martes, 5 de marzo de 2019

El siglo XXI tiene que ser el momento de volver a lo cercano, lo pequeño y lo lento. Entrevista a Ana Etchenique, Vicepresidenta de CECU

Ana Etchenique



Ana Etchenique,
vicepresidenta de CECU 

El siglo XXI tiene que ser el momento de volver a lo cercano, lo pequeño y lo lento 

Creada en 1983, la Confederación de Consumidores y Usuarios (CECU) fue la primera confederación constituida en España sobre la base de las asociaciones de consumidores existentes en esa fecha en las Comunidades Autónomas. Su misión es potenciar y coordinar el movimiento de consumidores y usuarios a nivel nacional e internacional, fortaleciendo su actividad y acción reivindicativa e intercambiando experiencias. Además, quiere ser interlocutor válido de los consumidores y usuarios ante las diferentes administraciones y promover y proteger sus legítimos derechos.

CECU nace como organización de defensa de los consumidores y desde hace muchos años ha estado implicada en materia de RSE. ¿Cómo cree que ha evolucionado?
Efectivamente, CECU se crea en 1983 como la primera organización de ámbito estatal centrada en la defensa de los derechos de los consumidores y, poco a poco, vamos ampliando nuestro marco de actuación y nuestra forma de entender la vida, desde el punto de vista del consumo, en el que los consumidores somos el penúltimo eslabón de una cadena que empieza con la extracción de recursos, el cultivo y pasa por una serie de fases hasta llegar a nuestro plato, a nuestra casa, armario, despensa, a nuestra vida… Entendemos que somos cómplices de todo lo que ha sucedido previamente y, por ello, entramos con una convicción absoluta en lanzar, junto a otras organizaciones, el Observatorio de la RSC.
En un inicio, nos ilusionó mucho la RSC, entramos a trabajar en el Observatorio, fuimos a muchas reuniones del Pacto Mundial y participamos en encuentros con empresas, pero poco a poco se nos fue yendo la ilusión porque la cultura empresarial es muy fuerte y anualmente tiene que rendir cuentas ante el accionariado. Esa es la gran barrera entre el deseo que tiene la empresa de hacer las cosas de otra manera y la imposibilidad de hacerlo.

¿Qué es necesario para que se produzca un cambio? 
A lo largo de los años hemos comprobado que los profesionales de la RSC son gente estupenda, pero si no hay un alto cargo, directivo o CEO realmente implicado todo el trabajo se convierte, muchas veces, en un lavado de cara, en el llamado lavado verde que tiene un recorrido muy corto y ha hecho que la gente ya no crea en esto.

¿Qué papel juega la ciudadanía? 
Como ciudadanía de a pie, no tenemos cultura de nuestra responsabilidad medioambiental y laboral porque en España hemos llegado tarde a todo, a la democracia y a tener dinero. Con nuestra entrada en Europa, recibimos dinero y no nos paramos a pensar en las consecuencias de nuestras formas de consumo y de nuestras formas de exigencia a los políticos para legislar y a las empresas para ser responsables. Además, cambia el sistema económico. Mientras que antes la industria constituía el núcleo de nuestra economía, de repente se desplaza al consumo y ahí es donde nos hemos vuelto rehenes de un sistema que juega en nuestra contra, porque nos hemos encontrado con la obsolescencia programada, con la ropa de mala calidad que deshechas y repones permanentemente, y con una alimentación que desemboca en obesidad y diabetes.

