sábado, 13 de octubre de 2018
En España, poner una jarra de agua en la mesa es un problema para algunos hosteleros
viernes, 3 de agosto de 2018
El precio de los divorcios en España. Un divorcio contencioso puede costar hasta 15.000 euros
Acaba el amor y empiezan los gastos: Un divorcio contencioso puede costar hasta 15.000 euros
Fuente: CONSUMISTAS (El Mundo)
jueves, 12 de abril de 2018
Defensa del consumidor: Bruselas plantea un sistema de acción judicial colectiva para fraudes como el ‘dieselgate’
Bruselas plantea un sistema de acción judicial colectiva para fraudes como el ‘dieselgate’
Los consumidores serán indemnizados y las multas podrán alcanzar el 4% de la facturación de las empresas
El País
miércoles, 28 de septiembre de 2016
Sobre el crecimiento económico: "Lo pequeño es hermoso", de Ernst Friedrich Schumacher.
Lo pequeño es hermoso: Primera regla del estado del ‘Bienvivir’
viernes, 13 de diciembre de 2013
Cristina Fallarás, desahuciada y periodista: "La crisis nos ha dado una lección sobre la realidad"
Pasó de ser una profesional de éxito a la exclusión social en 4 años tras quedarse sin trabajo, sin casa y sin perspectivas. En 'A la puta calle' narra sin pudor su experiencia y ofrece una pavorosa imagen de la destrucción de la clase media
-Periodista, directiva de un periódico, colaboradora en distintos medios, escritora... ¿Podía imaginar que todo se iría al garete?
-Yo llevaba el proyecto de la redacción y la línea editorial del periódico ADN. Una vida muy cómoda. No podía imaginar lo que venía, ni yo, ni nadie. a mí me despidieron en 2008. Estaba entonces embarazada de ocho meses.
-Narra en su libro que el primer año lo llevó bien y creía que encontraría algo pronto...
-Sí. El primer año no tienes ni idea. Decían entonces que la crisis duraría hasta 2010. Yo, al quedarme sin trabajo, fui a ver a colegas de El Mundo, El País, la ser... a todos lados, pero ya empezaba a notarse la crisis.
-¿Cuándo le llega la certeza de que la cosa está muy mal?
-Mal de verdad, a final de 2009. Se me estaba acabando el finiquito; yo estaba haciendo cosas institucionales a piezas y no me daba para vivir. Además, hicieron los primeros ERE en la ser, El País... y tuve claro que en el periodismo la crisis iba a ser devastadora. Me refugié en las novelas. Escribí `Las niñas perdidas´ y `Últimos días en el Puesto del Este´, las presenté a concursos y gané con las dos, pero solo me sirvió para tapar la mitad de agujeros que tenía. Pronto empezaron a cortarnos la luz y a llegar las noti?caciones de desahucio por impago de la casa.
-Y decide escribir un libro con la experiencia de estos cuatro años hasta llegar al desahucio.
-Yo soy periodista de médula y pensé que si me encontrara este caso, lo contaría. ¿Por qué no aunque fuera mío? Tengo la ventaja de que me gusta anotar cosas en cuadernitos e hilé esos apuntes enuna narración.
-¿Cómo reaccionó su entorno al saber que la desahuciaban?
-Hubo gente de mi entorno que me decía que yo siempre había querido ser muy libre e insinuaban que me lo había buscado. Luego estaban los pobres. Yo era una intrusa en el mundo de los pobres. a mucha gente le da miedo y le perturba ver que también le ocurre a gente preparada o que ha sido un profesional de éxito antes. Yo quise dar voz y cara a ese otro sector.
-Da miedo ver que le puede ocurrir a cualquiera.
-Sí. La gente siempre hemos preferido pensar en el desahuciado con la cara del pobre de toda la vida. Yo creo que la gente no se rebela porque no se siente parte de los desahuciados. Yo noto que cuando hablo de mi caso, por ejemplo en entrevistas, la gente cercana a mí siente vergüenza, lo que me parece perfecto porque yo quiero perturbar un poco.
