al Notario el otorgamiento, así que será él quien tenga que costearlo.

La lógica que conduce a formalizar escritura, y con ello provocar estos gastos, responde al interés del Banco, no de los actores que hay que pensar que si se avinieron a ello es sólo porque de otro modo no tenían financiación pero, en puridad, no eran los interesados en escriturar.

Nadie duda que es una lógica justa pero en beneficio del Banco, no de su cliente. O dicho de otro modo es tan evidente que la garantía hipotecaria es condición para obtener financiación como que sirve al Banco prestamista.



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sábado, 24 de junio de 2017

Sobre la adicción al móvil.El smartphone, ese arma de distracción masiva







La capacidad de concentración se resiente con tantas aplicaciones que reclaman nuestro interés. Saltamos de una cosa a otra, nos cuesta mantener el foco. El móvil crea adicción. Domesticarlo no es sencillo.


Vamos por la vida con un arma de distracción masiva en el bolsillo. Con un dispositivo maravilloso que pone el mundo al alcance de nuestra mano, sí, con un artilugio que es la puerta al conocimiento, o al menos a la información. Pero en ese objeto que ha cambiado nuestra forma de vivir anidan, agazapadas, toda una serie de aplicaciones que reclaman atención con homologables grados de urgencia. ¿Y si me pierdo algo? El miedo a perderse algoen inglés, fomo, fear of missing out—, recelo, en ocasiones, angustia, que se multiplica en estos nuevos tiempos. 

Bienvenidos a la era de las mentes dispersas, de los cerebros a los que les cuesta centrar el foco, de las microconversaciones y la microatención, de personas que por momentos tienen la sensación de operar cual pollo sin cabeza en el ecosistema digital (cuando no, también, en la vida real).

Inciso: Dispersar, según la Real Academia Española: dividir el esfuerzo, la atención o la actividad, aplicándolos desordenadamente en múltiples direcciones. 



Pues eso.

Domesticar esa arma de distracción masiva que reclama atención sonando, silbando, vibrando, parpadeando no es cosa fácil. Por un lado, estamos nosotros, dotados de un cerebro que es un auténtico devorador de información, un órgano que busca constantemente novedades, estímulos, con nuestra necesidad de sentirnos conectados con otros. Por otro, las pantallas, plagadas de aplicaciones diseñadas con todo tipo de trucos para captar nuestra atención. 

Fue en torno al año 2004 cuando la profesora Gloria Mark, titular del Departamento de Informática de la Universidad de California Irvine, comparó nuestra tendencia a chequear de modo compulsivo el correo electrónico y las redes sociales con nuestro comportamiento ante una máquina tragaperras. Miramos el móvil porque buscamos una gratificación. Y la mera expectativa de poder obtenerla es suficiente para hacer que volvamos una y otra vez en su busca —recurrimos al teléfono entre 80 y 110 veces al día según distintos estudios—. Este comportamiento se mantiene gracias al llamado reforzamiento aleatorio (Randomly reinforced behaviour). 

Esas píldoras de información que consumimos a través del móvil generan descargas de dopamina como las que recibe el cerebro del fumador en el momento en que enciende un cigarro. Por eso regresamos con obstinación en busca de nuevos caramelos digitales. 

Las investigaciones llevadas a cabo por Mark, doctorada en Psicología por la Universidad de Columbia, especializada desde 2003 en estudiar cómo las tecnologías de la información afectan a la multitarea, a la atención, al humor y al estrés, resultan reveladoras. Su método consiste en escrutar minuciosamente el comportamiento de pequeños grupos escogidos de personas para de ahí inferir nuestro modus operandi. Utiliza herramientas de precisión: sensores, contadores que miden las interacciones frente a la pantalla, biosensores que toman, por ejemplo, datos del ritmo cardiaco. 