¿Qué hacer ante esta situación?
Desde hace tiempo, en CECU optamos por atender el impacto que tiene el consumo equivocado, el abuso de las empresas y dar a conocer los derechos de los consumidores y trabajamos en red con otros sectores, con otros colectivos de la sociedad civil, para saber qué está pasando.
Un claro ejemplo de ello es que hemos formado parte de la directiva de Fairtrade porque consideramos que el comercio justo demuestra que es posible producir y consumir de otra forma, pero, aunque ha entrado en las grandes distribuidoras, todavía sigue siendo minoritario y se concentra en determinados productos como el cacao, el azúcar, el café y el té.
Con la llegada de la globalización, donde todo era lejano, enorme y rápido, hemos acabado con el planeta y ahora, el siglo XXI tiene que ser el momento de volver a lo cercano, lo pequeño y lo lento. Esto es lo que nos va a permitir volver a la escala humana y recuperar todo lo que hemos perdido por el camino y que nos ha permitido resolver problemas en el mundo. Entre otras cosas, ahora sabemos lo que ocurre en muchos sitios, que antes desconocíamos, ahora tenemos que recuperar el tiempo perdido y lo que hemos hecho bien en el pasado. La Humanidad ha llegado a un nivel de vida bastante decente hasta que hemos enloquecido y estamos destrozando el planeta, la fuente de nuestra vida.

Lleva puesto el pin de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. ¿Qué opinión le merecen?
Soy fan de Naciones Unidas. Creo que, en estos momentos, es el único referente que tenemos que se puede permitir lanzar propuestas como los Objetivos de Desarrollo Sostenible porque no están bajo la presión que tienen casi todos los gobiernos del mundo. Organizaciones como la OMS o la FAO están trabajando muy bien y llamando a las cosas por su nombre y la propuesta de la Agenda 2030 es un marco en el que todos deberíamos ir encajando lo que hacemos y ver en qué podemos contribuir porque se habla de todo de salud  mujeres, trabajo decente… ¡Es toda la actividad humana! Me parece que es un puzle que tenemos que completar entre todos.

¿Cómo ve el futuro? ¿Por dónde pasa la sostenibilidad del planeta y de la sociedad?
Estamos en un momento muy complejo y una de las complejidades que no se aborda es el envejecimiento de la población a nivel global. Este fenómeno va a crear una composición de la sociedad muy diferente donde entra todo el tema relacionado con los cuidados. La poeta y novelista nicaragüense Gioconda Belli dice que tenemos que empezar a hablar de “cuidadanos” en lugar de ciudadanos y se trata de un concepto muy bonito porque todos vamos a tener que empezar a pensar en cuidarnos y en cuidar a alguien. Este cambio demográfico va a ser una revolución porque nos va a obligar a plantearnos temas relacionados con la accesibilidad, la salud, la muerte… Por ejemplo, en los hospitales de España sigue sin prácticamente haber servicios de geriatría. Nadie duda que tiene que haber pediatras, pero en cambio no hay geriatras y es completamente diferente visitar a una persona de 80 años que de 50 o 60 años.
Y, por otra parte, el agua es el gran problema que vamos a tener. En Australia ya se está trabajando para comunicar a la ciudadanía que nunca más va a tener agua del grifo las 24 horas al día y aquí debemos estar en una situación muy parecida, pero nadie está hablando de ello porque no tenemos un concepto del bien común que esté por encima de todo. Tenemos que pensar en el bien común y en cómo las políticas, los productos y los servicios que se ponen de moda afectan a las generaciones futuras, porque si ponemos cara a los que van a pagar las consecuencias sería más fácil conmover a la gente y hacer que esta reflexión sea verdadera. Tenemos que exigir información porque no solo es un derecho, es un deber para poder tener un papel activo en recuperar el planeta y la salud de las personas.

Un consumidor cada vez más responsable y concienciado socialmente 

Según los datos de la Encuesta Sobre Hábitos de Consumo 2018, elaborada por la Mesa de Participación Asociaciones de Consumidores (MPAC), a 9 de cada 10 consumidores (93%) les preocupa el desperdicio de alimentos y creen necesario el consenso de todos los agentes sociales para disminuirlo, al tiempo que un 92% dice hacer algo por evitarlo, pues el consumidor también se considera cada vez más responsable (55%) de ello. Además, los consumidores españoles optan por la eficiencia de los recursos y por la disminución del desperdicio de alimentos y creen que una compra más racional y eficiente, unida a una mayor gestión y concienciación sobre el desperdicio de alimentos (49%) garantizaría el acceso a la alimentación de toda la población.

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