miércoles, 18 de septiembre de 2019

Releyendo a Adam Smith. Un liberal que no se fiaba del mercado sin regulación.



Adam Smith, la ley natural y el gran incendio de Londres. Un comentario a propósito de "La ciudad en llamas", de David Casassas



SINPERMISO

Hernán Gabriel Borisonik



Articular históricamente el pasado no significa conocerlo “tal como verdaderamente fue”. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relumbra en un instante de peligro. Walter Benjamin

Un acontecimiento clave dentro de la mutación de la ideología liberal europea fue el famoso terremoto ocurrido en Lisboa el primer día de noviembre de 1755. Este episodio puso a los desastres naturales en el centro del cosmos intelectual de fines del siglo XVIII. A partir de entonces, la fragilidad de la vida humana en la Tierra se ha ido posicionando entre los tópicos privilegiados del pensamiento. Sin embargo, existió un evento previo al terremoto, que ya había dejado a la vista ciertas fisuras que hacían de la ley natural un artilugio del caos y no del orden. El Great Fire of London fue un incidente de enorme magnitud para la sociedad inglesa temprano-moderna. Este incendio de 1666 despertó la atención de políticos e intelectuales, a tal punto que Adam Smith haría referencia a este desastre casi un siglo más tarde, al manifestar su punto de vista acerca de la relación entre humanidad y naturaleza. A su vez, a partir de la metáfora sobre el fuego, David Casassas tituló, organizó y dio comienzo a un libro fundamental para comprender el legado smithiano en el siglo XXI (1).

Gracias al análisis del gran fuego llevado adelante por Smith nos es posible poner en duda toda una línea interpretativa de intenso peso, que ha colocado a este pensador escocés como piedra fundamental de una serie de ideas que condujeron al capitalismo industrial y financiero, cuyos terribles efectos se dejan sentir hoy con mucha fuerza. Por eso, es central desafiar las nociones recibidas y aceptadas sobre su obra, que se han asentado durante largos años como el producto de hermenéuticas interesadas, esparcidas, desde el siglo XIX, a través de manuales universitarios y otras fuentes (2), de modo que las lecturas actuales de los economistas prácticamente no incluyen las obras de Smith, sino que prefieren versiones simplificadas que dejan de lado aristas sustanciales de su pensamiento.

Cuando aún no se habían curado (o muerto) los últimos pacientes de la peste bubónica, y mientras se dejaban sentir los efectos de la segunda guerra con Holanda, tuvo lugar el Great Fire, la primera semana de septiembre de 1666, el cual se extendió hasta quemar, entre otras cosas, la célebre catedral de Saint Paul y los muros de la ciudad. En medio del fuego, Samuel Pepys –funcionario político y almirante–sugirió que se derribaran los edificios que se encontraban en la trayectoria del fuego para detenerlo y salvar las zonas aledañas. Y, en efecto, el triunfo contra el cataclismo se dio gracias a la confección de cortafuegos, conformados a través de la demolición de construcciones que se encontraban en sitios estratégicos. Pero esta decisión tardó en tomarse, ya que para llevarla a cabo era necesario destruir propiedades privadas, con lo cual no fue sino hasta la llegada de una prescripción directa del rey que comenzaron las obras de contención. Si bien las pérdidas materiales fueron enormes –el incendio fue una de las causas directas del endeudamiento y posterior gran reacuñación de 1669–, se supone que no hubo más de medio centenar de muertos, lo cual es muy poco en relación con la ruina a la que se redujo la ciudad de Londres, que quedó inutilizable en unos cuatro quintos de su territorio (3). Se estimó una pérdida de diez millones de libras –en un momento en el que los ingresos totales por año de la ciudad rondaban las veinte mil libras (4)–, lo cual hizo que algunos pensaran que era el fin definitivo de aquella urbe.

Sin embargo, como consecuencia del incendio, Londres fue en parte modernizada con calzadas más anchas y el uso de materiales menos inflamables, lo cual representó, finalmente, un importante impulso para el crecimiento de los mercados. El evento de 1666 facilitó la racionalización y reducción de las antiguas ferias comerciales. Mientras que hasta ese momento los mercados públicos de Londres habían sido esparcidos uniformemente, confinados a algunos puntos específicos de las calles de la ciudad, un siglo después se hallaban repartidos (y multiplicados) en una metrópolis más cómoda y expandida, corriendo, además, con la ventaja de poseer edificaciones propias con diseños funcionales (5). Conjuntamente, la gran merma poblacional permitió que más del treinta por ciento de las viviendas fueran eliminadas definitivamente del trazado urbano, en un proceso que abrió nuevas arterias mucho más transitables y dejó atrás la ciudad de los nobles (y del trazado medieval), siendo reemplazada por un espacio casi exclusivamente comercial.

Para la población de Londres de mediados del siglo XVII, el fuego representaba un bien fundamental para las necesidades cotidianas. Pero el incendio mostró su carácter doble: parte de la “cultura” (sometido a la utilidad humana) y de la “naturaleza” (anárquico, capaz de destruir). Frente a eso, los seguros contra incendios se desarrollaron de una manera muy representativa de la mentalidad liberal temprana, es decir, como compañías “aventureras” que aseguraron su subsistencia a través de la formación de los cuerpos privados de bomberos. Las brigadas eran presentadas a los ciudadanos como grandes salvadoras (sus primeras acciones fueron en espacios no asegurados, como medio publicitario), mientras ayudaban a formular las primeras estadísticas sobre causas y modalidades de combate de los incendios. Sin embargo, tiempo después, las casas aseguradas eran distinguidas con marcas que indicaban a las cuadrillas a quiénes salvar y así lograron que los seguros fueron contratados por un tercio de los moradores londinenses. No obstante, como ya se adelantó, la verdadera causa del fin del incendio no fue el agua sino los cortafuegos que realizaron las fuerzas públicas.

II.

La mirada filosófica sobre los desastres naturales antes de su sistematización en el siglo XVIII asumía como virtud política el evitar o remediar ese tipo de catástrofes. La referencia de Adam Smith en este asunto es del todo importante. Veamos una primera frase, de la célebre Theory Of Moral Sentiments:

“Supongamos que el enorme imperio de la China, con sus miríadas de habitantes, súbitamente es devorado por un terremoto, y analicemos cómo sería afectado por la noticia de esta terrible catástrofe un hombre humanitario de Europa, sin vínculo alguno con esa parte del mundo. Creo que ante todo expresaría una honda pena por la tragedia de ese pueblo infeliz, haría numerosas reflexiones melancólicas sobre la precariedad de la vida humana y la vanidad de todas las labores del hombre, cuando puede ser así aniquilado en un instante. Si fuera una persona analítica, quizá también entraría en muchas disquisiciones acerca de los efectos que el desastre podría provocar en el comercio europeo y en la actividad económica del mundo en general. Una vez concluida esta hermosa filosofía, una vez manifestados honestamente esos filantrópicos sentimientos, continuaría con su trabajo o su recreo, su reposo o su diversión, con el mismo sosiego y tranquilidad como si ningún accidente hubiese ocurrido.” (6)

Smith comprende que las catástrofes sólo son percibidas en toda su magnitud por aquellos que son directamente afectados por ellas, mientras que el resto tiende a observarlas desde puntos de vista muy sesgados. Sin embargo (o, por eso mismo) comprende que esta dimensión subjetiva (y natural) debe ser superada políticamente para lograr mantener viva a la sociedad:

“Habrá quien sostenga que impedir que un particular reciba en pago los billetes de un Banco, por una suma grande o pequeña, cuando no tiene inconveniente en aceptarlos, o prohibir a un banquero que los emita cuando los demás no tienen inconveniente en recibirlos, es un atentado contra la libertad natural, que la ley viene obligada a proteger y no a violar. Estas reglamentaciones pueden considerarse indiscutiblemente como contrarias a la libertad natural. Pero el ejercicio de esta libertad por un contado número de personas, que puede amenazar la seguridad de la sociedad entera, puede y debe restringirse por la ley de cualquier Gobierno, desde el más libre hasta el más despótico. La obligación de construir muros para impedir la propagación de los incendios es una violación de la libertad natural, exactamente de la misma naturaleza que las regulaciones en el comercio bancario de que acabamos de hacer mención.” (7)

Smith dice clara y explícitamente que la concentración de libertad (incluso de “libertad natural”) en manos de unos pocos –normalmente, los más ricos– amenaza a la sociedad en su conjunto, sin excepción de aquellos que tienen la posibilidad de usar al máximo (o abusar) de las libertades. Por ello critica los monopolios, los beneficios extremos o cualquier forma excesivamente desigual. Si se busca una sociedad libre, dice Smith, hace falta que haya un Estado alerta, que pueda crear cortafuegos allí donde los incendios amenacen con la vida de la sociedad. En pocas palabras, que no hay economía que no sea política y que no hay mano invisible que funcione sin regulación visible, pública y humana. Así, Smith ha sido muy explícito en sus apreciaciones acerca de la importancia de evitar la excesiva desmembración social y en el inmenso valor de las soluciones colectivas, aún cuando deban ser contrarias a la naturaleza.