Con su estudio Los neuróticos no pueden concentrarse: Un estudio in situ sobre la multitarea online en el trabajo (2016), que firma junto a especialistas de Microsoft y del prestigioso Media Lab del Massachusetts Institute of Tech­nology, observó que cuando trabajamos frente al ordenador cambiamos de pantalla (es decir, el foco de atención) cada 47 segundos. Fue la media que obtuvo del seguimiento al que sometió a 40 trabajadores de grandes empresas norteamericanas. Los resultados mostraron que las personas muy inclinadas a la multitarea, los denominados heavy multitaskers, se demostraban más propensos a la distracción. Descubrió que cuanto más neurótica e impulsiva es una persona (y cuanto peor ha dormido), menor es su capacidad de concentrarse.

En otro estudio, Concentrados, despiertos, pero tan distraídos: una perspectiva temporal de la multitarea y las comunicaciones, realizado en 2015 mediante el seguimiento detallado de 32 trabajadores, reveló que consultaban el correo electrónico 74 veces al día (de media) y entraban en Facebook una media de 21 veces (con un máximo de 264 visitas diarias). 

“La multitarea ha existido siempre”, dice Mark en conversación telefónica desde la Costa Oeste norteamericana, “pero la capacidad de atención de la gente se ha reducido. En mi opinión, es algo que no es positivo. Sabemos que cambiar el foco de atención incrementa el estrés, y que puede tener un impacto en aspectos como la innovación y la productividad”.

El ser humano está diseñado para virar su atención con facilidad. Es algo que garantiza su supervivencia desde los primeros días de la especie. Hubo un tiempo en que los estímulos provenían de la naturaleza, y tendían a ser lentos. La hoja que caía del árbol. El vuelo de la mosca. En la era moderna, todo empezó a ir más deprisa. En la digital, todo se ha acelerado.

Pero la atención, que funciona gracias a la interacción entre el lóbulo frontal, el parietal y el cerebro emocional, es algo difícilmente divisible. Cuando parece que estamos haciendo dos cosas a la vez es porque una de las tareas se puede automatizar (como, por ejemplo, caminar). Hacer dos cosas que impliquen un esfuerzo cognitivo (como hablar y escribir un mensaje de texto) a la vez no es posible. En realidad, lo que hacemos es cambiar rápidamente el foco de una tarea a otra. Así lo explica el neuropsicólogo Marcos Ríos Lago, cuya investigación se centra en el área de la atención, las funciones ejecutivas y la velocidad de procesamiento. 

Linda Stone, una exejecutiva de Apple y Microsoft, miembro del consejo asesor del MIT Media Lab, desarrolló a finales del siglo pasado el concepto de atención parcial continua. Para ella, la multitarea consiste en hacer varias cosas a la vez porque exigen poca capacidad cognitiva (ordenar papeles y hablar por teléfono mientras comemos un sándwich). Atención parcial continua (APC), sin embargo, es prestar atención a varias fuentes de información de manera superficial.

Stone afirma que esa conexión permanente para no perdernos nada, ese estar permanentemente conectados y en alerta, acaba pasando factura cuando se convierte en modo de vida. Genera estrés y compromete la capacidad para tomar decisiones, para ser creativo. 

La proliferación de dispositivos electrónicos parece haber multiplicado nuestra capacidad de manejar distintos flujos de información en paralelo, algo para lo que parecen particularmente dotados los llamados millennials, que han mamado desde la cuna el nuevo paradigma tecnológico. Lo suyo es hiperatención. Así lo bautizó Katherine Hayles en el año 2007. Con este término, la profesora de literatura de la Duke University, autora de Hiperatención y Atención profunda: la división generacional en los modos cognitivos, denominaba una nueva manera de absorber el conocimiento que, sostiene, obliga a una reevaluación de los métodos educativos. 

A Hayles le preocupa que en algunos colegios estadounidenses se estén introduciendo ipads en las clases de primero de primaria, con niños que apenas tienen seis años. “Los cerebros son muy maleables, y eso puede afectar a sus neuroestructuras”, manifiesta en conversación telefónica desde Los Ángeles, California. “Creo que lo mejor es ser conservador en estas cuestiones hasta que tengamos un mayor conocimiento de las implicaciones de la introducción de estos sistemas, y limitar el tiempo que los niños pasan ante las pantallas”.

El nuevo escenario tecnológico nos está conduciendo a lo que el neuropsicólogo Álvaro Bilbao denomina un estilo de atención monkey mind —el término procede del budismo—, una mente que salta de una cosa a la otra, que va y vuelve, que hace que cada vez más nos interrumpamos más los unos a los otros por la incapacidad de mantener la atención en lo que el otro nos está diciendo. “Tendemos a perder capacidad de atención sostenida, de concentración”, dice Bilbao, autor de Cuida tu cerebro. Y la atención sostenida, la profundidad, es la que da pie a ideas novedosas, a la creatividad, como señala Ríos Lagos. Hayles incide en esta línea argumental: “Todos los logros intelectuales del siglo XX requirieron de una atención profunda”.

El debate en torno al impacto de las nuevas herramientas tecnológicas en nuestro cerebro y productividad, no obstante, está abierto. Hay expertos, como Enrique Dans, profesor de Innovación en IE Business School y autor de Todo va a cambiar, que nos recuerdan que esa hiperatención es algo que nos hace más eficientes. Él nunca tiene menos de 10 pestañas abiertas en su ordenador, explica. Y se considera bastante productivo. “Es una capacidad que se desarrolla y que se entrena”, manifiesta. Para él, en esta historia hay “ganadores y perdedores”, gente que se adapta a las interrupciones, que se distrae pero vuelve de manera rápida a lo que estaba haciendo; y gente que no.

Dans señala que las notas no han bajado de nivel en las ingenierías, que el nivel de comprensión lectora ha mejorado, y que los jóvenes que han crecido con los nuevos dispositivos procesan una mayor cantidad de información y son más eficientes.

En la misma longitud de onda se sitúa Anna Cox, psicóloga y estudiosa de la interacción entre humanos y computadoras que ha llevado a cabo estudios sobre interrupciones y multitarea. Afirma que la gente ha ido aprendiendo a distinguir rápidamente qué e-mail hay que contestar de modo urgente y cuál puede esperar. Esta profesora del University College of London Interactive Center (UCLIC) sostiene que las distracciones no son siempre malas. 

A veces nos interrumpimos a nosotros mismos porque la tarea se ha vuelto muy dura y ya no estamos siendo productivos. Entonces pasamos a algo más fácil, que nos granjea una recompensa más rápida (como chequear las redes sociales). Al regresar a la tarea principal, en ocasiones, señala Cox, tenemos más claro lo que buscábamos o queríamos hacer. “Lo importante”, asegura en conversación telefónica desde Londres, “es que la gente tome el control de la tecnología y que no se convierta en esclava de ella”.

No caer en las trampas que se nos tienden con los diseños de algunas aplicaciones no es cosa fácil. Las grandes corporaciones tecnológicas, sus desarrolladores y diseñadores, saben cómo manejar los resortes para dirigir o reclamar nuestra atención. “Por supuesto que se usan todo tipo de trucos”, dice Gloria Mark, “se vienen usando desde que existe la publicidad y ahora se hace lo mismo en Internet”. El neuropsicólogo Ríos Lago abunda en la cuestión: “Han conseguido que cada interacción requiera poco esfuerzo y sea reforzante”. Ahí están los me gusta de Facebook, por ejemplo. 

Proteger y cultivar la atención de los seres humanos, preservar el derecho de las personas a concentrarse, es uno de los retos que ahora está sobre la mesa. El Manifiesto Onlife, encargado a un panel de expertos por la Comisión Europea, reclama que la atención no sea considerada como una mercancía.

