"Monsanto papers": La complicidad de las autoridades europeas con la industria alarga la vida de los pesticidas
Los Estados miembro prolongan el
uso del glifosato hasta 2022, a pesar de su catalogación como ‘posible
cancerígeno’. Mientras, los ‘Monsanto Papers’ desvelan cómo la compañía
manipuló informes científicos, hizo lobby sobre organismos reguladores y
sobornó a la prensa para proclamar las bondades de su producto.
Fuente: Público
nacho
valverde @javat91
Pasado un
año y medio desde que los responsables europeos se sentaran a debatir el futuro
del herbicida más polémico del mercado, los Estados miembros de la UE decidían
el pasado miércoles renovar la licencia del glifosato por un período de
cinco años. Han sido necesarios hasta siete intentos para obtener la
mayoría cualificada para su renovación, con 18 estados a favor, 9 en contra y 1
abstención.
En un
principio el periodo de renovación establecido comprendía los 15 años, pero la
división entre los distintos países y la presión ciudadana y científica han
obligado a rebajar su uso futuro hasta 2022. Si bien es cierto que tanto
ecologistas como los países que se oponían al herbicida de Monsanto abogaban
por su eliminación total del mercado.
A pesar de que las
autoridades europeas hayan decidido una vez más abrazar la pastilla azul,
obviando las abrumadoras evidencias científicas que muestran al glifosato como
un posible cancerígeno, esta nueva victoria de la industria agroquímica
puede acabar siendo el principio del fin.
El
rechazo de países con el peso de Francia -que ya ha decidido prohibir el
herbicida en todo su territorio-, la presión y preocupación de un 72% de la
población europea por los residuos de los pesticidas en los alimentos –según el
último Eurobarómetro- y la división dentro de las filas de conservadores,
socialistas y liberales en la Eurocámara, hacen de la reciente decisión una
huida hacia adelante para tratar de salvar un modelo de agricultura intensiva
que tiene a los plaguicidas como su principal aliado.
La caída en
desgracia del glifosato tiene sus orígenes en el año 2015, cuando el Centro
Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) -organismo de la OMS
especializado en investigaciones oncológicas- incluyó al herbicida como “probablemente
cancerígeno” en animales y humanos. Esta inclusión contradecía las
apreciaciones de Agencia Europea de Seguridad Alimentaria, quien afirmaba que
era improbable que pudiera causar tumores en humanos.
Este
mismo año la compañía estadounidense era declarada culpable, en una sentencia
sin precedentes, del delito de ‘ecocidio’ por el daño causado al medio ambiente en el Tribunal Internacional de La Haya.
Uno
de los hechos más impactantes que ha puesto al descubierto las tretas de
Monsanto para mejorar la imagen de su producto estrella ha pasado completamente
desapercibido para los medios españoles.
A
raíz de una demanda colectiva presentada en Estados Unidos por más de mil
personas afectadas de cáncer, presuntamente provocado por el glifosato, el juez
que llevaba el caso decidió desclasificar los documentos aportados por los
demandantes.
Esta
documentación, dada a conocer por el diario francés Le Monde bajo el
nombre de ‘Monsanto Papers’, demuestra cómo la compañía norteamericana
manipuló informes científicos, hizo lobby sobre organismos reguladores y
sobornó a la prensa para proclamar las bondades de su producto.
Entre
los documentos se muestra cómo la empresa agroquímica fabricó, previamente a la
decisión del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer, una falsa
campaña de indignación destinada a desprestigiar a los científicos de este
organismo para cuestionar la inclusión del glifosato como “probable
cancerígeno”. Todo ello con la connivencia de la prensa como correa de
transmisión de la propaganda de Monsanto.
Esta práctica de
la compañía ha sido reiteradamente denunciada por asociaciones ecologistas,
como explica Kistiñe García -responsable de comunicación de la campaña ‘Libres
de contaminantes hormonales’ de Ecologistas en Acción-: “El cuestionamiento de
los estudios independientes sobre los efectos que producen los pesticidas ha
sido una estrategia recurrente de la industria, desde la época en que
aparecieron los primeros estudios que relacionaban el tabaco con el cáncer de
pulmón. Generan nuevos estudios, con científicos vinculados a la industria y a
Monsanto, que vayan en sentido contrario para tratar de aludir que no hay
consenso científico y el público general se queda con esa idea”.
“Lo
más preocupante es que no solo cuentan con científicos a su disposición, sino
que las agencias europeas encargadas de prohibir los pesticidas también están
implicadas”, apunta Kistiñe García.
“Hay un conflicto de interés clarísimo con Monsanto, cuyas investigaciones
científicas se han copiado y se han vuelto a poner en informes europeos”,
relata el eurodiputado de EQUO Florent Marcellesi.
En
esa línea apuntan los ‘Monsanto Papers’, quienes han evidenciado que las
conclusiones de los informes de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria
-responsable de evaluar los riesgos de los alimentos que llegan al mercado-
serían un copipega del estudio realizado por Monsanto.
Antes
de conocer esta evidencia, el grupo de Los Verdes/ALE en el Parlamento Europeo
interponía este mismo verano un recurso ante el Tribunal de Justicia de la
Unión Europea por la no divulgación -por parte de la EFSA- de las conclusiones
que afirmaban que el glifosato no es carcinógeno para los seres humanos.
