Marino Pérez Álvarez, pronuncia hoy la lección de apertura del curso universitario. El profesor es coautor, junto con Hector González Pardo, de una la obra "La invención de trastornos mentales" (publicada por Alianza Editorial), crítica con el sistema sanitario implantado que, ajeno a todo enfoque humanista, centra el problema de las enfermedades mentales en una visión farmacológica que beneficia sin duda a la industria farmacética pero que no ataca, en absoluto, la raiz de patologías abordables desde otras terapias y comportamientos "inventando" en muchas ocasiones enfermedades mentales que, en realidad, no son tales.
Ésta es la entrevista que publica hoy La Nueva España.
Oviedo, P. GALLEGO
El curso 1997-1998 fue la última vez que un profesor de la Facultad de Psicología pronunció la lección de apertura del curso universitario. La impartió el catedrático José Muñiz, anterior decano del centro, y se titulaba «La medición de lo psicológico».
Hoy Marino Pérez (Ese de Calleras, Tineo, 1952), catedrático de Personalidad, Evaluación y Tratamientos psicológicos en la misma Facultad, retomará un punto de aquella lección en su intervención de hoy. Catorce años después, un profesor de Psicología vuelve a abrir el curso universitario. Será con una ponencia que relaciona la cultura moderna con la esquizofrenia. «Es algo asumido que la urbanización está muy asociada a la enfermedad. La cuestión es entender por qué», afirma.
-¿Qué nos pasa, doctor?
-Si miramos en las consultas, la inmensa mayoría de los problemas están relacionados con la ansiedad o la depresión. La mayor parte de los problemas psicológicos tienen que ver con circunstancias de la vida que la persona no ha sabido afrontar y resolver por sí misma. También con que la gente es hiperconsciente de sí misma.
-¿En qué sentido?
-Nos tomamos nuestro cuerpo y nuestro funcionamiento como objetos de reflexión y de atención, lo que nos hace más sensibles a vivir como problemas circunstancias o experiencias que en generaciones anteriores serían enteramente normales, o pasarían desapercibidas. Esa conciencia excesiva que uno tiene acerca de sí mismo, de su cuerpo, de su aspecto físico, de lo que piensa, de si se está realizando, de si tiene mucha o poca autoestima, es generadora de problemas.
-¿La sociedad nos enferma?
-La mayor parte de la gente diría que vivimos en una sociedad que produce mucho estrés, pero yo creo que los problemas sociales que dan lugar a problemas psicológicos se deben a otras características. Vivimos en una sociedad que genera muchísimas expectativas, muchísimas posibilidades de satisfacer la vida, pero la realidad es que hay muy pocas probabilidades de alcanzarlas.
-Eso nos produce...
-Frustración. La lógica de la sociedad de consumo es que la gente esté insatisfecha: la felicidad de hoy dura dos escaparates. La gente disfruta más con la perspectiva de ir de compras que con el acto de comprar. Es algo similar a la drogadicción: llega un momento en que al drogadicto le satisface más la perspectiva de conseguir y consumir la droga que los efectos que ésta le produce.
-¿Los niños son menos niños?
-Lo son en la medida en que quieren y disfrutan las cosas que tienen los adultos. En las sociedades del pasado los niños tenían la ropa que tenían, era de una talla grande para que durase más tiempo y la heredaban de sus hermanos. Hoy las niñas de 6, 7 o 9 años funcionan como sus madres, son muñecas vivientes, pero eso no quiere decir que sean más adultas. Otra de las características de la sociedad actual es que la adolescencia ya no tiene unos patrones de comienzo y terminación.
-¿En qué sentido?
-Hay una prolongación de la adolescencia en las décadas de los 20, los 30 y hasta de los 40, lo que podríamos llamar la «adultescencia». La sociedad de consumo fomenta la adolescencia perpetua y prematura, cuando en realidad es una etapa de transición de una edad a otra, no es para vivir en ella. La adolescencia es una crisis.
-Dicen que los jóvenes actuales son la generación más preparada de la historia. ¿La crisis ha demostrado que no era así?
-Lo que pasa es que hay un desfase. La gente joven está preparada para vivir en un jardín de rosas, cuando si lo hubo alguna vez no fue duradero. Las nuevas generaciones no están preparadas para la dureza del mundo. Se pueden estrellar.
-Y terminar yendo al psicólogo. ¿Aún existe resistencia a pedir ayuda?
-Cada vez menos. En la sociedad actual ya hay muchas personas que acuden al psicólogo en busca de ayuda para enfrentar la vida, pero también hay un porcentaje, cada vez menor, que lo evita. Puede que crean que su problema no es tal, o que no quieran que el psicólogo hurgue en aspectos de su vida en los que no quieren entrar. Quizá tiene que ver con la imagen cinematográfica o televisiva de la psicología, generalmente asociada al psicoanálisis.
-Ir al psicólogo implica un compromiso mayor, no es tomarse una pastilla y ya está.
-Claro. El profesional ayuda, pero es la persona la que tiene que aprender a afrontar y enfrentar circunstancias personales, y eso no lo da la medicación.
-¿Qué hace falta mejorar en la atención sanitaria de los trastornos mentales?
-Muchos de los problemas psicológicos de los que le hablaba antes, relacionados con la ansiedad o la depresión, podrían solventarse en la atención primaria, sin que la persona entre en el rol de enfermo. Son trastornos de naturaleza psicológica, y deberían recibir una solución en los mismos términos. Debería haber más prevención, y los pacientes tendrían que poder ser atendidos por psicólogos en centros de salud mental sin tener que entrar directamente a la medicación.
-¿Hasta qué punto casos como la matanza del pasado mes de julio en Noruega o los asesinatos con menores implicados hablan de la salud mental de la sociedad?
-Casos como el ocurrido en Noruega u otros, que nos sorprenden, no necesariamente ni frecuentemente están relacionados con un trastorno mental. Pero a la sociedad, para protegerse, le gusta y le viene bien explicar esos fenómenos como una patología individual, aislada. Tiene que ver con cómo se educa a los niños y a los adolescentes, y con la pérdida de la relación entre los medios y los fines.
-¿Se ha perdido la cultura del esfuerzo?
-Antes la sociedad nos educaba para saber que, para lograr ciertos fines a largo plazo, uno tenía que poner muchos medios, estar preparado. Hoy nos educa para buscar atajos. Por medio del robo, del asesinato o de la agresión, en casos extremos, hay gente que logra deshacerse de cosas que le entorpecían sin pensar en las consecuencias.
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