III.

En los últimos años, hubo algunos intentos de revisitar a Smith evadiendo los vicios de las lecturas más canónicas y con un afán de recuperar y contextualizar su obra con el fin de, entre otras cosas, distanciarlo de los valores del neoliberalismo. Dentro de esos intentos, tal vez el más logrado ha sido el de David Casassas (8), quien interpreta a Smith como eslabón de una línea de pensamiento político republicano, de la que forman parte desde Aristóteles y Cicerón hasta Maquiavelo y algunos federalistas norteamericanos. Si bien esta línea ha sido minoritaria, vale aclarar que en la famosísima biografía de Rae, ya hay comentarios que concuerdan con ese punto de vista (9). Y aunque en este caso es más importante pensar en una mirada que pueda dar cuenta del rol de la política frente a las catástrofes naturales que evaluar la justicia que se haya hecho al legado smitheano, la deformación que este pensamiento ha sufrido (como mínimo desde la muerte de David Ricardo, a mediados del siglo XIX) ha sido una de las causas de que el sentido común actual acepte como naturales determinadas formas o relaciones sociales que responden a fuertes arbitrios políticos.

Una de las hipótesis principales del texto de Casassas es que Smith no comprende a la sociedad civil como un espacio neutro, regulado por contratos entre particulares (que actúan en libertad e igualdad de condiciones), sino como la suma de actores concretos, determinados, que tienen diferentes posibilidades. Así, el sujeto homogéneo que luego establecería la revolución francesa no respondería, en la mirada de este filósofo moral, más que a una abstracción peligrosa para el funcionamiento de las naciones. Smith no es el abanderado del libre mercado que han bosquejado algunas interpretaciones, aunque no haya en su pensamiento ninguna crítica a la propiedad privada (mas sí a su concentración). Sea como sea, Smith parece haber sido consciente de que a los incendios los apagan más los cortafuegos que cualquier brigada contratada para ese fin (y, pese a eso, las compañías de seguros lograron instalar, como ya se vio, la idea de que el combate del cataclismo es una responsabilidad individual). Para Smith el único modo de oponerse con éxito a la naturaleza era a partir del esfuerzo mancomunado. Y sin embargo, la idea que ha triunfado y subsistido es aquella que sostiene que la mejor solución para los problemas colectivos es la fragmentaria y personal (10).

A diferencia de lo que, con descuidada naturalidad los manuales de economía hoy plantean, Smith no logró anticipar cuáles serían los caminos que el libre comercio habría de transitar en los doscientos cuarenta años posteriores a la publicación de su The Wealth of Nations. Este ilustrado escocés se encontraba librando ciertas batallas ideológicas contra el ànciene regime, contra el mercantilismo, contra algunas escuelas filosóficas, contra la dogmatización católica, contra la concentración de poder político y económico y contra la iniquidad social extrema que puede surgir cuando falta intervención estatal.

Si bien aparecen manos invisibles y naturalezas con capacidades arquitectónico-ingenieriles, Smith apeló siempre al derecho natural como arma para acabar con tiranías, opresiones y privilegios muy concretos en su tiempo de vida, en el que había una clara identificación entre los políticos y los poderosos. Entonces, era más imperioso que los Estados se enfrentaran a la Iglesia y a otras estructuras verticalistas, que a las leyes del mercado que eran percibidas como antídotos contra los abusos.

Tal vez, finalmente, en un mundo en el que la concentración y la iniquidad han alcanzado niveles tan preocupantes, la especulación ha sometido a la producción y hay más brigadas de bomberos privados que cortafuegos, la lectura de Smith pueda ser de alguna utilidad. El incendio ya está a la vista; el Amazonas se está quemando y lo hace por la negligencia de un gobierno y la voluntad de un puñado de especuladores. ¿Será este el evento que de lugar a una (nueva) filosofía política que recupere el valor de la vida en común?

Notas:

(1) CASASSAS, D. La ciudad en llamas. La vigencia del republicanismo comercial de Adam Smith. Prólogo de Antoni Domènech. Barcelona, Montesinos, 2010.

(2) Cfr. PIQUÉ, P. “El legado teórico de Adam Smith en los manuales universitarios de historia del pensamiento económico”. En BORISONIK, H. et. al. Detrás del espectador imparcial. Ensayos en torno de Adam Smith. Buenos Aires: CLACSO-IIGG, 2019.

(3) Cfr. DOLAN, F.E. “Ashes and the Archive: The London Fire of 1666”. Partisanship and Proof, Journal of Medieval and Early Modern Studies. Vol. 31, Nº 2 (2001), pp. 379-408.

(4) Ibídem.

(5) Cfr. SPATE, O.H.K. “The growth of London, 1660-1800”. En DARBY, H.C. (Ed.). An historical geography of England before 1800. Cambridge: Cambridge University Press, 1936.

(6) SMITH, A. La teoría de los sentimientos morales. Trad. Carlos Rodríguez Braun. Madrid: Alianza Editorial, 1997, pp. 259-260.

(7) Ibíd., p. 293.

(8) CASASSAS, David. La ciudad en llamas. Op. cit.

(9) RAE, John. Life of Adam Smith. Londres: MacMillan & Co., 1895, p. 124.

(10) Sobre esta cuestión, ver OTTONELLO, R. “Los insensibles y lo Invisible en La riqueza de las naciones”. En BORISONIK, H. et. al. Detrás del espectador imparcial. Ensayos en torno de Adam Smith. Buenos Aires: CLACSO-IIGG, 2019.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Un artículo demoledor. "La muerte dulce de Asturias: de las barricadas a los jubilados de oro"

La muerte dulce de Asturias: de las barricadas a los jubilados de oro 
La autonomía más envejecida de España a la cola de la recuperación poscrisis. Sus jóvenes se van y las familias viven de las pensiones mineras. Una muerte a cámara lenta



Foto: Nieve en el puerto de San Isidro. (EFE)

Escena 1: Paca y Tola son algo más que dos osas. Iconos de la supervivencia de la especie (y de Asturias como paraíso natural) vivían en semicautividad en la Senda del Oso, una de las paradas turísticas más atractivas de Asturias. Hace diez años, llegó al cercado de Paca y Tola un oso cántabro, Furaco, con gran despliegue de medios de comunicación. Objetivo de Furaco: preñar a Paca y Tola. El primer intento salió mal: las osas salieron corriendo. El segundo, peor: las osas atizaron a Furaco. Fueron pasando los años. El publicitado experimento acabó en fracaso (desafortunado accidente incluido con una cría). Furaco regresó a casa en 2017. Tola murió el pasado mes de enero, momento elegido por el presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, para reivindicar la hombría de Furaco, una auténtica máquina sexual, según él, un oso alfa, que si no triunfó en Asturias fue solo porque Paca y Tola no estuvieron a la altura: "Furaco, desde que ha vuelto, no para", espetó el campechano estadista con su habitual sutileza.
He aquí una metáfora perfecta de la baja natalidad asturiana, de su fatalismo, de que todos los experimentos para reinventarse como región parecen condenados al fracaso. 

Escena 2: La Camocha (1935-2008) es una mina gijonesa histórica para bien y para mal. Dicen que allí se cocinó Comisiones Obreras durante una huelga en 1957. En 2017, directivos de la mina fueron condenados a varios años de cárcel por fraude de subvenciones: compraban carbón en el extranjero a escondidas, lo introducían en Asturias y lo hacían pasar por carbón propio para cobrar subvenciones de decenas de millones de euros. Sí, era más barato comprar el carbón en el extranjero y traerlo a Asturias clandestinamente que producirlo en La Camocha.
La Intervención General de la Administración del Estado detectó la pasada década irregularidades en las ayudas a otras 46 empresas mineras por un total de 494,4 millones de euros. El gobierno de Zapatero liberó a las minas del multazo en 2009, en un acuerdo secreto desvelado por 'El Comercio'. 

Escena 3: El Centro de Discapacitados Stephen Hawking (Langreo) ha perdido este año su nombre: se le bautizó así sin permiso. En realidad, el nombre es el menor de sus problemas: el centro sigue sin abrirse diez años después de la presentación del anteproyecto. Costó más de 16 millones de euros. Es uno de los muchos edificios construidos en las comarcas mineras como alternativa a la reconversión industrial. Construidos, vacíos y a la espera de apertura también están la Casa del Urogallo (Tarna) o el Museo de los Quesos (Morcín). Unos 26 millones de euros de los fondos mineros gastados en nada (o en obras, para ser más precisos). Una investigación de 2012 de 'La Nueva España' contabilizó 43 edificios e instalaciones abandonadas en Asturias tras ser inaugurados con gran fanfarria, 13 de ellos en las cuencas mineras.
Indicadores económicos recientes sitúan Asturias a la cola autonómica de la recuperación poscrisis: problemas para volver a los niveles de empleo y PIB previos a 2008. Asturias es la comunidad con la natalidad más baja (1,03 hijos por cada mujer en edad fértil) y la más envejecida (47,5 años de media, cinco más que el resto de España). Según nuevas cifras de la base de datos del investigador Ángel de la Fuente (Fedea), la evolución de Asturias de la Transición a nuestros días es inquietante: es la autonomía que menos ha crecido (PIB) en democracia (menos de la mitad que el Estado). Ha perdido un 6% de su población desde entonces (España ha crecido un 30%). Tiene un 5% menos de puestos de trabajo que hace cuarenta años.
Datos del último número de la revista Atlántica XXII: el 29% de los asturianos cobra una pensión estatal. El 24% de los jóvenes ha dejado la región desde 2008. Es la segunda autonomía de España con mayor proporción de empleados públicos: el 24,4% de los asturianos con trabajo vive de la Administración. Un modelo difícil de sostener a medio plazo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Bienvenidos a la muerte dulce y a cámara lenta de Asturias.

Reconversión industrial

El mayor símbolo económico asturiano morirá en menos de seis semanas: las últimas cinco minas de carbón abiertas —tres privadas y dos públicas (Hunosa)— echarán el cierre el 31 de diciembre. También cerrarán, por ejemplo, las minas alemanas. La UE cortó las ayudas a la minería a partir de 2019; cierre por asfixia. "Sin ayudas no va a quedar mina de carbón abierta. Ni las públicas ni las privadas, controladas por empresarios cazasubvenciones y un tanto mafiosos". Habla el historiador Rubén Vega, uno de los mayores especialistas en la reconversión industrial y sus derivas sindicales, con el que nos sentamos en un café del centro de Gijón para revisar la trastienda de la crisis asturiana. 

PREGUNTA. A finales de año cierran las minas. ¿El modelo es totalmente inviable sin ayudas europeas?
RESPUESTA. Las minas asturianas no fueron rentables ni en el siglo XIX… más que con protección, así que imagínate ahora, el carbón asturiano nunca compitió en un libre mercado. Es el fin. Y es un entierro bastante indigno, también desde el punto de vista sindical. 

P. ¿Qué tiene de indigno?
La muerte de la minería asturiana es lenta, diferida y subsidiada. No tiene nada que ver con la reconversión 'thatcherista', la tierra quemada y el arrasar con todo, y tampoco es una derrota aplastante
R. La crisis asturiana es muy peculiar, y la crisis del carbón más. Pese a tener minas bastante más deficitarias que las de otros países, la reconversión minera asturiana es la última de Europa occidental. Cuando la batalla entre Thatcher y los mineros británicos (1984-1985) ya se había reconvertido la minería belga, la francesa o la luxemburguesa. Pero el momento asturiano no llega hasta 1992, que es cuando empiezan a cerrar pozos, y aún no ha terminado. Es decir, que es una muerte muy lenta, muy diferida y muy subsidiada. No tiene nada que ver con la reconversión 'thatcherista', con la tierra quemada y el arrasar con todo, y tampoco es una derrota aplastante. No es una reconversión sin fondos sociales y sin cobertura.
Los acuerdos de cierre fueron ideales desde el punto de vista individual y sindical: la gente se fue con el 100% para casa. Los mineros se quedan en sus casas, sin bajar a la mina, ganando exactamente lo mismo y asegurando el 100% de su pensión. Y se van a sus casas con cuarenta y pico años. Ojo, si eres trabajador de interior de mina, cada año cotizado cuenta como año y medio, dadas las condiciones de penalidad, y si trabajaste veinte años, te cuenta como treinta años; los mineros también cotizaban más en sus nóminas, no fue todo un regalo. Muchos mineros, que llevaban trabajando desde jóvenes, se fueron a casa tras veinte años cotizando, un ejército de pensionistas de cuarenta años, primero prejubilados y luego jubilados. [El 16% de los mineros se prejubiló con 40 o 41 años, un 33% entre los 42 y los 44 y un 29% entre los 44 y los 49 años. Las pagas del Estado bascularon entre los 2.100 y los 2.500 euros al mes, según datos del Ministerio de Industria de 2014]. 

P. Los planes del carbón se llevaron 25.000 millones de fondos públicos desde 1990, según cifras de Industria de 2014, prejubilaciones al margen. ¿Qué supusieron estos acuerdos para los sindicatos?
Los mineros se quedaron en sus casas, sin bajar a la mina, ganando exactamente lo mismo y asegurando el 100% de su pensión
R. Dieron mucho poder a los sindicatos, incluso en el ocaso de la minería. Se dio la siguiente paradoja: según se reducía el número de mineros, aumentaba el poder de los sindicatos. Porque en un contexto de recursos muy escasos —y las cuencas mineras eran un lugar donde no había trabajo, con una generación entera que no tenía de qué vivir— los sindicatos gestionaban mucho dinero público, muchas redes clientelares y mucha influencia, especialmente el socialista, el SOMA, que se fue haciendo cada vez más mayoritario y sacándole más ventaja a CCOO [El Sindicato de Mineros Asturianos (SOMA) es la rama minera de la UGT. El PSOE ha gobernado en el Principado 32 de los 35 años de la Autonomía]. 

P. Decir SOMA es decir José Ángel Fernández Villa, el hombre que más mandaba en Asturias, según casi todo el mundo, ahora caído en desgracia.
R. Sí, es un sujeto que ahora está en los tribunales, al aflorar 1,3 millones de euros tras la amnistía fiscal de Montoro... de procedencia inexplicable. No puede tener origen legal porque todo lo que Villa ganó en su vida fueron salarios públicos de Hunosa, de parlamentario autonómico o de senador del PSOE; es decir, salarios perfectamente controlados por Hacienda. Pues por ahí iba Villa con 1,3 millones de euros metidos en una bolsa. 

