Un informe del Parlamento Europeo exige medidas urgentes para reducir el desperdicio de comida
Fuente: www.euroalert.net
El informe aprobado por el Parlamento Europeo
pide a la Comisión
Europea medidas para reducir a la mitad para 2025 el
desperdicio de alimentos tirados a la basura. Entre las medidas propuestas, los
eurodiputados consideran que los Estados miembros deberían permitir que los
comerciantes reduzcan el precio de los alimentos frescos por debajo del coste
de producción cuando estén próximos a la fecha límite para la venta.
El Parlamento Europeo ha adoptado en sesión
plenaria un informe exige a la Comisión Europea que se proponga medidas
para reducir antes de 2025 a
la mita los alimentos desperdiciados. A los eurodiputados les preocupa
que todos los días se tire una cantidad considerable de alimentos en perfecto
estado. El informe también sugiere establecer objetivos específicos
para los Estados miembros de prevención de los residuos alimentarios. Los eurodiputados de la
Comisión de Agricultura exigieron estas medidas en noviembre de 2011.
Las medidas propuestas a la Comisión incluyen la
optimización de los envases, es decir, la diversificación del tamaño de
los envases para ayudar a los consumidores a adquirir cantidades adecuadas.
En este sentido, la industria agroalimentaria debe analizar las ventajas de
ofrecer más productos a granel y de tener más en cuenta los hogares unipersonales.
Los eurodiputados también proponen introducir cursos de educación sobre
alimentos en todos los niveles de enseñanza, incluida la secundaria.
Asimismo consideran que el etiquetado con doble fecha (fecha
límite para la venta y fecha límite de consumo) también puede ayudar a reducir
el desperdicio de comida.
Los datos publicados por la Comisión Europea muestran que la generación anual de residuos alimentarios en los 27 Estados miembros asciende a 89 millones de toneladas, es decir, 179 kilos por habitante. El informe también pide reorientar los programas de distribución de alimentos entre las personas más desfavorecidas de la UE, de suministro de leche a escolares y de fomento del consumo de fruta en la escuela, con el objetivo de evitar el desperdicio de alimentos. En la UE viven 79 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza. Además, 925 millones de personas en el mundo corren riesgo de desnutrición.
Los datos publicados por la Comisión Europea muestran que la generación anual de residuos alimentarios en los 27 Estados miembros asciende a 89 millones de toneladas, es decir, 179 kilos por habitante. El informe también pide reorientar los programas de distribución de alimentos entre las personas más desfavorecidas de la UE, de suministro de leche a escolares y de fomento del consumo de fruta en la escuela, con el objetivo de evitar el desperdicio de alimentos. En la UE viven 79 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza. Además, 925 millones de personas en el mundo corren riesgo de desnutrición.
Un agujero en la bolsa de la compra
Cada español desperdicia 163 kilogramos de comida al año
La basura es el destino de un tercio de los alimentos que se producen
Fuente: Diario El País
Una señora mayor, encorvada, se acerca al montón
de frutas que se amontonan en los pasillos de un céntrico mercado de Madrid.
Son las que se van a tirar porque están pasadas y ya no se pueden vender. No
importa, la mujer, con una bolsa colgada del brazo y las manos enfundadas en
unos guantes de plástico, inspecciona el género y selecciona las piezas que se
llevará a casa. A la bolsa. La imagen no es nueva, pero en los últimos años se
ha convertido en una estampa cada vez más frecuente. Los cubos en los que los
supermercados tiran los productos a punto de caducar son un punto de encuentro
en la madrugada para aquellas personas que no tienen recursos, y cada vez son
más.
Mientras algunos están dispuestos a comer lo que
recogen de los contenedores, el resto de la sociedad despilfarra alimentos que
serían perfectamente consumibles, nada menos que 179 kilogramos al
año de media en Europa. Pese a que muy pocos accederían a tirar una de las
bolsas de la compra según llega a casa del supermercado, los europeos tiramos
al año 89 millones de toneladas de alimentos comestibles, como denuncia un informe del Parlamento Europeo. España desperdicia una
media de 163 kilos por persona, lo que suma 7,7 millones de toneladas al año.
En términos absolutos es el sexto país que más comida tira después de Alemania
(10,3), Holanda (9,4), Francia (9), Polonia (8,9) e Italia (8,7).
Toda la cadena alimentaria es responsable de este
derroche, desde la producción hasta la mesa, aunque son los particulares los
que más desperdician, un 42% del total. “La falta de conciencia, un mal
empaquetado y la confusión con las fechas de caducidad son las causas detrás de
este derroche”, apunta Salvatore Caronna, eurodiputado responsable del documento.
