«El
primer día que estuve aquí, el 2 de agosto del año 2009, vi mi primer lobo.
Estaba reparando la tienda para dormir y lo vi justo ahí detrás (señala a un
lugar a escasos metros). No se puso nervioso, ni yo tampoco, le dije: “Hola, guapo”
y al poco se fue. Luego, durante muchos días, venía con la manada por aquí, de
noche».
Con
total tranquilidad y naturalidad, Francine Marcelle relata el que fue su primer
encuentro con un animal salvaje –«los animales no te atacan, eso son cuentos
para niños. Atacan más los de dos patas...»– en pleno bosque.
Esta francesa
de 50 años vive desde hace más de tres años en el pueblo de El Corralín (Degaña).
El pequeño poblado está enclavado en Muniellos. No exactamente en lo que se considera
Reserva de la Biosfera, pero sí en el mismo bosque. Fue abandonado en los años setenta
y después fue pasto de las llamas, tal como se aprecia aún en las edificaciones
derruidas, de lasque sólo quedan en pie las paredes de piedra.
Para
acceder hasta El Corralín hay que atravesar el bosque. Hay que ascender hasta
el cementerio de Sisterna y El Bao, dos pueblos de Ibias (que junto a El Corralín
eran antiguamente las aldeas de los tixileiros, que se dedicaban a la venta itinerante
de piezas de madera) y, desde allí, emprender una pronunciada bajada entre los árboles
hasta llegar al río Ibias. Cruzarlo por un par de puentes de madera y aún
restará ascender, de nuevo, hasta las casas. En total es un recorrido, a pie,
que puede llevar más de una hora y media, sin más camino que el que permite
poner un pie delante del otro. A Francine Marcelle ni la cansa, ni la preocupa
el largo y complicado camino para llegar a su hogar.
La
mujer llegó a Muniellos desde Andalucía. «Yo estaba muy enferma. Desde pequeña
he tenido un problema respiratorio muy grave que me llevó a numerosas operaciones.
Decidí dejar París y vine de turismo a España. Me encantó, así que me quede», relata.
El calor andaluz, no obstante,
no era nada bueno para su salud. Por eso se puso a buscar lugares donde pudiera
vivir y, gracias a internet, se encontró con un bosque que le robó el corazón:
Muniellos. Y decidió que ahí iba a vivir.
Cogió
un autobús y se plantó en Oviedo con su perrita «Max» y, paso a paso, se encaminaron
hacia Muniellos. «Sólo tenía mi carretilla y mi perra. Supongo que habrá gente que
se acordará de mí, incluso llegué a dormir en el cementerio de Cangas del Narcea».
El día
1 de agosto de 2009 llegó a Sisterna y El Bao. «Me encontré con que había mucha
gente en el cementerio, estaban enterrando las cenizas de un hombre y es como empecé
a conocer a la gente». Esa misma gente, los vecinos de los pueblos de la zona,
no daba crédito a lo que veía.
Francine
no sólo contaba una historia increíble, sino que tenía un aspecto muy enfermo: «Sangraba
por la nariz, por los ojos, por los dientes... Estaba muy, muy enferma. Pero no
hay nada que el aire y el agua de Muniellos no curen. Un año después estaba fantástica,
como no he estado en décadas». Fueron muchos de estos vecinos los que, sin ella
pedirlo, fueron acercándose a su casa a ponerle tejado, a llevarle madera, a echarle
una mano: «Se portaron fenomenal,
la mayoría. Yo pensé que estaría mucho tiempo durmiendo en la tienda y ahora tengo
una casa. Algunos dicen que es una chabola, pero a mí me parece un castillo».
Marcelle
vive de un pequeño huerto que ha plantado –«los tomates de El Corralín son los mejores
del mundo»–, de las castañas de la zona y de lo que compra con lo que consigue vendiendo
prendas de lana que teje.
«De vez
en cuando voy hasta el “Tixileiro”, de Sisterna, porque siempre han sido muy
buenos conmigo, y puedo comprar algo. O bajo hasta Cangas». Para ir hasta Cangas
tiene que coger el autobús de las siete de la mañana, lo que significa que ha de
salir de su casa a las cuatro y media,
con una pequeña linterna. Es en esos paseos en los que se ha encontrado varios osos:
«A uno, que es muy grande, lo he visto 18 veces este año. Otro me lo encontré en
medio del camino otra vez y se apartó para dejarme pasar; lo sé porque, cuando
pasé, volvió a ponerse en el camino. Los guardias dicen que los animales ya me
conocen, conocen mi olor, saben que soy de aquí y están tranquilos conmigo».
Incluso
una vez que se tuvo que quedar a dormir en el monte, porque su madre le había
mandado un paquete y no podía llevarlo tan rápido, un oso estuvo a cincuenta centímetros
de ella. «Estaba con mi perra, que era muy lista, y no dijo ni mu. Ya sabía ella
que más le valía estar callada», sonríe Francine Marcelle.
La
rutina del que llaman «el ángel francés» de Muniellos –así se a conoce en
algunos sitios, «otros me llaman Xana o Dama de El Corralín, pero no me gusta
nada»– ha cambiado porque su madre, que es mayor y delicada de salud, se ha trasladado
a vivir a Sisterna: «Antes iba muy de vez en cuando, pero ahora voy casi todos
los días a verla. Estoy con ella en el sitio que ha alquilado y me quedo hasta el
oscurecer. Bueno, eso si no me echa antes», se ríe.
Francine
Marcelle, que vivió en París, dice que El Corralín es su casa y que es muy
feliz; y lanza un mensaje a los habitantes de la zona: «Asturias es una joya, y
los asturianos yo creo que no lo saben del todo. Y han de tener cuidado, porque
las joyas siempre las quiere robar alguien. Hay que luchar para que esto siga como
está: sin carretera, sin electricidad».
Reportaje realizado por Pepe Rodríguez
Fuente: La
Nueva España
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