-¿Ha perdido amigos?
-No sé si pierdes amigos o ganas una sociopatía. Yo me he convertido en una sociópata. Las relaciones sociales me interesan poco. Ahora iría a los banquetes a mearme en la moqueta. Miras desde fuera y ves que lo que creíamos ser es una gilipollez mayor que la catedral de burgos. Éramos trabajadores y nos creíamos privilegiados porque en reyes comprábamos en Zara. Hemos perdido la identidad de grupo. No nos reconocemos como parte trabajadora.
-¿Le quedan esperanzas en que esto mejore?
-Me siento parte de una bolsa de exclusión social, no me siento trabajadora. Yo no tengo perspectivas. Cada vez que voy a una tertulia de televisión o lo que sea voy como a un circo donde hago de elefante y me dan el cacahuete, pero no tengo esperanzas laborales. No queda nada del periodismo de antes.
-¿Cómo afrontan sus hijos la falta de medios?
-La niña de cinco años ni se ha enterado. Mi hijo con 11 años se ha convertido en un chaval muy capaz de interpretar la realidad. Me da alegría. Ojalá yo hubiera sido así a su edad. Es lo único bueno de las crisis. Nos ha dado una cierta austeridad en las formas familiares, en el consumo, y una educación brutal sobre la realidad. Mi hijo pedía cromos de tres euros y me lo llevaba al mercado para que viera que con eso podíamos comer varios días.
-Dice sentir rabia y vergüenza. ¿Vergüenza, de qué?
-Vergüenza de lo que hemos sido, de la frivolidad, de aquello que creímos ser de forma imbécil e inculta.
-¿Qué ha pretendido al escribir `A la puta calle´?
-Ganar dinero. me lo pidió Planeta y con él intenté sacar algo de dinero, al tiempo que ponía cara a un tipo de desahucio distinto.
Fuente: La Nueva España
miércoles, 28 de marzo de 2012
Crisis y Cajas de Ahorro. “Las dos próximas recesiones”, nuevo libro de Juan Ignacio Crespo
martes, 10 de mayo de 2011
Libros de Derecho de Consumo: “La protección jurídica del consumidor sobreendeudado e insolvente”, de María Isabel Álvarez Vega
martes, 22 de febrero de 2011
MEDICAMENTOS Y SALUD : PRESENTACIÓN DEL LIBRO “LA MEDICALIZACIÓN DE LA VIDA”, DE BENJAMÍN GONZÁLEZ MIRANDA
viernes, 29 de enero de 2010
CÓMO PREVENIR LOS EFECTOS NOCIVOS DEL SOL. LIBRO EDITADO POR LA AGENCIA DE SANIDAD AMBIENTAL Y CONSUMO DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS
domingo, 20 de diciembre de 2009
Obras de Derecho de Consumo: “Cuestiones esenciales sobre las relaciones contractuales en el sector de la automoción”, de Javier Avilés García
Javier Avilés García, Profesor Titular de Derecho Civil de la Universidad de Oviedo, siempre atento a las cuestiones prácticas que pueden plantearse en el sector del Derecho de Consumo, acaba de publicar a través de la editorial Tirant lo Blanch la obra “Cuestiones esenciales sobre las relaciones contractuales en el sector de la automoción”.
Javier Avilés no sólo analiza el complejo mundo -Universo, más bien- de las cuestiones más relevantes que se suscitan con ocasión de la venta, reparación, mantenimiento o suministro de bienes destinados a los consumidores en el sector de la automoción, sino que también nos aporta las claves de puntos fundamentales a los que ha de atender cualquier estudioso del derecho de consumo.
Así, en el itinerario marcado por la lectura del libro el autor nos va aproximando gradualmente a cuestiones concretas que se suscitan en el sector analizado, no sin antes apuntar otras cuestiones básicas que van a forzar -más temprano que tarde- una próxima reforma de la normativa nacional reguladora de consumo.