P. ¿De dónde salió el dinero?
Según se reducía el número de mineros, aumentaba el poder de los sindicatos
R. SOMA gestionó la construcción de un asilo para los mineros —el Montepío— cuyo presidente —puesto por Villa— afloró también cerca de 400.000 euros. La obra del Montepío costó oficialmente 31 millones de euros, pero se calcula que el coste real fue de entre 18 y 20 millones. De ahí podría haber salido parte del dinero, pero no es el único lugar. Se sabe también que Villa, cuando era secretario general del sindicato minero, cobraba las dietas de sus delegados sindicales en las reuniones del comité intercentros de Hunosa. Se las quedaba. Todas. Durante años y años. Villa acaba de perder un juicio contra el SOMA, su sindicato, que le demandó y ganó. 

P. ¿Cómo se está viviendo el cierre final de las minas a nivel de conflictividad? ¿Qué fue de la épica minera?
R. En este punto terminal los sindicatos administran bastante poder dentro de las empresas en contexto de poca conflictividad. Ahora hay una situación de desafección, que ya se reflejó en la última gran huelga, la de 2012, siendo una huelga muy a tener en cuenta: ¿qué otro colectivo afectado por los recortes se mantuvo más de sesenta días en huelga a pelo? Y todo pese a la mala imagen de los sindicatos y de los prejubilados; así y todo, lo hicieron y generaron una ola de solidaridad. Pero esa huelga fue la primera sin asambleas (más allá de las informativas). El método SOMA de siempre contagiado ahora a CCOO. En otras huelgas mineras, cuando venían mal dadas, la gente votaba. Fue revelador de cómo se había ido viciando la cosa. Ahora está en fase terminal y poco agradable de ver. 

P. Asturias está a la cola autonómica de la recuperación poscrisis. También a la cola de población envejecida y exilio juvenil. ¿Qué relación hay entre estos datos y la solución social —cierres y subvenciones— dada para apagar la conflictividad? ¿Pan para hoy y hambre para mañana?
Las tasas de pobreza y criminalidad son muy bajas. Esto no es Detroit gracias a las subvenciones arrancadas por las luchas obreras
R. Estos indicadores económicos son reales y pintan un cuadro muy negativo, pero sigue siendo una crisis peculiar. La tasa de pobreza en Asturias es bastante inferior a la media española. La pobreza infantil, la pobreza en general y las personas en riesgo de exclusión. Hoy han dicho que tenemos la tasa de criminalidad más baja de España. Esto no es la desarticulación social, no son bolsas de miseria, no es una generación devastada por la droga y entregada a los pandilleros. Es una generación de migrantes con títulos universitarios: más de un 50% de los asturianos entre 25 y 30 años tienen título. Esto es fruto de los subsidios de la reconversión, estamos quemando los últimos cartuchos de aquello, la fortaleza del movimiento obrero logró que la paz social en Asturias saliera muy cara. La aureola de la revolución del 34 y la lucha antifranquista, la potencia organizativa de los sindicatos y la capacidad de movilización de los trabajadores dio una prórroga de una generación por lo menos. A medida que se vayan muriendo los pensionistas… esto peta.
Si te paseas por Gijón, verás que seguimos viviendo en los bares, bebemos y comemos fuera constantemente, la gente de fuera nos pregunta: "¿Pero no estabais en crisis?". Hay un desfase entre la producción y la renta disponible, porque llegan muchas transferencias del Estado, vía jubilaciones y otras subvenciones (que van menguando), tenemos un nivel de vida muy por encima de lo que dice la economía. En cualquier balanza fiscal salimos ganando de largo. A Asturias no le interesa nada que se publiquen las balanzas fiscales como pide Cataluña: quedaría claro que no aportamos lo que recibimos ni en broma. Además es una realidad incómoda porque llevamos mucho tiempo quejándonos de lo mal que va todo y del poco caso que nos hace el Estado.
De todos modos, insisto en el contraste con el modelo anglosajón: allí quedó tierra quemada. Los 'Chavs' de Owen Jones en medio de una ruina industrial. Los jóvenes de la cuenca minera asturiana aún no son 'Chavs'. 

P. Todas las historias de la reconversión se parecen un poco, en efecto, pero todavía hay clases: en 'Roger and Me', el documental de Michael Moore sobre el cierre de las plantas de General Motors en su pueblo (Flint, Michigan), hay una escena berlanguiana: las autoridades deciden que la fórmula magistral para que Flint renazca de sus cenizas es construir un parque temático. La apuesta, claro, no funciona, y al poco hay una ola brutal de desahucios que convierten Flint en un suburbio fantasma de pobres. Todo ello en un espacio de tiempo relativamente corto. En Asturias, como dice usted, se sigue otro ritmo y no se ha llegado a ese punto.
La capacidad de movilización de los trabajadores dio una prórroga de una generación por lo menos. A medida que se vayan muriendo los pensionistas… esto peta
R. Asturias no es Detroit, tampoco es el modelo 'thatcherista', en la cuenca minera el declive es evidente porque hay muchas tiendas cerradas y los jóvenes se están marchando, pero no hay esos niveles de deterioro social y urbanístico, no ves casi gente durmiendo en la calle. Los jóvenes están en paro, en unas cifras altísimas, pero los padres o los abuelos les pagan los estudios con el dinero de las pensiones. España es uno de los países con la tasa de natalidad más baja del mundo; pues bien, Asturias tiene la tasa de natalidad más baja de España. La correlación entre trabajadores activos y jubilados es la más desfavorable de España. Un porcentaje alto de jóvenes ya está fuera, en Madrid como muy cerca, en Bruselas, en Londres, con cierta cualificación y posibilidades de empleos más o menos precarios, pero desarraigados. Y no se van a gusto, la mayoría se va de Asturias a desgana, pero con la conciencia de que aquí no hay trabajo. Es una sociedad de viejos. 

P. ¿Debe resolver el Estado esta situación?
Hay un desfase entre la producción y la renta disponible, porque llegan muchas transferencias del Estado, que hacen que tengamos un nivel de vida muy por encima de lo que dice la economía
R. Esa es una reivindicación histórica. La crisis de la minería empieza en los sesenta, tras el plan de estabilización, y se resuelve nacionalizando las minas. La frase típica de empresarios y mineros desde entonces es: el Estado tiene que resolver esto. Pero luego vino el desmantelamiento de las empresas públicas, la destrucción del empleo industrial (subsiste la siderurgia, con un nivel de empleo que no es el que fue). Y siempre con la reivindicación permanente al Estado, que intervino, por ejemplo, invirtiendo en infraestructuras, a veces sin ningún criterio y estrategia, o directamente de un modo absurdo, como la disparatada ampliación del puerto de Gijón [El Musel]. No había demanda de tráfico para este superpuerto. Se construyó también una regasificadora junto al puerto, que nos cuesta un dineral solo en mantenimiento, y ya veremos si abrirá algún día.
El superpuerto es ahora mismo un enorme descampando asfaltado. Literalmente. Un puerto gigantesco sin tráfico. Con los barcos entrando y saliendo del puerto viejo. Es la obra por la obra. El negocio es la obra, si es útil o no, ya veremos, pero mientras dura la obra, generamos empleo para todos los precarios que andan por ahí. Pan para hoy otra vez [24 responsables de la ampliación de El Musel, varios de ellos cargos públicos, están a la espera de juicio. La Audiencia Nacional les acusa de prevaricación y fraude. La acusación particular denuncia un agujero de 250 millones de euros]. 

P. El de las nuevas infraestructuras es un escenario típico posreconversión: obras para mitigar el impacto de los cierres. Más allá del superpuerto, el nivel de improvisación se ve incluso mejor a pequeña escala, en los museos construidos en las cuencas mineras que nunca llegaron a abrirse.
R. Los fondos mineros trajeron mucho dinero a las cuencas. Los sindicatos mineros tuvieron mucho poder, pero no tenían por qué saber de reindustrializar ni de estrategias territoriales, debería haber sido tarea de los gobiernos, no te digo de la patronal, porque empresarios apenas tenemos. Pero no había ni estrategia ni proyecto, y los sindicatos, cuyos mineros habían logrado esas ayudas, decidieron sobre infraestructuras absurdas, como la Y de Bimenes, una autovía de salida de la cuenca minera muy poco transitada, quizá porque no lleva casi a ninguna parte. Había dinero, había que gastarlo y lo gastamos en cualquier cosa. Mucho hormigón, porque la patronal de la construcción en Asturias es casi la única patronal digna de tal nombre, y porque al no haber proyectos alternativos, se gastó en infraestructuras: siempre tuvimos la obsesión de que ese era nuestro talón de Aquiles. 

P. Cuando a finales de los setenta arrancó la reconversión industrial, el panorama pintaba tan negro en Asturias como en Euskadi, pero en algún momento desviaron sus destinos económicos. ¿Por qué la economía vasca salió mejor parada?
La fortaleza del movimiento obrero logró que la paz social en Asturias saliera muy cara
R. La reconversión en el País Vasco fue tan dura como en Asturias, la industria integral despareció, pero consiguieron reponerse mejor apoyados en su tejido empresarial. Asturias no tuvo mucho tejido empresarial autóctono, lo que teníamos era carbón, la industrialización del siglo XIX se hizo con capital (protegido) de fuera. Dos o tres generaciones después, estos empresarios pioneros se convierten en burguesía asturiana, pero en los sesenta dimiten definitivamente en favor del Estado, se deshacen de las minas y de la siderurgia y desaparecen casi como clase social. En Asturias no hay tejido empresarial salvo casos esporádicos, al contrario que en el País Vasco, cuya economía estaba más diversificada de origen. Si a esto le sumamos la soberanía fiscal vasca y su autogobierno —la autonomía asturiana es muy sucursalista— nos hacemos una idea de las dos velocidades.

El psiquiatra

Una señora de mediana edad sale a dar un paseo por Gijón y aparece de pronto junto a la fábrica desaparecida donde una vez trabajó. No sabe cómo ha llegado hasta ahí, los pies y la cabeza la dirigían hacia otro lado, pero fue arrastrada por una fuerza desconocida. En trance… Parece el arranque de una película fantástica, pero tiene más de realismo social (asturiano) que de ciencia ficción. Se trata de una antigua empleada de la fabrica de camisas IKE, cuyo cierre, en 1990, generó una las luchas más épicas y olvidadas de la reconversión industrial: el 15 de junio de 1990, las trabajadoras ocuparon la fábrica y se pasaron… cuatro años dentro.
Nuestra protagonista aparecía por los alrededores de la fábrica en estado parecido a la hipnosis. Extraviada. Desconcertada. Pocas metáforas ilustran mejor el desconcierto y la crisis de identidad que atraviesa Asturias. La historia se la contó la mujer a su psiquiatra, Guillermo Rendueles, que trabajó en un Centro de Salud Mental hasta su jubilación y ahora pasa consulta por su cuenta, y que ha tratado a toda una generación de gijoneses de diversa clase y condición: obreros, burgueses, jóvenes y mayores, todos buscando alivio psicológico.
Rendueles, antiguo profesor de filosofía de la UNED, lleva años reflexionando sobre cómo la descomposición de las redes de solidaridad obrera llenaron las consultas psiquiátricas. De la lucha colectiva a la terapia individual, lo que antes te resolvía el comité de empresa y el sindicato ahora te lo resuelve el terapeuta, del Estado del bienestar al Estado del malestar (mental). La psiquiatrización de la derrota. De la revolución a las pastillas.
Visitamos al doctor Rendueles en su casa y para empezar… nos habla de Malthus. El economista británico Thomas Malthus escribió en 1789 que la sobrepoblación acabaría con la raza humana en un siglo. Sí, se equivocó, pero sus teorías demográficas, elaboradas al calor de la revolución industrial, aún colean: o cómo ajustar la población a los recursos existentes. ¿Qué tiene que ver esto con Asturias? Explicado en toda su brutalidad: Y si el exilio juvenil asturiano no fuera un problema, sino una solución perversa... Ningún político diría eso en alto, pero…
"Yo creo que la historia actual de Asturias ya estaba en la cabeza de algunos en los años ochenta. El malthusianismo. Malthus venía a decir que había que comerse a los niños, pero ahora, con que la gente se marche por la crisis, basta, que Asturias quede con una población inferior al millón de habitantes [ahora tiene 1.028.135], quizá no más de 900.000 habitantes, como una gran barriada de Madrid. Una población reducida, anciana, más fácilmente gestionable. Con un tipo de sociedad que odiaría Thatcher: estabulada, pedigüeña, lo que los anglosajones conocen como 'free riders'", explica Rendueles.
Pese a la lluvia de subvenciones, la salida a la crisis de la minería y el metal "no fue una salida sindical solidaria", según Rendueles: "Villa quería sacar todo lo posible... solo para los suyos. El sálvese quien pueda. El modelo económico asturiano es de piel de leopardo: zonas sueltas que sobreviven con subvenciones, eternamente agradecidas a sus sindicalistas: ahora sabemos que los principales líderes sindicales mineros eran unos chorizos, pero la UGT sigue sacando mayoría en estos lugares. No importa que pillaran a Villa llevando un dineral en bolsas al banco".
En efecto, el modo en que Villa afloró el dinero fue tan cutre que cuesta creer que hubiera sido el hombre más poderoso de Asturias. "Estaba seguro de que no le iba a ocurrir nada. Era el Padrino. Se dice que los domingos aparcaba su Audi en la plaza, se ponía a leer la prensa y la gente iba subiendo al coche a pedirle favores: 'Oye, búscame un empleo para la residencia'. Uno detrás de otro. Estaba tan metido en su papel de Vito Corleone de las cuencas que le pareció normal presentarse en el banco con bolsas llenas de dinero. Pero el del banco se acojonó; debió pensar: 'Aquí vamos todos para el trullo', y alertó a sus superiores. Pero vamos, fue una casualidad, Villa podía haberse ido de rositas y nadie se hubiera enterado nunca de nada", asegura el doctor.
Los museos en las cuencas serían, según Rendueles, otra metáfora de lo que ocurre en Asturias: la museificación de la realidad. "En el Museo de la Minería te meten en un ascensor para bajar hasta el fondo del pozo, el ascensor va muy lento, para que tengas la sensación de que bajas mucho, pero solo bajas un piso, no tiene nada de real". De la mina al simulacro.
Dice Rendueles que "vivimos en una falsa solidaridad sindical" y pone un ejemplo: en los altos hornos, los contratados comen en un comedor al que no pueden acceder los precarios de las contratas. "Es una región hecha puré en ese sentido, no hay solidaridad intergeneracional, y a cambio todo está envuelto en una retórica muy progre. Es una región desmantelada a nivel económico, pero también a nivel psicológico y moral", asegura.
Los efectos de la crisis a nivel sanitario son diversos, según Rendueles:
1) "Hay una sobrecarga sanitaria importante. Con una pirámide de población tan anciana es difícil planificar: los pediatras y las matronas ven muy pocos críos, pero los de medicina interna y vascular están hasta arriba".
En barrios como Pumarín (Gijón) más del 50% de las mujeres mayores de 60 reciben tratamiento con ansiolíticos
2) "La tasas de suicidio están altas, también las demandas psiquiátricas. En barrios como Pumarín (Gijón) más del 50% de las mujeres mayores de 60 años reciben tratamiento con ansiolíticos. Es una población demandante de servicios sociales: Imserso, viajes, clubs de lectura, etc. Estos planes, por cierto, han funcionado bien para algunas mujeres de las cuencas que nunca habían salido de casa, y ahora viajan. Una mejora de vida importante —falsa, porque está basada en la pura superestructura—, pero efectiva. Por contra, para los hombres, que son más burros, las jubilaciones prematuras fueron catastróficas, aumentaron las patologías de alcoholismo, los accidentes, el no saber qué hacer con el tiempo libre, les dio en la línea de flotación. Aumentaron mucho las rupturas matrimoniales a partir de los 55 años".
3) "Hay un malestar profundo que conduce a la psiquiatría. Todo a base de salidas individuales. A veces viven tres generaciones diferentes de las pensiones de los jubilados. Ocurre que los jubilados se están muriendo o van camino de cumplir los 65, cuando las pensiones bajan".
Antes había verdadera fe en que el turismo lo solucionaría todo, pero ahora es una fe retórica: el último PSOE es estoico, sufriente, resignado con la situación que les ha tocado gestionar
La pregunta del millón es: ¿Qué ocurrirá cuando se acaben las subvenciones? Que podrían ser sustituidas por otras más precarias para ir tirando. "El truco —y aquí volvemos a Malthus— es reducir población. Cuantos menos seamos más fácil será vivir de los subsidios, aunque sean de supervivencia: un salario universal de 500 o 600 euros no es descartable en Asturias. Si vamos a 800.000 habitantes, no sería difícil de subsidiar. Seríamos una especie de población de esquimales, esperando a los turistas", sostiene Rendueles.
En efecto, Asturias fía ahora parte de su destino al turismo, nueva obsesión regional, psicodramas folclóricos incluidos. "Fiarlo todo al turismo es arriesgado. Aquí hay grandes broncas cada vez que la televisión nacional anuncia que va a llover en Asturias… y luego no llueve, como si hubiera una conspiración contra Asturias para que no vengan los turistas, o como si el flujo económico asturiano dependiera del hombre del tiempo. Antes había verdadera fe en que el turismo lo solucionaría todo, pero ahora es una fe retórica: el último PSOE —el de Javier Fernández— es estoico, sufriente, resignado con la situación que les ha tocado gestionar", zanja Rendueles.

