A Christian Felber
(Salzburgo, 1972) le gusta hacer el pino. En mitad de una conferencia,
se pone con los pies en alto para deleitar al público. Ventajas de ser
bailarín, además de escritor y divulgador. Tiene estudios de filología
hispánica, sociología y políticas, y da clase en la Universidad de
Economía y Negocios de Viena. Felber defiende un cambio radical en el
modelo económico, la llamada “economía del bien común”.
Entre otros postulados, este austriaco defiende la sustitución del
Producto Interior Bruto (PIB) como unidad de medida de la riqueza por otro indicador, el Balance del Bien Común,
que prima valores como la justicia social, la dignidad humana o la
sostenibilidad medioambiental. Otras propuestas de Felber consisten en
limitar los ingresos de los individuos y poner límites a la propiedad
privada (que un individuo no pueda acumular posesiones por encima de
10-30 millones de euros). En cuanto a la banca, es partidario de limitar
el tamaño de las entidades para que, llegado el caso de una crisis,
puedan quebrar sin necesidad de ser rescatadas. Y regular sus créditos,
para garantizar que vayan a inversiones reales y beneficiosas.
Sus
postulados no están exentos de críticas: ¿cómo se mide el bien común?
¿tiene legitimidad un Estado democrático para limitar la capacidad de la
gente de ganar dinero? Se le acusa de promover el estatismo y el
intervencionismo, y se compara su modelo con una especie de comunismo
disfrazado, a lo que Felber responde que su propuesta incluye ideas
tanto del comunismo como del capitalismo, pero con límites, y siempre en
una “democracia soberana en la que el pueblo marque las pautas”.
Miembro de Greenpeace y confundador de la organización antiglobalización Attac en Austria, es autor de libros como Economía del bien común (Deusto, 2012) o Salvemos el euro (Anaya, 2013). A mediados de octubre participó en un congreso organizado por el Consejo General de Trabajo Social en Mérida, donde tuvo lugar esta entrevista.
PREGUNTA. Aboga por medir el éxito ético en lugar del éxito económico en las empresas. ¿Cómo?
RESPUESTA. El éxito suele medirse de
acuerdo con el alcance de los fines y no con la disponibilidad de los
medios. Aristóteles diferenciaba dos formas de entender y practicar la
economía. En la oikonomía el fin es el bien común,
la buena vida para todos, para lo que el dinero solo es un medio. Si el
dinero se convierte en el fin, por definición no es economía sino
crematística: el arte de enriquecerse. En ese caso el éxito se mide de
acuerdo con indicadores financieros y monetarios, como los beneficios y
el PIB. En una economía de verdad, donde el objetivo es el bien común, el éxito se mide según el alcance del fin: producto del bien común, balance del bien común
(para empresas) y examen del bien común (para inversiones). La ciencia
económica está completamente equivocada y se ha deslizado hacia el
capitalismo.
P. Hace seis años que se puso en marcha su modelo, ¿qué resultados palpables ofrece?
R. Hay 500 empresas que ya aplican el
balance del bien común. Pertenecen a todas las ramas y tienen todo tipo
de formas legales: entidades privadas, sin ánimo de lucro o públicas de
distintos tamaños. Desde la unipersonal a las de varios miles de
empleados. Se han implicado 50 municipios en Europa, algunos más en
Chile; unas 200 universidades están elaborando proyectos de
investigación y enseñanza. Ya se ha creado la primera cátedra en la
Universidad de Valencia; y hay tres escuelas técnicas superiores en
Austria y Alemania que han realizado el balance del bien común, al igual
que la Universidad de Barcelona. En España hay varias empresas que
siguen el modelo, como Can Cet, la Fundación Guttman y la Agencia de la
Juventud, en Barcelona. Además de cuatro regiones europeas: la Comunidad
Valenciana, Salzburgo (Austria), Baden-Wüttemberg (Alemania) y Tirol
del Sur (Italia).
P. ¿Qué resultados ofrecen las empresas que lo han puesto en marcha?
R. Hay hoteles que empiezan a reducir la
oferta de carne en el menú, muchas empresas reemplazan coches de
gasolina por eléctricos. Hubo un bufete de abogados que aumentó el
salario de la secretaria al darse cuenta de la diferencia que había con
respecto al del director. En varias empresas se ha aumentado la
participación de la plantilla en las decisiones estratégicas e
introducido un mayor grado de democracia interna. Hay otras en las que
se han duplicado las solicitudes de empleo, por ejemplo en Alemania,
porque los trabajadores quieren trabajar en este tipo de empresas a
pesar de que no tengan bonificaciones económicas.
P. ¿Por qué prefieren ganar menos?
R. Porque la remuneración que más cuenta
para los trabajadores es la ética. Encontrar un sentido a lo que hacen,
no causar daños medioambientales, primar las relaciones dentro de la empresa y con el entorno. Esto contribuye a la felicidad. Los trabajadores se sienten más apreciados porque pueden participar en las decisiones.
P. ¿Hay ejemplos en España?
R. En la Comunidad Valenciana se preparan
dos leyes que buscan crear un registro con las empresas que sigan estas
reglas más éticas, fomentar inversiones que primen la transformación
ética, dar incentivos legales a quienes sigan estos criterios. Por
ejemplo, dándoles prioridad en la contratación pública o reduciendo los
impuestos que gravan sus productos para que sean más competitivas. En
Cataluña, son entidades y organizaciones tan diferentes como una empresa
de inserción laboral y el distrito de Horta-Guinardó en Barcelona.
P. Defiende que las empresas que no sigan el modelo sean penalizadas.
R. El objetivo es que se invierta la tendencia actual y que los productos éticos sean más económicos, conseguir un mercado inteligente y ético en lugar de uno capitalista.
Que se prime a estas empresas para la contratación pública, con
condiciones crediticias en los bancos del bien común, libre comercio
para las empresas más justas y prioridad en proyectos de investigación
científica. Es el sueño de Adam Smith. El éxito de la empresa es el
éxito de la sociedad, y no hay que medirlo con criterios financieros
sino en términos de dignidad, de solidaridad, de justicia, de
democracia. Es decir, sólo cuando una empresa contribuye al éxito de la
sociedad puede ser exitosa, lo que significa que no puede duplicar
beneficios a costa de recortar plantilla, discriminar a las mujeres,
destrozar el medioambiente o corromper la política.
P. Si se hiciera un reparto más equitativo de la riqueza, probablemente europeos como usted deberían ganar menos.
R. No sé si todas las culturas quieren
ganar más. En Bután, según las estadísticas del Banco Mundial, viven en
pobreza extrema pero les va bien. Cuando se les pregunta ‘¿Quién te va a
ayudar si necesitas algo’, la respuesta es: ‘Todo el mundo’. Eso es una
seguridad social total. Lo que sí está claro es que los europeos
tenemos que reducir nuestro consumo medioambiental. Si tú o yo
consumimos cinco veces más recursos medioambientales de los que el
planeta aporta por persona, vivimos a costa de la libertad de los
butaneses. No tendríamos que ganar menos, sino consumir menos.
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