Nos estamos refiriendo a los trabajos llevados a cabo desde la Unión Europea para llevar a cabo la mejora de la calidad normativa reguladora del derecho contractual europeo, en el contexto de la revisión de importantes directivas y al instrumento jurídico denominado “Marco Común de Referencia”, que trata de dotar a los diversos sistemas nacionales de una mayor coherencia, simplificación y aplicabilidad en dicho ámbito a fin de cumplir el objetivo de lograr un efectivo mercado único. Ello repercutirá en la normativa de consumo y obligará a reformas normativas de enorme calado (reforma del Código Civil y del Código de Comercio, entre otras normas) en nuestro ordenamiento nacional que si por algo se caracteriza, al menos en la legislación de consumo, es por su dispersión.
El profesor Avilés, que sigue muy de cerca este proceso, no deja de aprovechar esta obra para cuestionar de un modo motivado y riguroso la dejación que supone no abordar de una forma armónica una profunda reforma de nuestra legislación civil y mercantil aludiendo, por ejemplo, a la oscuridad del sistema de saneamiento vigente en aplicación de las acciones edicilias, sistema ya superado en lo que se refiere a la compraventa de bienes muebles con consumidores por el sistema legal de garantía basado en el concepto de “falta de conformidad”, y que engloba tanto a los defectos materiales originales en el bien vendido como a la defraudación en las legítimas o fundadas expectativas que pueda fundadamente esperar el consumidor en atención a la naturaleza del bien vendido o de las propias declaraciones públicas a él transmitidas a través de la publicidad o comunicación comercial, por ejemplo.
Tras esta exposición, que no cabe sino calificar de brillante, y en la que nos logra convencer de la bondad del término “falta de conformidad” como elemento unificador e integrador que puede ayudar a paliar muchas incoherencias tanto legales como jurisprudenciales en nuestro sistema de saneamiento de los “vicios ocultos” -expresión tradicionalmente asentada, pero que es necesario orillar en las relaciones contractuales de compraventa de bienes muebles con consumidores ya que “la falta de conformidad” resulta un concepto mucho más amplio- el autor aborda profundamente los problemas prácticos de la contratación en el sector de la automoción.
Así, estudia los sistemas de garantías aplicables y expone con claridad los problemas derivados de las confusión de la garantía legal y comercial, confusión acreditada en la realidad por la constatación de que, en no pocas ocasiones, los documentos de garantía entregados a los consumidores constituyen un “totum revolutum”, en la que se mezclan derechos, obligaciones, plazos y requisitos, de tal manera que tampoco resulta infrecuente que, a través del otorgamiento de una garantía comercial que teóricamente debe reforzar los derechos del consumidor, se conculquen los derechos otorgados a éste por el régimen de garantía legal, o que el documento entregado esté preñado con múltiples cláusulas abusivas .
El conjunto de problemas derivados de la obligación de suministro de piezas de repuesto y un adecuado servicio técnico postventa -fundamentales en el sector económico tratado- son también abordados con extensión y profundidad, demostrando el profesor Avilés que el único sentido de pervivencia del status de bienes de consumo duraderos tiene su campo natural en estos derechos asociados a bienes de cierta perdurabilidad y con un componente técnico complejo, en el que se debe asegurar que el adquirente pueda tener un adecuado servicio de mantenimiento y de las piezas de repuesto necesarias para éste.
De ahí, que el autor hable de una “garantía de mantenimiento”, cuyo régimen jurídico se debe desarrollar para clarificar cuestiones prácticas que afectan indudablemente y de forma cotidiana al sector de automoción. Por ejemplo; si dentro del plazo de dos años el consumidor puede ejercer, ante el vendedor, las acciones derivadas de la garantía legal alegando una falta de conformidad cuando no exista un adecuado servicio técnico y si dichas facultades se pierden cuando transcurre dicho plazo, a la vista de lo previsto en la Ley de Ordenación del Comercio Minorista, debiendo dirigirse exclusivamente al fabricante o marquista.
