La palabra jubileo alude al acontecimiento que la Iglesia celebra
ordinariamente cada 25 años y en el que se otorga indulgencias a los
fieles que cumplan determinados ritos. Es conocido como año jubilar o
año sabático. Este último término nos aclara su origen judío, ya que
jubileo procede de la palabra yobel o shofar, trompeta primitiva hecha
de cuerno de carnero con el que los judíos anuncian sus fiestas y
acontecimientos más sagrados; entre otros, el año sabático o año
jubilar, que se celebraba cada cincuenta años y en el que la comunidad
estaba obligada a hacer lo que narra el Capítulo 25 del Levítico:
liberar a los esclavos, redimir las deudas, restituir las propiedades a
sus antiguos poseedores, dejar la tierra libre de cultivos y
alimentarse únicamente de lo que se recolectase. Una especie de reseteo
económico y social, a lo bestia.
Así lo recoge la Biblia: " Declararéis santo el año cincuenta, y
proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será
para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual
regresará a su familia. Este año cincuenta será para vosotros un
jubileo: no sembraréis, ni segaréis los rebrotes, ni vendimiaréis la
viña que ha quedado sin podar, porque es el jubileo, que será sagrado
para vosotros. Comeréis lo que el campo dé de sí. En este año jubilar
recobraréis cada uno vuestra propiedad."
El jubileo judío puede parecer una locura, pero tiene un hondo
sentido social y económico. Evitaba conflictos guiados por la envidia y
codicia, ya que todos sabían que la tierra poseída no era para siempre,
ni podía ser transmitida más allá de 50 años. Proporcionaba así la paz
social necesaria para la prosperidad colectiva. El desenvolvimiento del
comercio y de otras actividades a través de las cuales se podían poseer
terrenos tenía ese límite. Para los primeros judíos vender la tierra o
ser propietario de ella indefinidamente era inmoral. Con la adquisición
de una porción de terreno fértil no se adquiría propiamente la propiedad
de éste, lo que el derecho romano llama el pleno dominio, sino que
únicamente se adquirían las cosechas que pudieran obtenerse. El Levítico
proporciona asombrosas pautas económicas: "Comprarás a tu prójimo
atendiendo el número de años que siguen al jubileo; u según el número de
los años de cosecha, él te fijará el precio de venta: a mayor número de
años, mayor precio cobrarás; cuantos menos años queden, tanto menor
será su precio, porque lo que él te vende es el número de cosechas."
El desprendimiento de bienes materiales y el descanso en la
producción (en este caso agrícola) también tiene profundas consecuencias
psicológicas y ecológicas. Tribus nómadas asentadas en lo que hoy es el
Noroeste de Estados Unidos y Canadá celebraban el Potlatch, ceremonia
en la que los jefes más potentados donan a otras tribus o, simplemente,
destruyen la mayor parte de sus riquezas. Esa pérdida, lejos de
disminuir la jerarquía del jefe, la potencia. Este desprecio de lo
material era, precisamente, la prueba de valor del hombre. Los bienes
aquí no son cosas, son símbolos. Cuando se dan los bienes a otras tribus
más necesitadas no se está dando cosas, se están reforzando los lazos
sociales comunitarios, se da un símbolo de fraternidad, de solidaridad. A
su vez, el receptor queda ligado con un compromiso de ayuda mutua
invisible pero fuertemente establecido con el donante. El
establecimiento de la jerarquía política no está aquí basada en la
acumulación de la riqueza, sino en todo lo contrario, en la circulación
de la misma. El potentado refuerza su valor y dignidad a través de su
capacidad de perder algo propio con la finalidad de reforzar el lazo
social con otros, sin saber -ni siquiera se le ocurriría especular con
ello, ya que sería absolutamente despreciado- si algún día podrá ser
beneficiado con el mismo trato.
En el fondo los pueblos que practicaban el Jubileo y el Potlatch,
manifiestan lo que ya Marx ya advertía: el sistema de acumulación
indefinida de riqueza propia del sistema capitalista es insostenible y,
a la larga, ese sistema acabaría autodestruyéndose.
¿Cuándo se perdió el Jubileo y el Potlatch? Los judíos perdieron su
Jubileo después de la liberación de su esclavitud en Babilonia. Esto es,
después de su contacto con una civilización "superior" y cuyos valores
superiores eran las conquistas territoriales llevadas a cabo por sus
ejércitos. Justo, lo mismo sucedió en el caso del Potlatch que acabó
fulminantemente a través de la colonización por el hombre blanco de los
territorios tribales canadienses y norteamericanos.
También hoy existe un Potlach, pero al revés: En él, entidades
poderosas acumulan bienes, dinero y, sobre todo, viviendas que casi
nunca venden ya que sería perder dinero y eso es malo. Prefieren ser
rescatadas. Es más cómodo y, sobre todo, más rentable para ellos. El
jubileo también se hace al revés. No perdonan nada, ni restituyen lo
cobrado de más (¿cláusulas suelo?). Tampoco devuelven ninguna propiedad
ni cumplen eficientemente su función de facilitar la circulación del
necesario flujo monetario, captando ahorros de familias y facilitando
créditos a empresas, pareciendo dedicarse con mayor intensidad a tareas
especulativas.
¿Jubileo? ¿Potltach? ...Mejor seguir el consejo que Milton Friedman da a los alacalufes en el genial poema de Nicanor Parra:
Que le dijo Milton Friedman
a los pobrecitos alacalufes?
-A comprar a comprar
quel mundo se vacabar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario