El jefe de la División de Políticas Sectoriales,
TIC y Educación de la UNESCO defiende que saber utilizar las nuevas tecnologías
en la vida cotidiana no convierte a los alumnos en "verdaderos ciudadanos
digitales" críticos.
Francesc Pedró, jefe de la División
de Políticas Sectoriales, TIC y Educación de la UNESCO.
ANNA FLOTATS
Francesc Pedró (Barcelona, 1960) es un
experto en tecnologías aplicadas a la educación, pero apenas habla de
ordenadores, tabletas y pizarras digitales. El jefe de la División de Políticas
Sectoriales, TIC y Educación de la UNESCO centra su discurso en conceptos tan analógicos
como las necesidades educativas, cambios de metodología y resolución de
problemas. Este catedrático de Ciencias Políticas y Sociales apuesta por las
nuevas tecnologías como gancho para recuperar a alumnos desmotivados en clase e
insiste en la necesidad de confiar y dar poder al profesorado para que empiece
a ver la tecnología como una herramienta de mejora de la enseñanza y el
aprendizaje. Este martes lo contará en la XXIX Semana de la Educación que
organiza la Fundación
Santillana.
¿La educación tiene que adaptarse a la tecnología o la tecnología debe adaptarse
a la educación?
Ni una cosa ni la otra. Lo más importante es que
hay unas necesidades de transformación de la educación que son tremendamente
urgentes. Y, en algunas de estas transformaciones, la tecnología puede jugar un
papel importante. Pero eso no significa que la tecnología no deba aprender a
responder mejor a las necesidades de la escuela. Los productos tecnológico
nunca fueron diseñados para el contexto educativo. Los que funcionan son los
que surgen tras analizar las necesidades de la escuela, de los docentes, de los
alumnos, de las familias. Por ejemplo, el hecho de que aplicaciones
como Twitter o Facebook nunca fueran diseñadas para la educación no significa
que no puedan ser utilizadas en el contexto escolar, pero tampoco debe ser una
obligación utilizarlas. Lo que necesitamos son aplicaciones y servicios que den
salida a las necesidades que tienen profesores y alumnos. Eso es, para mí, lo
capital. Primero, la necesidad educativa y luego, el producto o servicio que
más se adecue a ella.
Suele decir que la tecnología es un arma para
frenar el abandono escolar y mejorar los resultados académicos de los alumnos.
¿De qué manera?
Hay varias. Una, quizás no apropiada para nuestro
contexto escolar pero que sí funciona en otros países de Europa, consiste en la
utilización de las escuelas virtuales. Es decir, escuelas que no exigen la
presencia física del alumno. Esto está funcionando en contextos donde es muy
importante la distancia geográfica o en los que existe un gran hábito de
utilización de la tecnología para otras cosas, como por ejemplo, Australia,
Canadá, Inglaterra y Estados Unidos. Incluso se habla de escuelas [para niños
de entre 6 y 12 años] completamente virtuales. En España, sin embargo, esto no
es una solución para luchar contra el abandono escolar porque el origen del
problema aquí tiene que ver con la falta de interés, de motivación, para un
determinado perfil de jóvenes, fundamentalmente chicos. Es evidente que la
tecnología ofrece, desde esta perspectiva, una capacidad de enganche a este
perfil de jóvenes, pero siempre a condición de que los docentes sepan cómo
hacerlo. No puedes usar la tecnología para seguir explicando lo que antes
explicabas y que nunca interesó porque seguirá sin interesar. Hay que partir de
aquello de lo que resulta interesante a estos jóvenes para reengancharlos de
nuevo al carro de la educación. Pero eso exige unos docentes extremadamente
cualificados.
¿Y lo están? Es decir, ¿están cambiando
realmente el método pedagógico o sólo modifican el soporte mediante el cual
enseñan?
Los docentes están realizando pasos agigantados
en esta materia. Se trata de una pequeña revolución silenciosa porque donde más
utilizan la tecnología es en ámbitos que no son visibles. Por ejemplo, en la
preparación de sus clases o en el seguimiento de los expedientes de sus
alumnos. Todo esto no se ve, pero es muy importante y demuestra que por fin hay
un elevado grado de uso de las tecnologías por parte de los docentes. Y
corresponde a un principio muy básico: usan la tecnología en estos ámbitos
porque existe un retorno de la inversión en términos del esfuerzo adicional que
se les exige. Es decir, ellos hacen un esfuerzo para aprender y ese esfuerzo se
traduce en mayor productividad, mayor capacidad de trabajo o mejora de la
calidad. En cambio, no podemos hablar de una transformación de lo que sucede
dentro del aula porque es mucho más difícil esperar —sobre todo en el contexto
actual de crisis económica— cambios espectaculares en la metodología docente en
las escuelas. En primer lugar, porque esto exige una visión clara de lo que es
la escuela del siglo XXI transformada por la tecnología, que queda muy bien
escrito pero es difícil de visualizar. Los docentes conocen muy bien los puntos
fuertes y débiles del sistema educativo, pero para transformar la enseñanza por
medio de la tecnología lo primero que necesitaríamos es que pudieran ver
exactamente qué es lo que se puede hacer. Y eso aún no lo hemos conseguido.