La respuesta a ésta y otras cuestiones prácticas la encontramos en esta obra, cuya lectura resulta recomendable para todo estudioso del Derecho de Consumo, e imprescindible para el que desee hallar una respuesta razonada a las múltiples cuestiones que pueden suscitarse en la venta, reparación y distribución de vehículos y sus piezas de repuesto y accesorios.
jueves, 8 de octubre de 2009
LA OBESIDAD Y DEPRESIÓN COMO EPIDEMIAS. A PROPÓSITO DE CLIVE HAMILTON Y “EL FETICHE DEL CRECIMIENTO”
¿Qué se esconde detrás de esa definición?. ¿Existen intereses en privilegiar la perspectiva médico-farmacéutica para abordar estos problemas, excluyendo ópticas más integrales que traten al ser humano como algo distinto a un mero consumidor?.
A estas preguntas, entre otras muchas, responde Clive Hamilton en su libro “El Fetiche del Crecimiento”, obra cuyas conclusiones resultan esclarecedoras e inquietantes: los economistas -no todos, pero sí los que acaparan los medios de comunicación pública- nos están engañando al vincular el crecimiento económico con el bienestar. Ello se demuestra, además, empíricamente dado que las sociedades industrializadas que poseen mejores resultados en cuanto a incrementos de su Producto Interior Bruto son las que experimentan mayor estancamiento en cuanto a índices de bienestar.
Hamilton ya nos advierte al principio de la obra con una cita de Bernard Shaw que resulta cumplida a lo largo de sus páginas: “todas las grandes verdades comienzan como blasfemias”.
Pues bien, el autor comete la mayor “blasfemia” económica y política que puede perpetrarse actualmente: afirmar que el crecimiento económico continuo de las economías desarrolladas, reflejado en sucesivos incrementos del Producto Interior Bruto, no sólo no es beneficioso para el conjunto de las sociedades, sino que es insostenible y perjudicial para éstas. O sea, que ese crecimiento que genera tantos debates políticos -y tantos reproches por no lograrlo- es un engaño, un fetiche.
Los argumentos en los que sustenta esta tesis son, precisamente, económicos: el sistema económico existente los países desarrollados que se sujeta en el incremento continuo de una producción masiva de productos para, a su vez, mantener un consumo intensivo de los mismos es insostenible si, a la vez, se emplean los recursos naturales limitados y agotables dados por el planeta. Este crecimiento continuado, a la vez, resulta imposible en términos globales.
Pero eso, ¿tiene alguna relación con la obesidad y la depresión?. Pues sí. Mucho.
Un sistema económico basado en el crecimiento de la producción, únicamente tenderá a generar estímulos al consumo a fin de incrementar aquélla.
En el ámbito de la alimentación ello tiene mucha relevancia, ya que la publicidad nos bombardea constantemente con productos “sabrosos” compuestos en muchas ocasiones de ingredientes con un alto contenido azúcares, sal y grasas.
El consumo habitual de estos productos, unidos a una vida sedentaria ocasionada, en muchas ocasiones, por la carencia del tiempo necesario para fomentar la realización de actividades físicas conlleva al incremento de la obesidad. A ello se une que el cuerpo humano, como todo ser vivo, posee los instintos de conservar la energía minimizando la actividad, sólo gastando la mínima necesaria para moverse, alimentarse y procrear.
En épocas anteriores, explica el autor, se recurriría a las palabras “glotonería” o “pereza”, expresiones socialmente intolerables que hoy sustituimos por la expresión “epidemia de la obesidad”, obesidad que es causada -en la mayoría de los casos- por razones psicológicas; de la misma manera que se cede al hiperconsumo de productos (automóviles, ropa, cosméticos, etc), también se cede al hiperconsumo de alimentos. Es el signo de los tiempos modernos, ya que no hay que olvidar el dato que la denominada epidemia de la obesidad no ha existido hasta los últimos veinte o, a lo sumo, treinta años.
Sin embargo, al igual que otras adicciones y patologías sociales (depresión, ludopatía, síndrome asociado a compras compulsivas, trastorno causado por déficit de atención, etc) resulta más tranquilizador, menos comprometido y, sobre todo, más “productivo”, hablar del obeso como un enfermo, medicalizar el problema y referirse al mismo como “epidemia”. Con ello, todos contentos y sobre todo la industria farmacéutica y, paradójicamente, la propia industria alimentaria.
