sábado, 21 de mayo de 2011

La nueva educación, de César Coca

La nueva educación

El uso masivo de los móviles y las redes sociales está cambiando las normas de urbanidad y las formas de relación


Mesa redonda en una universidad madrileña. Cuatro periodistas debaten sobre el futuro de la profesión ante unos centenares de alumnos que siguen sus intervenciones con interés. Uno de los ponentes, un veterano de las ondas que tiene numerosos seguidores en su cuenta de Twitter, escribe mensajes sin parar mientras el resto de la mesa discute acerca de las nuevas exigencias en la formación de los profesionales. En el turno de preguntas, una joven toma el micrófono y le dice muy seria: «Quiero preguntarle una cosa, pero me gustaría que me mirara a la cara y dejara de jugar con el ordenador. Los asistentes somos más importantes en este momento que sus amigos de twitter». Quizá sin saberlo, esa universitaria acaba de poner el dedo en la llaga: ¿la irrupción de las redes sociales y los teléfonos móviles ha cambiado las normas de urbanidad sin que nos hayamos enterado? Respuesta: lo está haciendo. El problema es que han desaparecido algunas pautas de conducta tradicionales sin que estén del todo definidas las nuevas.
El teléfono convencional ya había roto algunas convenciones. Usted, por ejemplo, está en una consulta médica, en un establecimiento comercial o en la ventanilla del banco y suena el teléfono. Casi con total seguridad, el médico, el dependiente o el empleado de la entidad financiera atenderán la llamada. Puede que sea una conversación muy breve, pero también es posible que se alargue unos minutos. La persona que está al otro lado de la línea no ha esperado su turno ni ha reservado una cita para la consulta, y sin embargo ha pasado por delante de muchos. Con los móviles, las posibilidades de esta irrupción en mitad de la consulta, una compra o un trámite oficial se multiplican porque ya ni siquiera existe el filtro de una centralita. ¿Dónde ha quedado la norma de esperar el turno para ser atendido?-
«Hay que entender que, para los comercios, el teléfono es una herramienta básica de trabajo, por lo que deben contar con una persona encargada de recibir y atender las llamadas», explica Diego Zala, jefe de estudios de la Escuela Internacional de Protocolo. Sin embargo, «es incorrecto pedir disculpas por anticipado al cliente o al paciente que ha visto la consulta interrumpida y atender a todos cuantos llamen», continúa Zala.
Lo que sucede en consultas, tiendas y ventanillas no es distinto de lo que se da en cualquier reunión. Tanto es así que empiezan a dictarse normas para impedir que las llamadas continuas arruinen una sesión de trabajo. El primer ministro británico, David Cameron, prohibió hace poco que los miembros de su gabinete llevaran el móvil encendido a las reuniones ministeriales. El líder ‘tory’ ya había reprendido a alguno de sus colaboradores por atender llamadas durante las sesiones de trabajo. En realidad, lo que Cameron pretende, según los especialistas, es dejar muy claro que durante una reunión gubernamental nada puede distraer a los miembros del equipo. Y que para ellos no puede haber nada más importante en ese momento que su trabajo. Sin olvidar lo molesto que resulta un concierto de politonos, entre lo folclórico y lo exótico, a cualquier persona que está concentrada en una tarea.
Los especialistas en urbanidad recomiendan prescindir de los teléfonos en cualquier reunión, incluso familiar. «No es adecuado mantener un móvil –y mucho menos hacer uso de él– en torno a una mesa o durante una sesión de trabajo», dice Zala, quien considera que solo excepcionalmente, si se espera una llamada de gran importancia, se puede tener el aparato conectado. Es preciso, entonces, advertir a los acompañantes de esa circunstancia. Pero la excepción no supone que se abra la posibilidad de atender todas las llamadas.
Las prioridades
Otra escena habitual: cena de Nochebuena, la familia reunida y los móviles que echan humo por los mensajes recibidos. ¿Qué hace la mayoría de los comensales? Contestar de inmediato a esas felicitaciones. Olvidan, al hacerlo, que siempre son más importantes las personas que están a nuestro lado que las que se encuentran lejos. La regla básica de las buenas maneras apunta que lo primero es lo real y lo virtual va más tarde. La prioridad es atender a las personas que están ahí mismo. Cuando la reunión termine, será el momento de contestar a esos mensajes. Sin olvidar hacerlo, porque lo contrario sería también una descortesía.