Los periodistas 

Una foto de ocho amigos de una pandilla asturiana en la que seis de ellos aparecen difuminados. ¿Qué les pasa? Que se han tenido que ir de Asturias. He aquí un reportaje reciente de 'El Comercio' del que todo el mundo habló: "El éxodo juvenil: de ocho amigos de una pandilla solo dos quedan en Asturias". Su autor: Ramón Muñiz.
'Renedo no es un caso', sobre una de las redes clientelares del Principado que acabó en los tribunales, y 'El gabinismo contado a nuestros hijos', sobre uno de los políticos claves de la autonomía, son dos de los mejores libros recientes sobre el devenir asturiano. Sus autores, Ramón Muñiz y David Remartínez, curtidos en la prensa local, pero aún jóvenes. Remartínez dirige la revista de investigación 'Atlántica XXII', que acaba de sacar un monográfico sobre la crisis astur.
Juntamos a Muñiz y Remartínez en el café-librería La revoltosa de Gijón para repasar el estado de las cosas.

PREGUNTA. Habláis mucho sobre el grandonismo ¿Qué es eso del grandonismo?
El grandonismo es: somos la cuna de España, todos nuestros mitos fundacionales —la Batalla de Covadonga, Pelayo— van por ahí, pero al mismo tiempo somos la cuna de la izquierda española
D.R: Es uno de los elementos que paralizan Asturias El grandonismo es: somos la cuna de España, la cuna espiritual, todos nuestros mitos fundacionales —la Batalla de Covadonga, Pelayo— van por ahí, pero al mismo tiempo somos la cuna de la izquierda española.

P. Tremenda paradoja.
D.R: Sí.
R.M. No ya la cuna de España: la cuna de la civilización europea, según Rouco Varela, que hace unos meses estuvo dando una charla en Asturias por el aniversario de Covadonga y dijo que Asturias había salvado a la cristiandad, luego aquí nació Europa.
D.R. El grandonismo es sumarle a ese hito fundacional folclórico el mito del nacimiento de la izquierda: de la revolución de octubre de 1934 a las huelgas mineras de la reconversión. Todo eso junto ha generado un sentimiento de lo grandes que fuimos, de melancolía, de lo que nos debe España por todo ello. Esto paraliza porque extrapola todos los problemas al exterior.
R.M. Es curioso porque ahí están todos los ingredientes —deuda histórica, no nos están tratando como merecemos— para un gran movimiento nacionalista… que no hay en Asturias. El grandonismo funciona mejor a nivel psicológico que político, mira cómo se llaman las cosas en Gijón: el campo de fútbol, El Molinón, la escalera principal de la playa, La Escalerona [la calle con la acera más grande: La Acerona]. Nuestras cosas son grandes de por sí, hablan por sí mismas, no necesitamos articular un movimiento político para defenderlas.

P. Territorio 100% folclórico.
R.M. Sí.
D.R. El punto de partida es igual al de cualquier nacionalismo: nuestra identidad tiene algo excepcional. Y no solo eso, también tiene algo fundacional: España se fundó aquí, la izquierda se fundó aquí. Pero no deriva en un nacionalismo como el catalán, el vasco o el gallego porque somos el germen de España. Pero si tú reescribes mal tu Historia, no puedes encarar tu futuro, por hortera que suene esto. Si lo que quieres es volver a ser lo que fuiste —o como cantaban Los Nikis: volver a ser un Imperio— toda tu construcción de futuro se estrellará contra ese imposible, pero si tienes una visión de ti mismo, no te digo ya más humilde, sino un proyecto de autonomía más contemporáneo y no apoyado en mitos pasados, puedes reinventar lo que quieres ser. No hay más que ver lo que está pasando con la descarbonización, con lo poco que quedaba del pasado industrial, toda la Asturias institucional ha reclamado que el carbón siga siendo importante… 

P. ¿Cómo de tocado queda este mito izquierdista con la caída en desgracia de Villa y los trapicheos de los fondos mineros?
D.R. Villa ha desmantelado a la izquierda. No ya porque robara, eso es un simple apéndice, sino porque empesebró a esa izquierda dinamitera, que ya solo pedía prejubilaciones y un polideportivo en cada pueblo, en lugar de plantear una alternativa real a la reconversión, esa izquierda se fue paniaguando.
R.M. En realidad sí había dinero —los fondos mineros— para construir algo parecido a una alternativa, pero lo gestionó directamente el sindicato, y al final lo que se generó en las cuencas fue un PRI.
Villa apesebró a la izquierda dinamitera, que ya solo pedía prejubilaciones y un polideportivo en cada pueblo, en lugar de plantear una alternativa real a la reconversión, esa izquierda se fue paniaguando
D.R. La izquierda, especialmente la sindical, no ha hecho aún revisión crítica de esos años, balance de en qué se gastaron los fondos mineros, es tremendo. A día de hoy sigue sin saberse cuánto dinero se gastó.
R.M. Lo que sí ha generado el escándalo Villa es un desplome moral.
D.R. ¿Tú crees que lo hay?
R.M. Sí, sin duda. Es la puntilla de todo el sistema de fondos mineros.
D.R. Yo creo que hay un desplome moral, pero ciudadano.
R.M. Cuando se supo lo de Villa fue como cuando Pujol confesó su fortuna familiar en el extranjero. Eran dos referentes morales, aunque estuvieran de retirada, lo habían sido todo.
Villa explica Asturias. Es el fontanero absoluto. Deja a Jimmy Hoffa a la altura del barro
D.R. Villa explica Asturias. Es el fontanero absoluto. Deja a Jimmy Hoffa a la altura del barro.
R.M. Con él cae todo un sistema y de pronto no tienes casi nada a la izquierda. Está Podemos atizando a todo lo que huela a PSOE. Pero más allá de eso, la izquierda tradicional está desnortada.
D.R. Casi te diría que desmantelada, aunque siga gobernando la autonomía. Que en estas circunstancias de hundimiento Podemos, IU, PSOE y los sindicatos no sean capaces de pactar unos mínimos parlamentarios [el PSOE gobierna en minoría y con presupuestos prorrogados en 2018] refleja un poco eso. No hay capacidad alguna de liderazgo en ningún lado.
R.M. No son capaces, por ejemplo, de pactar temas tan urgentes como un plan para impulsar la natalidad, crear una red de guarderías gratuitas de 0 a 3 años. Pues no se ponen de acuerdo en eso. Es la vieja guardia atrincherada del PSOE contra un Podemos que la quiere desalojar, así que nadie hace mayor esfuerzo. Una legislatura estéril en contexto de desplome industrial.