La
complicidad de las autoridades europeas, más allá de Monsanto
Según
el Observatorio Europeo de Corporaciones, cerca del 60% de los expertos de
la EFSA tenían en 2013 vínculos con empresas biotecnológicas, alimentarias o de
pesticidas. Ese mismo año tenían que comenzar los trabajos de la Comisión
Europea para definir los disruptores endocrinos, es decir, productos como
plaguicidas que pueden alterar y afectar al sistema hormonal de los seres
vivos.
Esta
clasificación resultaba esencial para prohibir los productos que llegan al
mercado, subraya Kistiñe García de Ecologistas en Acción: “El Reglamento de la
Comisión Europea sobre plaguicidas prohíbe expresamente aquellos que tengan
propiedades de alteración endocrina y que puedan causar efectos nocivos en los
seres humanos. Por eso es tan importante qué definimos como disruptor
porque, en el momento que sea considerado como tal, tiene que salir del
mercado”.
En
varios de los correos desvelados por la periodista francesa Stéphane Horel y el
Observatorio Europeo de Corporaciones se desvela cómo Bayer -y otras
asociaciones de la industria agroquímica- presionaban a miembros de la Comisión
Europea para pedir una evaluación de impacto de los pesticidas sobre la salud,
de cara a demorar la definición de los disruptores endocrinos. Presiones que
surtieron efecto, como relata Florent Marcellesi del grupo de Los Verdes: “La
Comisión Europea propuso una definición de disruptores endocrinos con dos años
de retraso y en el Parlamento Europeo pusimos un veto porque era una tomadura
de pelo”.
La definición
definitiva en esta materia eliminaría de la lista de disruptores endocrinos o
contaminantes hormonales aquellas sustancias que pueden afectar a las hormonas
a largo plazo, detalla Nicolás Olea –oncólogo en el Hospital Universitario de
Granada-: “La cuestión clave de la definición es que entienden por efecto
adverso solo las grandes enfermedades como el cáncer. Se están dejando fuera
los efectos que no son de forma inmediata”.
Aunque
las autoridades españolas y europeas fijan un límite considerado seguro para
los pesticidas contaminantes hormonales en los alimentos, con los disruptores
endocrinos el concepto de límite no tiene mucho sentido, apunta Kistiñe García
de Ecologistas en Acción: “Los disruptores actúan en dosis muy bajas y una de
las características más potentes es que tiene mucha importancia el efecto
cóctel. No nos comemos un disruptor, sino que -por ejemplo- en una pera nos
estamos comiendo 16”.
Las
investigaciones de Nicolás Olea, considerado como uno de los mayores expertos
en España en descubrir cómo afectan los tóxicos a largo plazo sobre nuestro
cuerpo, apuntan en esa dirección.
Al
estudiar conjuntamente el efecto combinado de varios contaminantes hormonales,
Olea ha detectado que la exposición a estas sustancias está correlacionada
con un mayor riesgo de cáncer de mama; y que la exposición a estos químicos del
feto puede determinar la capacidad seminal del futuro varón: “Deberíamos
preguntarnos por qué las enfermedades de mayor incidencia el año pasado fueron
el cáncer de próstata y de mama y por qué estamos asistiendo ante tal desastre
de calidad seminal en los varones. En lugar de preguntarnos cuáles son las
causas, se está resolviendo el problema acudiendo a nuevas técnicas para
detectar tumores o aumentando el número de clínicas de reproducción asistida.
Yo lo que quiero es prevenir y que no haya tumores porque entonces no habría
que detectar nada”.
A pesar de dicho
aumento, denuncia la campaña ‘Libres de contaminantes hormonales’, la
incidencia de los contaminantes hormonales en ambas enfermedades no aparece en
el último informe de la Sociedad Española de Oncología Médica; concluyendo que
el aumento del cáncer se debe al “crecimiento de la población, la mejora de las
técnicas de detección precoz y el aumento de la esperanza de vida”.
Otra
de las enfermedades que se creía genética y que numerosos estudios están
apuntando en sentido contrario es el autismo. “Hay algo muy claro, si el
autismo fuera algo genético no habría habido un incremento tan brutal entre la
población. En 1985 existía en uno de cada 10.000 habitantes, mientras que
en el 2014 se daba en uno de cada 62 -según el Centro de Control de
Enfermedades de Estados Unidos-. Debemos preguntarnos qué hay en nuestro medio
ambiente para que se esté reproduciendo a esta velocidad”, cuestiona Pilar
Muñoz –presidenta de la Fundación Alborada-.
En
los alimentos españoles existen 33 contaminantes hormonales
Uno
de los países miembro que ha destacado por su defensa a ultranza del glifosato
ha sido España. Esencial para la escalada exportadora que el Partido Popular ha
llevado a cabo, nuestro país es el Estado miembro que mayor volumen de
pesticidas consume de toda la UE, 77.216 toneladas en 2015 –según
Eurostat-.
Si bien la
definición acordada por la Comisión Europea de contaminantes hormonales dista
mucho de la realidad, Ecologistas en Acción ha tratado de evaluar con mayor
precisión la presencia de disruptores en la comida española. Basándose en lista
ofrecida por la organización Pesticide Action Network Europe (PAN), los
expertos de la organización ecologista detectaron un total de 33 contaminantes
presentes en nuestros alimentos sobre un total de 53 sustancias que pueden
alterar nuestras hormonas.
Entre
los alimentos más contaminados se encuentra a la cabeza las peras –con 16
disruptores endocrinos-, manzanas, melocotones, naranjas, espinacas, pepinos o
tomates. Productos de origen animal como la miel o cereales como el
arroz también poseen contaminantes hormonales. Hasta el momento, la Agencia
Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) sigue sin
incluir en su programa de control de residuos de plaguicidas al glifosato.
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