La velocidad en que se ha desmantelado las Instituciones de las Cajas de Ahorro, con un gran peso social y territorial, además de arraigo y función benéfico social, supone una gran e irreparable pérdida económica social, además de confirmar el deterioro irreversible de estas instituciones y, el interés nunca disimulado de la banca dominante.
La idea de promover Cajas de Ahorros en España comienzan en el trienio liberal (1820-1823), y especialmente con la vuelta de los ilustrados exiliados después de la muerte de Fernando VII en 1833. Aparecen en el marco de una sociedad muy castigada por la Guerra de la Independencia, con el fin de luchar contra la usura que sufrían los pequeños agricultores en los momentos de malas cosechas. En ocasiones fueron creadas por miembros de organizaciones católicas. En otras, son las sociedades de Amigos del País las que asumen la promoción de las cajas de ahorros; en Madrid se funda una Caja de Ahorros (Caja Madrid) en 1838, poco después de que en 1834 un concurso de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País premiara una memoria sobre el establecimiento y fundación de una Caja de Ahorros. Fuente Wikipedia.
En conclusión, las cajas de ahorros españolas nacen con cierto retraso respecto a otros países, y casi siempre ligadas a los Montes de Piedad anteriores o creadas al mismo tiempo. Sus principales objetivos eran conducir el ahorro popular hacia la inversión y realizar una labor social en sus respectivos ámbitos territoriales.
Desgraciadamente, en el transcurso del tiempo no se actualizaron sus estatutos y el supervisor Banco de España, hizo dejación de su responsabilidad de bien vigilar y custodiar semejante obra y bien social, pues los primeros interesados en que desaparecieran las Cajas de Ahorro eran las entidades financieras dominantes privadas y la dictadura económica. Así, la llegada de la seudo democracia, con la clase política y dirigente al frente, irrumpieron a tropel en estas instituciones benéfico sociales, esquilmando los bienes, ahorros y obra social reunidos durante varias generaciones, imponiendo decisiones políticas e intereses ilegítimos e ilegales, que algún día se aclararán en los tribunales si se ejercen e instan las acciones que sean necesarias. Ya no hay dividendo social. Ya no queda nada. Si sobreviviera algún rescoldo denominado “obra social de la Caja tal o cual”, sería algo puramente simbólico.
El resultado: Una irreparable e incalculable pérdida social.
Leído el artículo ¿Quién pierde al hundirse las cajas? en la sección de Economía de El País, referente al libro “Las dos próximas recesiones” de Juan Ignacio Crespo, la desintegración de entidades de ahorro es una pérdida para todos, señala y apunta que quedan dos recesiones por llegar en esta década.
Entre los muchos problemas que la crisis financiera generó entre 2007 y 2012, hay uno que ha pasado casi desapercibido: la pérdida de riqueza colectiva que ha supuesto la quiebra de algunas cajas de ahorros y la situación de debilidad en que han quedado otras, lo que ha forzado la entrada en su capital de inversores públicos o privados en verdaderas operaciones de rescate.
Esa pérdida de riqueza colectiva le ha pasado desapercibida a la mayoría de la población porque, aunque las cajas de ahorros eran una institución familiar y presente en la vida de casi todo el mundo, sobre todo de las clases más populares hasta hace bien poco, nadie entendía muy bien de qué se trataba cuando se hablaba de estas entidades, y había versiones para todos los gustos, compatibles y solapadas, sin que a nadie le extrañara: las cajas eran lo mismo un lugar para colocarse mediante unas oposiciones que un sitio al que ir a pedir un préstamo hipotecario; un chollo para quienes, sobre todo en las capitales de provincia, habían conseguido entrar en ellas como empleado, con un peso exorbitante en la vida económica y financiera de la ciudad; una institución que financiaba, a través de la obra social, las más diversas actividades ….
Y ¿dónde queda la riqueza colectiva? En ningún lado. Ya no habrá propiedad colectiva. Con suerte, los recursos que generen las cajas en el futuro tendrán que aplicarse a devolver los préstamos. Ya no a la obra social. Eso se ve muy bien con el ejemplo de la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM). Al haberse producido una quiebra total, la propiedad colectiva se perdió por completo. Ya no hay de donde extraer recursos para dotar a la obra social de la CAM. Ya no hay dividendo social. Ya no hay nada. Si sobreviviera algún rescoldo denominado “obra social de la CAM”, sería algo puramente simbólico; porque el Banco de Sabadell, que se ha quedado con ella, si decidiera por razones de marketing conservar en la zona de Levante alguna actividad benéfica o cultural, lo haría con el nombre de algo que ya no sería propiamente lo que su nombre indicaría. Otro tanto podría decirse de la Caja Castilla-La Mancha o de CajaSur.
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