P. ¿Es la hora del fatalismo?
D.R. Al grandonismo se le suma el fatalismo: no se puede hacer nada contra nuestra mala suerte.
R.M. En Asturias la indignación muere junto al culín de sidra y solo genera debate de chigre, lo cual es también muy español.
Toda la indignación muere junto al culín de sidra y solo genera debate de chigre, lo cual es también muy español
D.R. España es muy fatalista, y ahí está la España negra, pero Asturias especialmente. Asturias está esperando a que abra la variante de Pajares para que llegue la prosperidad.

P. El Principado negó durante años que los jóvenes se estuvieran marchando de Asturias...
R.M. Al principio emigraban mayormente universitarios, y aún había esperanza de que volvieran, pero tras el estallido de la crisis, el fenómeno se aceleró: ya no solo se marchaban los universitarios, sino los camareros, los obreros de la construcción, sectores para los que sí había trabajo en Asturias. Los asturianos trabajaban fuera porque cobraban más. Ahora hay un tercer movimiento, el de los veinteañeros, aún más duro, como la historia que sacamos en el periódico: una pandilla de ocho amigos de los que solo dos siguen aquí. A los que se han ido les gustaría volver, pero con las condiciones que tienen en Madrid, en Italia o en Alemania, no se lo plantean; sería un paso atrás inasumible. 'Quiero mucho a esta región, pero no puedo volver', piensan.
El otro drama era el de los dos que se habían quedado en Asturias: el drama de los grupos que se están rompiendo. Tengo ahora un compañero que en verano, cuando vuelven los amigos, es feliz; pero cuando se acaba el verano, es el hombre más triste del mundo. ¡Todos sus amigos están fuera! La gente con la que creció se ha ido. Y arrastra el sentimiento de fracaso de: ¿Qué coño hago yo aquí si todos están fuera? Esta es mi ciudad… pero mi gente ya no está. 

P. La tentación de arreglarlo todo a golpe de obra también es algo muy español, aunque Asturias ha entrado en una deriva especialmente errática: de los museos vacíos de las cuencas a las obras gigantescas fallidas: el superpuerto de Gijón —que ha resultado ser un superfiasco—, la variante de Pajares —que no acaba de abrirse nunca— y mi favorita: el Metrotren de Gijón, iluminación personal de Francisco Álvarez Cascos cuando era ministro de Fomento, cuyo túnel está hecho y atraviesa la ciudad, pero sigue sin abrirse y ha dejado un paisaje subterráneo distópico: un conducto gigantesco, abandonado e inundado bajo los pies de los gijoneses.
R.M. Que desde hace diez años haya un túnel vacío de 3,5 kilómetros atravesando la ciudad... que ha consumido entre 80 y 100 millones de euros… Solo en estudios para saber qué hacemos con el túnel nos hemos gastado 9 millones de euros. En los momentos de expansión previos a la crisis de 2008, cuando había dinero y nos debían todavía más dinero, la élite asturiana se dedicaba a picotear, a mirar mucho al País Vasco, si ellos tenían un Guggenheim nosotros podíamos tener un Niemeyer. Por su peculiaridad orográfica, Asturias siempre se ha sentido aislada, es el desarrollismo por la infraestructura, la infraestructura por la infraestructura, el necesitamos más infraestructuras como mantra permanente. Es cierto que se partía de una situación de déficit, de menos autovías y comunicaciones. La variante de Pajares, por ejemplo, es una obra carísima, en parte porque se hizo como se hizo, sin muchos estudios previos, pero bueno, se está haciendo.
Desde hace diez años hay un túnel vacío de 3,5 kilómetros atravesando Gijón... Ha consumido entre 80 y 100 millones de euros
D.M. Pajares condensa todo el grandonismo asturiano: todo lo que nos deben se resume en los 3.500 millones de euros de esa obra. Nos deben la conexión principal, nos deben sacarnos de este aislamiento geográfico. Todos los políticos asturianos quieren ser los que lograron que nos devolvieran todo lo que nos deben y los que lograron cambiar el modelo productivo. Todas las ideas han sido iluminaciones: voy a construir un superpuerto, voy a construir una regasificadora.
R.M. Todo eso tenía cierto sentido…
D.R. No lo tiene si no es dentro de un proyecto…
R.M. Pero si se está muriendo la minería lo lógico es impulsar las centrales de ciclo combinado que son el nuevo futuro. Lo que pasa es que todo eso se impulsó sin análisis crítico y estratégico.
D.R. ¡Claro! Se redujo a generar obra pública.
R.M. Ahora resulta que tenemos una de las ratios más altas de vías ferroviarias, nuestra demanda permanente de infraestructuras ha propiciado una hiperdotación en algunas cosas. Carreteras: tenemos la Y, la S2 y la autovía minera en paralelo, y todavía se estaba proyectando una cuarta —la S3— que se abandonó por la crisis. Pero, eso sí, luego tienes abandonado parte del occidente de Asturias. Ha habido errores que han costado muchísimo dinero. La variante de Pajares condensa todos esos males: se lanzó sin tener claro el terreno, los túneles están perforados desde hace diez años, pero cada nuevo ministro de Fomento ha cambiado el proyecto de vías, ahora mismo tenemos un debate liliputiense sobre si la vía debe ser o no de ancho ibérico, y mientras el túnel sigue abierto y solo pasa el aire. Un túnel que sale a 3.500 euros por asturiano.

El alemán

Durante su segunda legislatura como presidente del Principado de Asturias (1999-2011), Vicente Álvarez Areces (PSOE), popularmente conocido como Tini, dijo una de esas cosas que pueden perseguirte hasta la tumba: calificó el exilio juvenil asturiano de "leyenda urbana". Con los años, y según fue aumentando la cifra de jóvenes asturianos por el mundo, la "leyenda urbana" de Tini se convirtió (a su pesar) en hito folclórico, con varias canciones refiriéndose de un modo crítico o satírico al episodio.
Aunque casi todo el mundo se toma ahora a cachondeo esta "leyenda urbana", el comentario de Areces generó "rabia" al principio, como explica el cantautor gijonés Nacho Vegas. "Recuerdo la rabia de ver a Areces mintiéndonos a la cara cuando yo estaba viendo cómo familiares y amigos se piraban forzosamente de Asturias. Entonces pensé que Tini era un miserable. Recuerdo sentir una rabia parecida cuando Rajoy dijo en 'Salvados' que los desahucios eran cosa del pasado y yo acababa de ver a gente de la PAHD de Asturies llorando por no conseguir parar uno. Aunque parece obvio, fue en esos momentos cuando pensé que Areces y Rajoy eran unas ratas".
Pues bien: el causante de que a Areces se le calentara la boca fue un hombre conocido en Gijón como "el Alemán de Cimadevilla" [antiguo barrio de pescadores de la ciudad], el sociólogo Holm-Detlev Köhler, que si bien es alemán, lleva veinte años afincado en Asturias.
Holm-Detlev Köhler vino a Asturias temporalmente en los años noventa a coordinar el ensayo 'Asturias: el declive de una región industrial' (Trea, 1996) y se acabó quedando tras sacarse plaza en la Universidad de Oviedo. Gran especialista en los agujeros de la reconversión, Köhler fue uno de los primeros en airear cifras del exilio juvenil (que molestaron a Areces) y en denunciar el despilfarro de los fondos mineros y las ayudas europeas (que no le hicieron muchos amigos en las cuencas).
El despilfarro de los fondos mineros es espectacular
El profesor Köhler tiene su despacho en un bajo de Cimadevilla. Puedes verle desde la calle tecleando su ordenador, rodeado de pilas y estanterías de papeles y libros. "¡Mis estudiantes se estaban marchando! Salí en prensa hablando del exilio juvenil. A Tini le molestó. Me respondió (sin citarme) calificándolo de leyenda urbana", recuerda Köhler, que nos hace un resumen acelerado del ciclo largo de la crisis industrial asturiana.