De una parte, medicalizando el problema de la obesidad surgen nuevos productos farmacéuticos que pueden ofrecerse en el mercado, bien con carácter curativo, bien con carácter paliativo o bien, incluso, a modo preventivo.
De otra parte, la propia industria alimentaria, permítaseme la expresión, se “retroalimenta” de este problema.
Por una parte ofreciendo como “complementos alimenticios” sustancias que “ayudan a mantener la línea” , “controlar el peso” o a “depurar” los desechos que posee nuestro cuerpo. Estos productos “adelgazantes”, cuyas ventas experimentan un incremento exponencial en los últimos años, pese a que se presume de tener una legislación restrictiva de productos que pueden generar riesgos para la salud de los consumidores, se pueden clasificar en diuréticos (eliminan agua y electrolitos sin reducir grasas), laxantes (estimulan el tracto intestinal) o saciantes (reductores del apetito) y una característica general presente en los mismos es la desigual proporción que guarda el coste de producción con su precio en el mercado.
Por otra parte, la industria alimentaria también utiliza los factores asociados a la obesidad para lanzar al mercado productos alimenticios ya comercializados anteriormente, pero ahora transformados con alguna sustancia que “ayuda a reducir los niveles de colesterol”, “a reducir la grasa corporal” o a algo parecido…
Dichos productos al poseer un valor añadido a los productos equivalentes ya comercializados poseen también un precio muy superior a éstos, dato muy relevante para las empresas de alimentación que "innovan" el mercado con los mismos.
En el caso la depresión, “epidemia no infecciosa” que, según la OMS se convertirá en “la enfermedad más común en los seres humanos” en las próximas décadas, superando al cáncer y a las patologías cardiovasculares.
La clave de este incremento de la depresión y de su generalización, para Clive Hamilton, está no tanto en la pobreza, desempleo, pertenencia a una familia disfuncional o tener un historial de enfermedades mentales, circunstancias todas ellas que pueden ser importantes factores de riesgo, sino en el desgaste de los lazos sociales manifestado en la movilidad geográfica causada por el proceso urbanizador, en la perdida de contacto familiar, en los cambios de modelo familiar, en la transformación de los puestos de trabajo y en la mercantilización de actividades sociales y culturales.
Ello se refleja también en el incremento del denominado síndrome de déficit de atención, conocido asimismo como trastorno de falta de atención con hiperactividad, o simplemente hiperactividad, cuyas tasas crecen de forma extraordinaria tanto en Estados Unidos como en Europa, y cuya respuesta es acudir a un medicamento, Ritalín, que es un poderoso estimulante y que es consumido mayoritariamente por los escolares a los que se les diagnosticó esta “enfermedad”. Precisamente, en contra del abusivo uso de este medicamento –abusivo uso que podría extrapolarse a muchos antidepresivos- se pronunció Lawrence Diller, médico en cuyo libro “Running on Ritalin” denuncia el abusivo uso de este medicamento entre la población infantil y adolescente. Para Diller resulta muy fácil llevar, por parte de unos padres sobreexcitados que trabajan fuera de casa a menudo en empleos precarios, a la consulta del médico a chicos normales que, sencillamente, no atienden, se aburren en la escuela o les cuesta tiempo hacer las tareas escolares y a los cuales se les diagnostica de buena gana algún trastorno químico cerebral recetándoles un potente fármaco “la siquiatría que antes criticaba a la madre de Johnny por la mala conducta de su hijo, ahora critica al cerebro de Johnny”.
El caso es que, de un modo u otro, cuando los médicos echan mano de sus tacos de recetas, transmiten mensajes muy influyentes sobre todo para los niños: las desviaciones de la norma son afecciones médicas que se pueden curar o paliar con medicamentos disfrazándose los desequilibrios vitales de desequilibrios neurológicos, impidiéndose así una solución al problema que conllevaría, seguramente, un menor esfuerzo económico y emocional de la sociedad.
EL CONSUMO
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