Si nuestro mundo fuera racional, el lugar en el
que mejor se utilizarían las tecnologías en los procesos de enseñanza y
aprendizaje serían los centros de formación inicial del profesorado. Sin
embargo, incluso en comparación con otras facultadas de las universidades en
las que están, el nivel de uso es muy bajo. Eso significa que el primer
elemento nos falta: no tenemos una imagen clara de cómo es enseñar y aprender
en el siglo XXI con la intervención de la tecnología. Y en segundo lugar, en
vez de sacar a los docentes de sus aulas para llevarlos a lugares donde se les
explica la teoría, habría que trasladar el apoyo y la formación al lugar en el
que están trabajando. Es decir, menos tiempo de formación, pero mucho más
relevante. Deberíamos identificar qué problemas tenemos con cada uno de los
docentes, con todos los equipos, y buscar la mejor solución pedagógica. Es
evidente que muchas de esas soluciones pedagógicas terminaran incorporando la
tecnología, pero hay que empezar por la realidad y la realidad está a pie de
trinchera.
Algunos profesores pueden pensar que usando pizarras digitales o tabletas ya
están incorporando las nuevas tecnologías en la enseñanza. ¿Es un arma de doble
filo que confundan las herramientas con el método?
Las pizarras digitales han entrado con muchísima
facilidad en las escuelas, han sido bien aceptadas porque son fácilmente
fagocitables por los docentes en las metodologías tradicionales. En realidad,
no tienes que cambiar radicalmente de forma de enseñar.
Si todos los alumnos tienen una tableta en las manos, lo primero que hacen los docentes es un cambio topográfico: en lugar de ponerse delante de los chavales se ponen detrás para ver qué hacen con los tabletas. Lógicamente, siguen viviendo esta introducción de la tecnología como una fuente adicional de problemas, cuando en realidad deberíamos proponer usos de la tecnología que les ayuden a resolver los problemas. Tener una pizarra digital en lugar de una tradicional, para mí, desde un punto de vista optimista, es un caballo de Troya. Es decir, es mejor tenerlo que no tenerlo porque tal vez a través de este caballo de Troya vamos a conseguir que el docente se acerque un poco más al mundo de los contenidos digitales.
Si todos los alumnos tienen una tableta en las manos, lo primero que hacen los docentes es un cambio topográfico: en lugar de ponerse delante de los chavales se ponen detrás para ver qué hacen con los tabletas. Lógicamente, siguen viviendo esta introducción de la tecnología como una fuente adicional de problemas, cuando en realidad deberíamos proponer usos de la tecnología que les ayuden a resolver los problemas. Tener una pizarra digital en lugar de una tradicional, para mí, desde un punto de vista optimista, es un caballo de Troya. Es decir, es mejor tenerlo que no tenerlo porque tal vez a través de este caballo de Troya vamos a conseguir que el docente se acerque un poco más al mundo de los contenidos digitales.
Ponga, por favor, algún ejemplo en el que la
tecnología en el aula está solucionando problemas.
En algunos países, los docentes han utilizado la
tecnología para acercarse a los chicos a través de los elementos que más les
interesan, como por ejemplo, el fútbol, series de televisión como CSI o la gamificación.
Eso es, el uso de juegos para aproximar —a los chicos más que a las chicas—
a materias que de otro modo les parecen extremadamente aburridas. El
crecimiento en términos industriales de estos elementos ha sido tan grande que
hoy, en realidad, es una de las industrias en la que más se está invirtiendo en
EEUU y otros países.