“En un momento en el que más de 70 millones de personas sufren la pobreza en
Europa tenemos que encarar y solucionar este problema”, pide Caronna.
Productores
e industria agroalimentaria
El primer eslabón de la cadena alimentaria son
los productores y la industria agroalimentaria. Según el informe del Parlamento
Europeo en esta fase se pierden el 39% de alimentos. Lorenzo Ramos, presidente
de la
Unión de Pequeños Agricultores
(UPA), asegura que en el campo no se tiran alimentos, salvo en situaciones
de crisis cuando el mercado de hunde. La más reciente fue la de la E.coli,
el verano de 2011, que acabó con toneladas de pepinos y hortalizas de
temporada en el contenedor porque la alerta sanitaria lanzada desde Alemania
lastró los precios y el consumo de estos vegetales. “Nosotros normalmente
recogemos y entregamos todo”, afirma. “Son las centrales hortofrutícolas las
que hacen el escandallo -selección del género apto para la venta - y dicen
qué porcentaje de frutas no cumplen los requisitos”. Los hortalizas que no
pasan el examen, una especie de certamen de belleza, no acaban en los
mostradores de la fruterías, pero tampoco regresan al productor, dice Ramos.
“O realmente sí que las venden aunque no nos las paguen, o las tiran”.
A Francisco González no le hacen falta grandes
crisis para tirar la mitad de su producción de acelgas en Villa del Prado, al
suroeste de Madrid. “Cuando el precio está muy bajo, a 20 o 30 céntimos el
kilo, no cubro ni los costes de producción y aguanto las hojas en la mata a ver
si sube”. Pero si el precio no sube pronto, a las hojas de sus acelgas les
empiezan a salir unas pequeñas manchas marrones. “Se podrían comer, pero esto
no se vende”, dice González mientras muestra un fajo de hojas moteadas que
acaba de cortar. Así que las recoge para que no se pudran en la mata y las
tira. El problema para este agricultor, que cada vez planta menos en sus 20.000 metros cuadrados
de tierra, es que los jóvenes ya no comen verduras. Y si caen las ventas, caen
los precios y aumenta el desperdicio. “Es una pena con la de gente que pasa
hambre”, se lamenta González mientras recuerda la cantidad de gastos que tiene
trabajar el campo y lo poco que él mismo gana.
Las acelgas (la verdes y sanas) del agricultor acabarán unos días después de su recogida en un mostrador o en el menú de cualquiera de los 85.230 restaurantes de España. En sus cocinas se desperdician más de 63.000 toneladas de comida al año –el doble que dos décadas-, según un informe de Unilever Food Solutions avalado por la Federación Española de Hostelería y Restauración (FEHR). Según el estudio, el 60% de este derroche es producto de una mala previsión a la hora de hacer la compra. Otro 30% se desperdicia durante la preparación de las comidas y solo el 10% es lo que los comensales se dejan el plato, es decir, los verdaderos desperdicios.
Las acelgas (la verdes y sanas) del agricultor acabarán unos días después de su recogida en un mostrador o en el menú de cualquiera de los 85.230 restaurantes de España. En sus cocinas se desperdician más de 63.000 toneladas de comida al año –el doble que dos décadas-, según un informe de Unilever Food Solutions avalado por la Federación Española de Hostelería y Restauración (FEHR). Según el estudio, el 60% de este derroche es producto de una mala previsión a la hora de hacer la compra. Otro 30% se desperdicia durante la preparación de las comidas y solo el 10% es lo que los comensales se dejan el plato, es decir, los verdaderos desperdicios.
Iniciativas
y propuestas en el sector de la restauración
Grandes cadenas de restauración, como el Grupo Vips,
cuentan con sistemas informáticos para calcular las cantidades de cada plato
que venden al día, lo que les permite estimar la cuantía necesaria de comida
que se va a preparar antes de realizar el pedido. “Para reducir la cantidad de
desperdicios también recurrimos al happy hour: los productos frescos
que no tienen devolución (sándwiches, ensaladas, wraps, pastelitos,
etcétera) se venden a un precio único de 1,50 euros a partir de las 23.00”, comentan fuentes del
grupo. Pero los restaurantes familiares, de menú del día, tapas y cañas, no
cuentan con esos recursos y tiran de experiencia. “Vamos más al día, pero unas
veces nos sobra y otras nos falta”, explica el responsable de un restaurante de
una zona industrial en el extrarradio de Madrid.
José María Rubio, presidente de la FEHR, cree todas fases en las
que se desperdicia serían mejorables. “Deberíamos ser capaces de inculcar al
sector que no se debe tirar comida y que la frase de que hay mucha gente pasando
hambre no se quede en un decir”. Para Rubio este problema debe abordarse desde
una triple perspectiva: “Primero desde el punto de vista ético, porque hay
mucha gente que no tiene para comer; segundo, porque en dos décadas se ha
duplicado el volumen de desperdicios y hay que ser socialmente responsables con
el medio ambiente; y tercero, por razones económicas”. El sector pierde en
alimentos mal aprovechados 255 millones de euros al año.
Con una buena previsión se reduciría este
derroche, según Rubio. También los alimentos que se pierden durante las
preparaciones se podrían aprovechar: “Los restos de verduras para hacer purés,
las espinas de pescado para salsas, y los sobrantes de frutas para mermeladas”.
Otro tema son las cantidades de comidas que se quedan en los platos. Rubio
llama a la reflexión: “Si te devuelven la mayoría de los platos con la mitad de
la comida, lo correcto sería bajar la ración, el precio y con ello, los
desperdicios”.
El otro destino de los alimentos es el mostrador de los comercios, como Dimas y Pepi en el Mercado Maravillas de Madrid. Sus dueños, que dan nombre al local, han visto cómo han caído las ventas en los últimos años: “Yo calculo que vendo la mitad que antes de la crisis”. Por eso compra menos, pero tiene que llenar el mostrador y algunas frutas empiezan a ponerse feas. Este frutero ha optado, como otros, por poner unas canastillas bajo el expositor con frutas variadas a 40 céntimos. Aunque no lo pone en ningún cartel, los compradores habituales lo saben. “Si es que están buenísimas”, dice una señora mientras paga una de esas cestas de naranjas cuyo precio original era de 99 céntimos el kilo.
El otro destino de los alimentos es el mostrador de los comercios, como Dimas y Pepi en el Mercado Maravillas de Madrid. Sus dueños, que dan nombre al local, han visto cómo han caído las ventas en los últimos años: “Yo calculo que vendo la mitad que antes de la crisis”. Por eso compra menos, pero tiene que llenar el mostrador y algunas frutas empiezan a ponerse feas. Este frutero ha optado, como otros, por poner unas canastillas bajo el expositor con frutas variadas a 40 céntimos. Aunque no lo pone en ningún cartel, los compradores habituales lo saben. “Si es que están buenísimas”, dice una señora mientras paga una de esas cestas de naranjas cuyo precio original era de 99 céntimos el kilo.
La mayoría de comercios de este mercado, el más
grande abierto al público de la capital, asegura que intentan no tirar sus
productos porque si no “no salen las cuentas”, repiten. Como Constantino De
Anta, dueño de una carnicería. “Cuando veo que la carne se seca se la doy a una
mujer que viene pidiendo los viernes por la tarde”, dice De Anta. Los sábados,
además, una ONG de ayuda a drogodependientes, la Fundación Reto,
recoge los alimentos que donan los comerciantes de este mercado en el centro de
Madrid. Muchas tiendas querrían hacer lo mismo, pero las organizaciones de
acción social no siempre tienen los medios para recoger todo lo que les
ofrecen.
Envases
que no se ajustan a las necesidades del consumidor y etiquetado confuso
El final del viaje de cualquier alimento, fresco
o procesado, son los consumidores, los mayores derrochadores de toda la cadena
(42% del total). Responsables de una mala planificación pero víctimas de
envases que no se ajustan a sus necesidades y un etiquetado confuso. “Hay que
ponerles las cosas más fáciles a los consumidores”, pide Enrique García,
portavoz de la Organización de
Consumidores y Usuarios (OCU). “No hay una variedad suficiente de formatos
y las etiquetas no indican bien cómo conservar los alimentos”, afirma García,
que también reconoce que hace falta más educación y conciencia por parte de
los compradores. La recomendación de la
OCU es tan sencilla como hacer una lista antes de la compra
para no acabar adquiriendo lo que no se necesita.