Quizá esa imagen de los adultos desatendiendo a quienes les rodean para dedicarse a los que están lejos esté grabada en la mente de los jóvenes. Por eso, no es extraño ver en un banco del parque a dos o tres adolescentes que han quedado para pasar la tarde juntos y están con sus móviles enviando mensajes o chateando. Y, por supuesto, sin mirarse a la cara. Es decir, que la relación con quienes no han quedado con ellos se antepone a la charla con los otros muchachos que están ahí mismo. «También puede ser que estén chateando entre ellos», dice divertido el sociólogo Javier Elzo. «Lo esencial hoy entre los jóvenes y no tan jóvenes es la inmediatez y la aceleración», explica. Así se entiende ese afán por la instantaneidad: de la información que se recibe y las réplicas que se solicitan.
¿Y las redes sociales? Ver a algunas personas que durante una reunión escriben mensajes en sus cuentas de facebook, twitter o cualquier otra red a través del móvil o un ordenador ya no sorprende a nadie. Lo hicieron algunos de los participantes en el famoso encuentro entre el presidente de la Academia del Cine, Álex de la Iglesia, y conocidos internautas, a propósito de la ‘ley Sinde’. Los especialistas en protocolo se echan las manos a la cabeza antes esas prácticas, porque quien lo hace da la imagen de estar más preocupado por contar lo que se dice en la sala que por participar activamente en la sesión. Es también lo que le sucedía al veterano periodista en la jornada universitaria que se cuenta al principio de este reportaje.
Enganchados
Hay personas que viven enganchadas a las redes sociales. Se trata de un porcentaje escaso, pero incluso una proporción baja cuando el colectivo supera de largo en España los 15 millones de personas da como resultado una cifra absoluta llamativa. Solo Facebook tiene ya 12 millones, y hay que añadir los de otras redes sociales, aunque en no pocos casos sean los mismos. Por eso, son decenas de miles las personas que consultan de continuo su ‘blackberry’ o ‘smartphone’, buscando el último mensaje recibido y con afán de contestarlo de inmediato. Anteponiendo, por tanto, esa relación virtual a la directa que tienen con su familia, amigos y compañeros de estudios o trabajo. Dicho de otra manera, menospreciando –aunque sea de forma leve– a los presentes, cuya conversación se interrumpe o desatiende para alimentar la inmediatez del diálogo con un ausente.
Además, las redes sociales tienen numerosos usos. Algunos más profesionales, otros más afectivos. Y otros, bordeando el comportamiento exhibicionista. ¿Qué pensar de quienes a lo largo del día anuncian ‘urbi et orbi’ que están en tal sitio tomando un café, saliendo de una reunión, comiendo, a punto de entrar al cine, subirse a un avión o acudir a una cita con visos de tener un desenlace altamente erótico? ¿Qué se pensaba de quienes, antes del invento de las redes sociales, voceaban al mundo que iban a hacer alguna de esas cosas? Directamente, que eran unos egocéntricos o unos maleducados.
Muchos han renunciado ya a calificar de esa forma esos comportamientos, ante su generalización. «No somos maleducados, solo tenemos que ponernos al día y ser conscientes de las nuevas circunstancias que nos rodean», dice Zala. Aunque advierte que hay comportamientos en la red que no son tolerables en ninguna circunstancia.
Uno de ellos es ‘colgar’ fotos de reuniones con amigos, colegas o familiares sin que quienes aparecen en las mismas lo sepan y hayan dado su consentimiento. Algunos parecen haber olvidado que no es lo mismo enseñar una foto a unas pocas personas para que comprueben con quiénes estábamos en una reunión –y aún así puede ser una indiscreción– que colocarla en la red para que la vean desconocidos.
¿Los móviles y las redes sociales están terminando con la urbanidad? No. Están generando una aceleración vital que obliga, como dice Elzo, a una respuesta inmediata a cuantos mensajes recibimos. La vieja carta tardaba en llegar, se leía con frecuencia horas después de ser depositada en el buzón, y contestarla requería disponer de papel y pluma o máquina de escribir. Luego, el sobre hacía el camino de regreso. Entre la escritura de la primera carta y la lectura de la segunda pasaban varios días. Hoy eso es un mundo. Las normas de urbanidad deben, por tanto, contemplar las exigencias de la inmediatez aunque algunas prácticas sean de todos modos inaceptables. Es la nueva educación.

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