Los daños del caso Cifuentes
Vicente Clavero
El feo asunto del máster de Cristina Cifuentes ha causado serios
daños, cualquiera que sea su desenlace. Yo no sé si acabará para siempre
con la carrera política de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Ni
si se llevará por delante a los funcionarios -docentes y no docentes-
supuestamente involucrados en el caso. Pero estoy seguro de que tanto
este tipo de estudios como la universidad en general -y en particular la
Rey Juan Carlos- van a salir tocados.
Las distintas y contradictorias versiones de Cifuentes no ha habido
nunca por dónde cogerlas. Ni la que transmitió a través de terceras
personas nada más estallar el escándalo, ni la que dio ella misma a su
partido y luego en sede parlamentaria. No hace falta conocer a fondo los
mecanismos por los que se rige la enseñanza superior para compender que
se trataba de una versión -primero improvisada y luego chapuceramente
fabricada- cuyo único propósito era justificar lo injustificable.
Es muy difícil creer que una persona con las responsabilidades
políticas que ya entonces tenía Cifuentes se plantee hacer un máster.
Salvo que esté convencida de que va ser eximida -total o parcialmente-
de las obligaciones exigidas al común de los alumnos. ¿Se imagina
alguien a una delegada del Gobierno en Madrid, no ya asistiendo a clase,
sino elaborando en sus escasas horas libres los trabajos necesarios
para sacar adelante sus asignaturas? Y todo por un máster que a fin de
cuentas, según ella, no añadía ningún mérito relevante a su curriculum
académico.
Pese a ser inverosímil, Cifuentes ha intentado -y sigue intentando
aún- que la opinión pública comulgue con ruedas de molino. Y otro tanto
puede decirse de sus correligionarios. Ésos que la aplaudieron el
miércoles en la Asamblea con el mismo entusiasmo mansurrón y lanar con
que en su día celebraron las negaciones de Francisco Granados, Ignacio
González o Esperanza Aguirre sobre los episodios de corrupción en que
aparecían implicados. Por no hablar de Ciudadanos, que es incapaz de
terminar con tanta impostura, pese a tenerlo al alcance de la mano.
Pero igual de irritante que todo esto es el estigma que a partir
de ahora arrastrarán injustamente los máster, después de que el caso
haya mermado su reputación. Al menos los de la Rey Juan Carlos. ¿Cuántos
jóvenes titulados tendrán que soportar en el futuro la broma pesada de
si cursaron de verdad el suyo o también se lo regalaron? ¿Qué valor
tendrán unos estudios con su credibilidad mermada en el mercado de
trabajo? ¿No pensaron en el daño que hacían a la institución
universitaria quienes, fuera y dentro de ella, han urdido esta farsa?
Por eso, el peso de la ley debe caer también sobre los funcionarios
-docentes y no docentes- que han dado cobertura a Cifuentes. Tampoco
sería bueno que se fueran de rositas las autoridades académicas que
tienen la obligación de velar por el rigor de los procesos. Empezando
por el rector, que hizo gala de una imprudencia temeraria al salir
precipitadamente a dar una explicación de los hechos que ahora parece
que él también contribuyó a guionizar.
Fuente: Diario Público
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