“Creo que en el futuro, aquellos de nosotros que sepan cultivar herramientas para concentrarse disfrutarán de una mayor calidad de vida”, sentencia en conversación telefónica desde Boston la experta Linda Stone. “Bill Gates, Jeff Bezos y muchos más líderes de la era digital hablan de que es importante cultivar la capacidad de usar bien la atención. Nos centramos demasiado en la gestión de nuestro tiempo y demasiado poco en la gestión de nuestra atención”.

En un mundo cada vez más regido por las lógicas de la llamada “economía de la atención”, donde la valoración de una gran empresa del nuevo ecosistema tecnológico está ligada a su capacidad para atraer ojos e interac­ciones, necesitamos de una tecnología que esté al servicio del ser humano, que nos permita elegir, que haga que nuestra vida sea mejor, que nos haga más libres, y no una que secuestre nuestra atención y que se rija por la lógica del negocio.

En nuestras manos está reclamarla. Atentos. 

Cerebros centrados 

Mentes errantes, mentes infelices. Lo decía un artículo científico de la revista Science, publicado en noviembre de 2010 (A wandering mind is an unhappy mind: Matthew A. Killingworth and David T. Gilbert): una mente errante es una mente infeliz. Conclusión a la que se llegó tras insertar una app en los móviles de 5.000 personas de 83 países distintos para que contestaran a preguntas sobre sus pensamientos, sentimientos y sensaciones en tiempo real. Somos más felices si centramos la atención.

Hay marcha atrás para la dispersión. Esa dificultad de centrar la atención calificada como monkey mind es reversible. El cerebro es un órgano que se adapta constantemente, que se puede reeducar. La capacidad de concentrarse es algo que se recupera con entrenamiento. Hay ejecutivos que recurren a técnicas de desconexión digital y pagan a coaches para que se encarguen de redirigir sus procesos atencionales.
 

Estrategias de defensa. Llevar el móvil en modo silencio. Desactivar las notificaciones que aparecen en pantalla para que las alertas no nos interrumpan una y otra vez en la tarea que estemos llevando a cabo. No dormir junto al teléfono para no acostarse y levantarse con él. Aparcarlo un poco durante el fin de semana y también en las vacaciones. Son tan solo algunas de las medidas que proponen neuropsicólogos y estudiosos de la atención consultados para este reportaje y que ellos mismos usan para no mermar su capacidad de concentración.

Información relacionada: "Quítale el móvil al niño"


Fuente: El País






lunes, 19 de junio de 2017

Jubileo judío y Potlatch


 
La palabra jubileo alude al acontecimiento que la Iglesia celebra ordinariamente cada 25 años y en el que se otorga indulgencias a los fieles que cumplan determinados ritos. Es conocido como año jubilar o año sabático. Este último término nos aclara su origen judío, ya que jubileo procede de la palabra yobel o shofar, trompeta primitiva hecha de cuerno de carnero con el que los judíos anuncian sus fiestas y acontecimientos más sagrados; entre otros, el año sabático o año jubilar, que se celebraba cada cincuenta años y en el que la comunidad estaba obligada a hacer lo que narra el Capítulo 25 del Levítico: liberar a los esclavos, redimir las deudas, restituir las propiedades a sus antiguos poseedores, dejar la tierra libre de cultivos y alimentarse únicamente de lo que se recolectase. Una especie de reseteo económico y social, a lo bestia. 
 
Así lo recoge la Biblia: " Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia. Este año cincuenta será para vosotros un jubileo: no sembraréis, ni segaréis los rebrotes, ni vendimiaréis la viña que ha quedado sin podar, porque es el jubileo, que será sagrado para vosotros. Comeréis lo que el campo dé de sí. En este año jubilar recobraréis cada uno vuestra propiedad."

El jubileo judío puede parecer una locura, pero tiene un hondo sentido social y económico. Evitaba conflictos guiados por la envidia y codicia, ya que todos sabían que la tierra poseída no era para siempre, ni podía ser transmitida más allá de 50 años. Proporcionaba así la paz social necesaria para la prosperidad colectiva. El desenvolvimiento del comercio y de otras actividades a través de las cuales se podían poseer terrenos tenía ese límite. Para los primeros judíos vender la tierra o ser propietario de ella indefinidamente era inmoral. Con la adquisición de una porción de terreno fértil no se adquiría propiamente la propiedad de éste, lo que el derecho romano llama el pleno dominio, sino que únicamente se adquirían las cosechas que pudieran obtenerse. El Levítico proporciona asombrosas pautas económicas: "Comprarás a tu prójimo atendiendo el número de años que siguen al jubileo; u según el número de los años de cosecha, él te fijará el precio de venta: a mayor número de años, mayor precio cobrarás; cuantos menos años queden, tanto menor será su precio, porque lo que él te vende es el número de cosechas."

El desprendimiento de bienes materiales y el descanso en la producción (en este caso agrícola) también tiene profundas consecuencias psicológicas y ecológicas. Tribus nómadas asentadas en lo que hoy es el Noroeste de Estados Unidos y Canadá celebraban el Potlatch, ceremonia en la que los jefes más potentados donan a otras tribus o, simplemente, destruyen la mayor parte de sus riquezas. Esa pérdida, lejos de disminuir la jerarquía del jefe, la potencia. Este desprecio de lo material era, precisamente, la prueba de valor del hombre. Los bienes aquí no son cosas, son símbolos. Cuando se dan los bienes a otras tribus más necesitadas no se está dando cosas, se están reforzando los lazos sociales comunitarios, se da un símbolo de fraternidad, de solidaridad. A su vez, el receptor queda ligado con un compromiso de ayuda mutua invisible pero fuertemente establecido con el donante. El establecimiento de la jerarquía política no está aquí basada en la acumulación de la riqueza, sino en todo lo contrario, en la circulación de la misma. El potentado refuerza su valor y dignidad a través de su capacidad de perder algo propio con la finalidad de reforzar el lazo social con otros, sin saber -ni siquiera se le ocurriría especular con ello, ya que sería absolutamente despreciado- si algún día podrá ser beneficiado con el mismo trato.

En el fondo los pueblos que practicaban el Jubileo y el Potlatch, manifiestan lo que ya Marx ya advertía: el sistema de acumulación indefinida de riqueza propia del sistema capitalista es insostenible y, a la larga, ese sistema acabaría autodestruyéndose.

¿Cuándo se perdió el Jubileo y el Potlatch? Los judíos perdieron su Jubileo después de la liberación de su esclavitud en Babilonia. Esto es, después de su contacto con una civilización "superior" y cuyos valores superiores eran las conquistas territoriales llevadas a cabo por sus ejércitos. Justo, lo mismo sucedió en el caso del Potlatch que acabó fulminantemente a través de la colonización por el hombre blanco de los territorios tribales canadienses y norteamericanos.

También hoy existe un Potlach, pero al revés: En él, entidades poderosas acumulan bienes, dinero y, sobre todo, viviendas que casi nunca venden ya que sería perder dinero y eso es malo. Prefieren ser rescatadas. Es más cómodo y, sobre todo, más rentable para ellos. El jubileo también se hace al revés. No perdonan nada, ni restituyen lo cobrado de más (¿cláusulas suelo?). Tampoco devuelven ninguna propiedad ni cumplen eficientemente su función de facilitar la circulación del necesario flujo monetario, captando ahorros de familias y facilitando créditos a empresas, pareciendo dedicarse con mayor intensidad a tareas especulativas.

¿Jubileo? ¿Potltach? ...Mejor seguir el consejo que Milton Friedman da a los alacalufes en el genial poema de Nicanor Parra:

Que le dijo Milton Friedman
a los pobrecitos alacalufes?
-A comprar a comprar
quel mundo se vacabar!