1) "No es que Asturias sea la región que menos ha crecido desde la democracia, es que es la que menos ha crecido desde los años sesenta, con la llegada del desarrollismo y el abandono de la autarquía. El carbón asturiano nunca fue competitivo, pero como España no importaba durante la autarquía, se sacaba carbón asturiano a punta pala, materia prima mimada por el primer franquismo. Una burbuja financiada por el Estado. Hay un año —creo que hacia finales de los cincuenta— en el que Asturias fue la región más próspera de España, la más rica en PIB por habitante".

2) "El despilfarro de los fondos mineros es espectacular. Asturias es una de las regiones que más dinero ha recibido por habitante de los fondos europeos. Había varias ayudas: fondos regionales, sociales, para regiones de carbón, de naval, de siderurgia. Y luego los fondos mineros nacionales que consiguieron los sindicatos. En relación a la población, aquí ha llegado más dinero que a ninguna otra región de España. Y este dinero se ha gestionado malamente. Se ha repartido, pero no se ha gestionado. Pero en los noventa era imposible criticar esto. Me convertí en uno de los supuestos enemigos de Villa, pero no me gusta personalizar, prefiero hablar de tendencias estructurales. Y no me gusta porque Villa, Tini y Cascos pecaban de esa actitud personalista, paternalista y jerárquica: nosotros vamos a Madrid y os conseguimos las subvenciones y las carreteras, decían a los asturianos, una personalización peligrosa y contagiosa. Por eso no me gusta hablar en términos personales, aunque Villa sea el mejor ejemplo de cómo se ha contaminado la cultura sindical y socialista asturiana".
Asturias se ha convertido en un geriátrico que hay que mantener. Los jóvenes ya no pueden vivir aquí. ¿De qué van a vivir?

3) "Las condiciones de jubilación han sido inéditas a nivel europeo. Estos jubilados de oro se mantienen a sí mismos, a sus hijos y a sus nietos. Con ese dinero se estudia, se vive, no ha llegado aún la exclusión social y la pobreza de otras regiones mineras europeas. Como Asturias es relativamente pequeña, al Gobierno central le resultó relativamente barato pacificar con dinero. Me quito este problema, aunque no lo soluciono. Esa ha sido la estrategia hasta hoy".

4) "Asturias es la región española que más población ha perdido. Desde hace décadas. Y la más envejecida. Y la tendencia no se frena. Se está convirtiendo en un geriátrico que hay que mantener. Los jóvenes ya no pueden vivir aquí. ¿De qué van a vivir?".

5) "Asturias ha sufrido más que otras regiones la falta de interés de los Gobiernos centrales por la política industrial. Reducir, cerrar, subvencionar o privatizar para deshacernos de la industria, esto fue la reconversión industrial. Los gobiernos centrales pensaban que la industria era parte del pasado, algo obsoleto, que España era un país de turismo y servicios, de construcción, finanzas y bancos, todo esto ha acabado con Asturias".

Moraleja: hace falta algo más que Tini, Villa y Cascos a lomos de Furaco para arreglar esto.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Pesadilla en el banco central


Publicado en: Sin Permiso

Estas noches de verano los bancos centrales sufren una pesadilla recurrente. Sueñan que estalla un volcán llamado Recesión y que la erupción arrasa con economías enteras. Los flujos piroclásticos destruyen vidas y riqueza sin distingo. Angustiados, los responsables de los bancos centrales despiertan sobresaltados. Por un momento suspiran aliviados, pensando que sólo era una pesadilla. Pero para parafrasear el maravilloso microrrelato de Augusto Monterroso, cuando despiertan el dinosaurio sigue ahí.

No se necesita ser especialista en alta cocina macroeconómica para entender su inquietud. En los tiempos que corren, los nubarrones de una recesión están por todos lados. Y los bancos centrales saben que ya no tienen armas para enfrentarla.

La semana pasada se llevó a cabo la tradicional reunión de Jackson Hole, en Wyoming, Estados Unidos. Es una selecta conferencia organizada por la Reserva Federal de Kansas City, en la que participan funcionarios de bancos centrales, organismos financieros y especialistas en teoría macroeconómica. El tema este año fue el de los desafíos que enfrenta la política monetaria. Es el eufemismo que emplean los banqueros para hablar de sus pesadillas.

La última crisis llevó a los bancos centrales a aplicar una política de dinero fácil y bajas tasas de interés. Esa postura recibió el nombre de flexibilidad cuantitativa y consistió en inyectar billones de dólares y euros en el sistema financiero y bancario para evitar el colapso. Muchos alertaron sobre la hiperinflación que esto podría ocasionar. Pero 10 años después de haberse inaugurado esta política monetaria, las presiones inflacionarias brillan por su ausencia.  

La economía de Estados Unidos se ha mantenido en expansión, pero a una tasa débil (promedio de 2.1 por ciento anual desde 2010). Y aunque la economía se mantiene cerca del pleno empleo, los salarios siguen estancados y no hay presiones inflacionarias por el lado de los costos laborales.

Y en cuanto a las tasas de interés, los bancos centrales han seguido manteniendo una tasa cero o cercana a cero, pero eso no ha servido para reactivar la economía. Los bancos centrales quisieran regresar a una política normal, es decir, con tasas de interés cercanas a sus niveles históricos. Pero cualquier aumento en las tasas corrientes amenaza con desencadenar mayor volatilidad en las bolsas de valores y frenar todavía más una economía afectada por la deflación y atrapada en un paisaje de bajas tasas de crecimiento.

Ese es el escenario que ocupó la atención de los participantes en la conferencia de Jackson Hole. Algunos, como Larry Summers, el tristemente célebre macroeconomista de Clinton, concluyen que los bancos centrales deberían reconocer su impotencia. Frente a una nueva recesión no tienen ya campo de maniobra: ya no pueden reducir más sus tasas de interés. Además, relanzar otra ronda de flexibilidad monetaria sería parecido a lo que se intentó infructuosamente en Japón durante 20 años. 

Los indicadores a escala mundial son inquietantes. Bajas tasas de interés, endeudamiento y déficits elevados, y tasas de crecimiento tenazmente mediocres. Todo indica que existen frenos adicionales a la demanda agregada y que sólo una política fiscal o medidas novedosas, como la renta básica universal, podrían revertir. Pero el pensamiento conservador sobre austeridad fiscal es una cárcel de ideas de la que es muy difícil escapar.
Pero el principal problema que enfrentan los bancos centrales estuvo ausente de las discusiones en Jackson Hole. La verdadera pesadilla de los bancos centrales es su irrelevancia, no sólo en emergencias, sino también en tiempos normales. La raíz de esta intrascendencia es múltiple. Primero, los bancos centrales no controlan la oferta monetaria, contrario a lo que se piensa comúnmente. Hoy, la oferta monetaria es manejada por los bancos comerciales privados. En vista de que los bancos privados crean dinero de la nada, su problema no es conseguir que alguien le deposite sus ahorros en dinero de alto poder. Su problema consiste en encontrar sujetos de crédito confiables. Y en los tiempos que corren, esa tarea no es fácil.

Segundo, el banco central tampoco controla la tasa de interés de referencia para los inversionistas. Sólo la tasa de muy corto plazo (24 horas) que afecta el mercado interbancario de reservas de dinero de alto poder. Y los bancos privados se las han ingeniado para usar todo tipo de tecnologías y optimización contable para reducir su necesidad de reservas.

Tercero, el sistema bancario en su conjunto puede llegar a necesitar más reservas en dinero de alto poder (por ejemplo, cuando se excede en sus operaciones de crédito). En ese caso, el banco central no tiene más remedio que adoptar una postura acomodaticia y proporcionárselas, a menos que prefiera frenar el crecimiento económico.

El banco central camina dándose aires de importancia y emite comunicados severos y formales, como si fuera el dueño del negocio. En realidad no es más que el siervo fiel de los bancos comerciales privados.


Economista. Es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Fuente:
https://www.jornada.com.mx/2019/09/04/opinion/022a1eco