Cualquier
persona con dos dedos de frente sabe que las compañías eléctricas
deberían estar nacionalizadas. O tan reguladas que no mereciera la pena
explotarlas con los fines de lucro actuales. Resulta un disparate que en
los meses de frío (aunque también en los de calor) el vatio salga a
subasta como una obra de arte de Christie´s, para que pujen por él
especuladores sin alma. Les falta enmarcarlo y ponerlo sobre un paño de
terciopelo. Pero bueno, la historia es ésta: que el vatio se pone en
manos de los subasteros, algunos de los cuales forman parte de las
compañías que los han sacado a la venta. De ese modo, el precio sube o
baja en función de sus intereses o del cabreo general.
Mientras
se produce la subasta, hay miles de familias muertas de frío, apiñadas
en los sofás de sus respectivos salones, bajo una manta vieja. Están
mirando la tele, que consume poco, a ver si de la pantalla encendida
surge un poquillo de calor. Pero lo que surge son los sistemas
enloquecedores, cada día más, de calcular el precio de la electricidad.
Es como si la mitad de los telediarios se dedicaran a hablar del precio
del caviar, del que no sabemos si se subasta o va directamente de las
manos del productor a las del consumidor. Una cosa está clara: que el
caviar pasa por menos manos que el vatio, lo que significa que cuando
llega al consumidor último es más barato, en términos relativos, que la
luz.
La nacionalización de la electricidad debería ir en
cualquier programa electoral decente. Permanezcamos, pues, atentos a la
pantalla para ver qué partido político se atreve a sugerirlo. Una vez
nacionalizada y convertida en un servicio público, desaparecerían los
subasteros, los intermediarios, los vendedores de armas, los
especuladores, y pagaríamos por ella lo que cuesta, no lo que vale, o al
revés, ahora no caigo.
Hay un problema, y es que las eléctricas
recogen con frecuencia a los expolíticos y los introducen en sus
estructuras extorsionadoras a fin de que hagan lobby frente a sus
excompañeros. Y lo hacen. De ahí la familia muerta de frío frente a un
brasero que quizá ha empezado a desprender ya CO2. El país, en general,
empieza a oler a anhídrido carbónico. ¿No nota usted problemas de
respiración?
Fuente: La Nueva España
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