VIVIR SIN MÓVIL
Xuan Cándano. Periodista y Director de ATLANTICA XXII
-¿Dónde estás?
-En casa, donde me acabas de dejar.
Si la CIA tiene controladas todas nuestras
conversaciones, como parece, sus agentes se estarán volviendo locos depurando
millones de conversaciones estúpidas y banales que se producen a diario a
través de los teléfonos móviles. Deben de ser la mayoría.
No hace falta ser un sabio para conocer que la ciencia
es neutra y que sus logros constituyen un avance, aunque también pueden ser un
retroceso, dependiendo de su utilización. La imparable revolución tecnológica
hace más evidente esa perogrullada y los teléfonos móviles se han convertido en
su icono, también de tan paradójico fenómeno.
En su ensayo Nunca más solo. El fenómeno del móvil (Editorial La Oveja Roja), los filósofos franceses Miguel Benasayag y Angélique
del Rey exponen las consecuencias psicológicas y antropológicas de la
generalización de estos teléfonos y sus conclusiones son realmente desoladoras.
Han constatado que, como con otros grandes avances de la técnica, “no
escatimamos elogios y descripciones minuciosas para contar todo lo que hemos
ganado, olvidándonos una vez más de preocuparnos por lo que hemos perdido”. Su
libro pretende ser una aportación “para que la victoria de la técnica no sea,
como tantas veces, una victoria pírrica”.
Benasayag y Del Rey constatan que, en general, los
móviles nos están haciendo más ignorantes e impotentes. Sobre su pésima y
ridícula utilización, siempre aludiendo a la mayoría de sus usuarios, son
contundentes: “Con el móvil, la oligofrenia comunicacional está asegurada, y
también son posibles otras metástasis más orgánicas: cuanto más hablamos, menos
tenemos que decir. Hay una metástasis que no está a la espera de verificación,
es la de la idiotez comunicacional”.
Los jóvenes ya han nacido casi con un móvil en la mano
y su manera de relacionarse no se concibe sin el aparato, pero en los adultos
su generalización ha provocado una infantilización difícil de comprender.
“Desde un punto de vista funcional no deja de ser preocupante el que millones
de adultos se comporten como adolescentes presa de un ataque de verborrea”.
Para gran parte de sus usuarios la función básica del
móvil, la de comunicar, es marginal. Partiendo del narcisismo que delata su
pésima utilización, Benasayag y Del Rey observan otras funciones que desarrolla
prioritariamente: ansiolíticas e hinópticas.
Y aunque ha convertido a los humanos en individuos
continuamente controlados, el móvil es el icono social por excelencia, “icono
investido del poder del bien supremo en el bolsillo de cada cual”.
Pero hay quien se resiste a ello. Y lo hace con total
naturalidad y sin perderse nada de las ventajas del progreso.
Un negocio que no da satisfacciones
Eduardo Menéndez Casares es geólogo y trabaja en la
Universidad de Oviedo, en la Escuela de Minas. También es un veterano militante
ecologista y activista en Ecologistas en Acción. El campo y las excursiones por
la naturaleza, tanto trabajando como en tiempo de ocio, son una pasión a la que
no renuncia. Nunca tuvo teléfono móvil porque asegura que no tiene necesidad
“de estar permanentemente localizado”. Recibió presiones de todo tipo (en casa,
en el trabajo) para sumarse como usuario a un fenómeno que cree que “no tiene
marcha atrás”, pero del que permanece al margen, no por beligerante oposición,
sino porque nunca tuvo necesidad.
No le desasosiega en absoluto andar solo en largas
caminatas por espacios naturales, pero dice que se pone nervioso si oye el
sonido de un móvil en el monte o en un acantilado. “Los de la aldea no tenemos
miedo a andar por el campo”.
Para Eduardo el móvil es un aparato inútil, “que hubo
un momento en el que daba estatus”, y lamenta que su profusión provoque que la
gente ya no quede físicamente para verse. Piensa que se trata de una necesidad
artificial y la compara con la obsesión por la velocidad, también ligada a la
técnica. “Nos movemos con más velocidad en AVE o en avión, pero no nos
enteramos de por dónde pasamos. Todo está subordinado al mercado, a que sea una
mercancía. Lo del móvil es un negocio tremendo que no da más satisfacción a las
personas”.
“No lo necesito”
Hace muchos años que el escritor Braulio García
Noriega vive de vender libros por Internet a través de su librería digital (www.paquebote.com).
El teléfono móvil no se lo impusieron sus clientes, esparcidos por todo el
mundo, sino los bancos. “Para las transferencias bancarias y los pagos del
trabajo antes tenía tarjeta de coordenadas, pero el banco impuso el móvil. O
eso o ir presencialmente”.
Desde entonces Braulio tiene un móvil, pero solo él
conoce el número, porque lo usa exclusivamente en esas obligaciones bancarias.
Sus amigos, sus familiares y sus clientes lo llaman a su teléfono fijo. “¿Que
por qué no uso el móvil? Porque no lo necesito. Lo puedes necesitar un día.
Pues voy a una cabina”.
El dueño de Paquebote no comparte lo que define como
“el discurso de la época: crean una necesidad y todos parecemos obnubilados con
ella”.
Animales en transición
Como escritor y periodista Gregorio Morán es uno de
los profesionales más prestigiosos de España y sus libros y sus artículos en La
Vanguardia tienen un público masivo y muy fiel, aunque los poderes, también
en el mundo cultural, no le tengan precisamente simpatía por su espíritu
crítico. Si le preguntan por qué no usa móvil se obtiene la respuesta común a
todos los que viven y trabajan perfectamente sin el aparatito: “No tengo
ninguna necesidad”.
Junto a otros argumentos, Morán añade uno
generacional: “Me llegó tarde. Los ricos no necesitan móvil y los pobres pobres
tampoco. Tengo uno aquí que me regalaron, pero no lo uso”.
A Morán, gran conversador y excelente contertulio,
siempre presencialmente y en una buena sobremesa con los amigos, el uso masivo
del móvil le parece un icono, pero de la tendencia al absurdo de la modernidad.
“¿Qué hacemos gente mayor como yo dándole a los botoncitos de ese aparato? Eso
es de película de Berlanga. Viajas en el metro y ves esas escenas… los
viejecitos aceptan su condición de animal del siglo XX en transición al XXI”.
“La amistad no necesita el móvil”
También la falta de necesidad y no ningún tipo de
apriorismo es el motivo por el que a Santiago Alba Rico no es fácil verlo con
el móvil en la mano o en la oreja. El filósofo y escritor vive en Túnez y
prescinde de él sin problema alguno. Lo explica por correo electrónico, que en
cambio sí es para Santiago un instrumento de trabajo.
“No es una decisión heroica la mía. Tengo una vida
laboral privilegiada -sin jefes ni clientes- y por lo tanto no lo echo en falta
jamás en mi vida cotidiana. Lo usé durante un mes y medio, durante la
revolución tunecina, porque entonces era muy importante saber lo que estaba
ocurriendo en otros puntos de la ciudad y coordinar encuentros. Ahora no me
hace falta. La amistad no necesita el móvil”.
No estar continuamente controlado con ese aparato se
ha convertido en una excentricidad, algo que Alba Rico comprobó hace poco en
Túnez cuando un amigo, al comprobar que no tenía móvil, se ofreció para
comprarle uno creyendo que era por falta de dinero.” No me siento raro, pero
desde luego parezco raro. El móvil se ha convertido en un presupuesto universal
de integración social, interclasista y casi natural, como el llevar zapatos o
tener dos piernas”.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 29, NOVIEMBRE DE 2013
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