Laura Garrido, de 29 años, vive sola en un apartamento de Madrid y reconoce que desaprovecha “bastante”. A menudo abre su frigorífico y ahí está esa lata de maíz que empezó hace días. Olvidada. Lo que le sobró ahora tiene moho, así que lo tira. “Los botes tienen demasiada cantidad para una ensalada y terminan condenados a la basura ya que su vida útil desde la apertura es muy corta”, se lamenta. A Garrido le encanta que la fruta fresca se pueda comprar en piezas individuales “ya que asegura un precio razonable independientemente de la cantidad que compre”. Pero el resto de alimentos los compra envasados. Cuando encuentra bandejas para un comensal, son muy caras. “Por menos cantidad de comida pagas lo mismo que si compraras en formato familiar”.
Laura Garrido, de 29 años, vive sola en un apartamento de Madrid y reconoce que desaprovecha “bastante”. A menudo abre su frigorífico y ahí está esa lata de maíz que empezó hace días. Olvidada. Lo que le sobró ahora tiene moho, así que lo tira. “Los botes tienen demasiada cantidad para una ensalada y terminan condenados a la basura ya que su vida útil desde la apertura es muy corta”, se lamenta. A Garrido le encanta que la fruta fresca se pueda comprar en piezas individuales “ya que asegura un precio razonable independientemente de la cantidad que compre”. Pero el resto de alimentos los compra envasados. Cuando encuentra bandejas para un comensal, son muy caras. “Por menos cantidad de comida pagas lo mismo que si compraras en formato familiar”.
“Hay que poner en valor el papel del envase”,
reconoce Paloma Sánchez Pello, directora del departamento de medio ambiente de la Federación de
Industrias de Alimentación y Bebidas (FIAB). “Es fundamental para que el
consumidor compre la cantidad correcta”. Según Sánchez Pello la industria
trabaja para mejorar el aprovechamiento de las materias primas, pero aún tiene
margen en lo que a empaquetado se refiere.
Un error
frecuente: confundir la fecha de consumo preferente con la de caducidad
Un error muy frecuente, que también influye en
que los particulares desperdicien innecesariamente, es confundir la fecha de
consumo preferente con la de caducidad. La primera se refiere a la fecha en la que
es recomendable haber consumido el producto y a partir de la cual pierde alguna
de sus cualidades organolépticas (olor, sabor, vitaminas, propiedades) pero que
sigue siendo comestible. La segunda indica el momento a partir del cual el
producto podría estar en mal estado y suponer un riesgo para la salud. Un 18%
de los europeos declaró no entender esta diferencia en una encuesta. En España
poner una fecha u otra es decisión del productor, pero la Comisión Europea
trabaja en una directiva para instaurar un doble etiquetado con fecha límite de
venta y fecha de caducidad, y así evitar que se tiren alimentos que podrían
haberse consumido después de su fecha preferente. Fuentes del ministerio de
Sanidad aseguran que cualquier iniciativa de la UE para clarificar las fechas en el etiquetado
“será bienvenida”.
Los excedentes, mejor en un Banco de
Alimentos
No son pocas las empresas, que conscientes del
drama del hambre, han optado por donar sus excedentes en vez de tirarlos. La
red de Bancos de Alimentos de
España no dan abasto para gestionar la gran cantidad de alimentos que les
llega: más de 90 millones de kilos en 2011, según la federación que los agrupa.
“No estamos preparados para recoger todo, necesitamos más infraestructuras,
camiones, cámaras de frío”, afirma el presidente del Banco de Alimentos de Madrid,
Javier Espinosa.
Pese a que el investigador y activista Tristram
Stuart, autor de Despilfarro, acusa en su libro a los
supermercados de rechazar el 30% de la fruta y verdura por cuestiones
estéticas, Espinosa no cree que haya irresponsabilidad por parte de las
distribuidoras. “No vale decir que no son solidarios, es que es muy complicada
la organización”, puntualiza. En un día normal de actividad, en las naves del
Banco de Alimentos al norte de la comunidad, hay una centena de voluntarios
trabajando para seleccionar, organizar y repartir la comida que les llega,
aunque sea febrero y el frío siberiano agarrote las manos.
En el departamento de clasificación, tres
personas ataviadas con mono azul inspeccionan las mermas que les llegan, es
decir, todas esas latas abolladas o cajas de puré medio rotas que no se pueden
vender. “¡Pero la comida está en perfecto estado!”, indica una de las
voluntarias. Montones de productos con marca o arroz, leche, cebollas,
mandarinas, muchas mandarinas, llenan las interminables estanterías del almacén.
Así, sí.
Acceder aquí al Informe Caronna (“Propuesta de Resolución del Parlamento Europeo
de sobre cómo evitar el desperdicio de alimentos: estrategias para mejorar la
eficiencia de la cadena alimentaria en la
UE”).
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