Otro ejemplo, el más conocido en los últimos
cuatro años, es la clase invertida. Consiste en algo muy simple: los alumnos
[de secundaria] visionan en casa una serie de vídeos preparados por el propio
docente. Le ven a él mostrando los contenidos mediante una presentación power
point, algo escrito a mano o en una tableta. Esto permite que el alumno vaya
adelante y atrás todas las veces que quiera y, en algunos casos, incluso se
plantean ejercicios de autoevaluación que se hacen en casa, como si fueran
deberes. De esta manera, el profesor ya no tiene que transmitir contenido
en el aula, en todo caso, resuelve dudas, plantea proyectos, problemas, hace
experimentos... La vivencia de la clase se transforma radicalmente en otro tipo
de proceso y enseñanza y aprendizaje. Es como si te dijeran: "Mírate este
vídeo y mañana cuando llegue a clase vamos a aplicarlo, vamos a realizar una
actividad en la que realmente tiene sentido que estemos todos juntos, pero esto
te lo puedes mirar en casa, en zapatillas". Es una tecnología de bajo coste
y, sin embargo, se está reproduciendo a pasaos agigantados. Sobre todo, en las
clases de Ciencias Sociales y Experimentales, donde tienen mucho sentido.
Teniendo en cuenta la reforma educativa en
España y el recorte de profesorado, ¿caminamos hacia este escenario en España?
Las leyes son buenas o males, pero hay una gran
lejanía entre lo que escriben las leyes y las prácticas cotidianas en los
centros. ¿Hasta qué punto el contrato docente (las tareas laborales de un
docente) permiten ir más allá en tiempo de trabajo de lo que sería puramente
una sesión de clase al grupo grande, al conjunto de 25-35 alumnos. El secreto
de los sistemas que funcionan bien está en que los docentes no sólo se
preocupan de dar clases al grupo sino que tienen espacios para tratarles individualmente,
sobre todo, a los alumnos que van rezagados. Si las condiciones de trabajo no
contemplan estos espacios, no llegaremos a la individualización.
El Gobierno del PP ha desmontado, por ejemplo, la atención a la diversidad.
Este recorte, sumado al aumento de las ratios y a la presión de los docentes
por dejar en un buen lugar al centro en las evaluaciones de competencias
básicas o de PISA, ¿juega en contra de la personalización de la enseñanza?
Que haya presión está bien. Todos necesitamos
tener un norte, pero para modificar nuestros comportamientos y mejorar
profesionalmente, no sólo necesitamos que nos digan que lo estamos haciendo
mal, necesitamos que nos apoyen, para ayudarnos a mejorar. Es una moneda de dos
caras. Puedes poner mucha presión en el sistema, pero tienes que poner el mismo
énfasis en el apoyo. Cuando vas al médico no sólo vas a que te diga que tienes
el colesterol alto, vas también a que te diga qué puedes hacer para curarte.
Para eludir esta otra cara de la moneda, los políticos argumentan que no hay
dinero.
A partir de una determinada cifra de inversión global por alumno, ya no hay
diferencias. No cuenta tanto el dinero que se invierte, que en España siempre
ha sido poco, sino que cuenta tanto o más cómo se gasta. En este sentido, hay
muchas cosas que se podrían hacer. Para empezar, podría pensarse en un sistema
que confiara más en los docentes y en los centros para que fueran ellos los que
administraran los recursos. Eso les daría un mayor control sobre la calidad de
los procesos y les permitiría utilizar los recurso en función de su propio
proyecto, pero compartiendo una orientación de futuro. Que el alumno aprenda
cada vez más y mejor y, sobre todo, que esto se produzca en un contexto de
creciente equidad.
Suele decir que el concepto "nativo
digital" hace un flaco favor a la educación. ¿Por qué?
Damos por hecho que el nativo digital es una
persona joven que sabe perfectamente cómo utilizar la tecnología para todo.
También en el ámbito educativo. En realidad, deberíamos acostumbrarnos a pensar
en los jóvenes de hoy como huérfanos digitales, es decir, como personas que
tienen acceso a la tecnología, que dominan unas determinadas aplicaciones
—aquellas que son importantes para su vida cotidiana— pero que, sin embargo,
están absolutamente perdidos en términos de transformarse en verdaderos
ciudadanos digitales. El concepto de huérfano digital, a mi juicio, es mucho
más potente en el contexto educativo porque nos recuerda a todos la
responsabilidad de familias y docentes de acompañar a los jóvenes en el
descubrimiento, no sólo de los riesgos, sino también de las oportunidades de
trabajo serio con los alumnos. Son nativos digitales que aprenden en función de
la ley del mínimo esfuerzo. Si nadie les explica que hay otras formas de utilizar
bien la tecnología además de buscar en Google y copiar la primera entrada que
encuentren para hacer un trabajo, nunca lo aprenderán.
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Fuente: Diario Público
http://www.publico.es/sociedad/pedro.html
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