Fuente del artículo: El Mundo
La economía es un juego de equilibrios donde el movimiento de una variable altera, en mayor o menor medida, el comportamiento del conjunto. El paro es una fuerza mayor, quizá la incógnita de la ecuación que más pesa en el resultado final. El único indicador capaz de provocar una reacción en cadena. Es la tabla central de la balsa: si se agrieta descoloca a las demás, y deja que el mar se cuele dentro, hasta engullirla.
La economía española lleva tres años haciendo aguas por culpa del paro. Según la última Encuesta de Población Activa (EPA), bastan sólo 89.800 ciudadanos más para que el desempleo en nuestro país alcance el récord de los cinco millones.
5.000.000. La cifra da vértigo. Porque esconde 5.000.000 de historias, cientos de miles de ellas dramáticas. La EPA revela que hay 1,38 millones de hogares con todos sus miembros en el paro. Sin ingresos, queda poco dinero para afrontar los gastos básicos (alimentación y vivienda) y casi nada, o nada, para lo demás. Nada para ocio. Nada para ropa y calzado. Nada para viajar. Por eso el consumo se estrella.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) anunció ayer que las ventas de los comercios cayeron casi un 8% en marzo. Las tiendas llevan ocho meses seguidos malvendiendo. O lo que es peor, liquidando existencias. Los españoles no tienen fondos para irse de compras porque sus ingresos han caído o se han esfumado. Y porque los precios, para colmo, se han disparado.
La inflación roza el 4%, tras aumentar dos décimas en marzo. El tercer pésimo dato lo acaba de confirmar también el INE, convertido hoy, a su pesar, en pájaro de mal agüero, en pregonero de tragedias. Como el doctor que traga saliva para anunciar a los familiares que el paciente en estado crítico sigue empeorando.
Lo alarmante es que la inflación engorda, principalmente, por tres motivos. Uno: la subida de los carburantes, consecuencia de las tensiones geopolíticas y de la especulación de los inversores, a los que poco importa que el bolsillo del consumidor tenga agujeros, o grietas las cuentas de las economías más débiles. Dos: el encarecimiento de los alimentos, consecuencia en gran parte por la voracidad de los mismos inversores, que anteponen la obtención del máximo beneficio incluso a la amenaza de hambruna. Y tres: los propios desequilibrios de una economía podrida y hundida.
Para combatir la caída de la riqueza (PIB) e impulsar el consumo, los bancos centrales han optado durante mucho tiempo por mantener bajo los tipos de interés. El problema del dinero barato es que recalienta la inflación. Y la inflación elevada acaba afectando al paro ...y al paro. El círculo vicioso y viciado se cierra. Y los ciudadanos quedan atrapados dentro, muchos de ellos asomándose al precipicio desde el que se divisa la miseria. En España ya hay casi cinco millones. Y los que quedan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario