Fuente: El País
Autor: Alex Grijelmo*
Da la sensación de que ciertos partidos están señalando tanto lo que desean, que acaban concentrados en su propio dedo
La lengua española lleva mucho tiempo siendo torturada por la política,
para ver si así confiesa sus culpas. La Constitución ya forzó el término
“nacionalidades” en aras del consenso; pero nadie dice “este año ha
nevado mucho en mi nacionalidad”. A eso se unió la bienintencionada
decisión de suprimir del castellano los topónimos tradicionales de
Cataluña (ojo: los tradicionales, no los inventados por el franquismo), y
decimos “Girona” y “Lleida” mientras los catalanohablantes siguen
mencionando, legítimamente, “Saragossa”, “Lleó”, “Conca”, “Terol”… Los
eufemismos se suman a esa tortura; y a ellos se añaden, con opuesta
voluntad, las duplicaciones de género o la conversión de epicenos en
femeninos (ahora “portavoces y portavozas”).
La solidaridad al contemplar los problemas de la mujer lleva a muchos ciudadanos a decir “la jueza” y “las juezas”. Esa a que marca el femenino no añade información, pero denota la intención ideológica de fondo; y es comprensible.
Esta corriente, por cierto, ha mostrado gran interés en
“jueza” o “concejala”, pero ninguno en otros femeninos igualmente
posibles, como “corresponsala”, “estudianta” o “ujiera”; al tiempo que
desdeña las duplicaciones de las que sí dispone el idioma, como “poeta” y
“poetisa”, pues se pretende unificar en “poeta” las dos alternativas y
usar una sola forma para los dos géneros, justo lo contrario de lo que
pasa con “juez” y “jueza”.
La insistente campaña duplicadora ha contribuido, sí, a
formar una conciencia general. Pero incluso las más exitosas campañas
publicitarias caducan algún día y son retiradas para no cansar al
público y resultar contraproducentes. De hecho, la machacona duplicación
del género (si fuera esporádica y más simbólica en un discurso se
digeriría mejor) agota seguramente a muchas personas, y tal vez les hace
pensar si no se atenta ya contra su inteligencia cuando alguien dice
“los diputados y las diputadas de mi grupo”; porque todos los españoles
saben que los grupos están formados por diputados y diputadas, y la
duplicación parece decirles que no se han enterado.
Del mismo modo, la frase “fui a una boda y no dejé de gritar vivan los novios”
activa de inmediato la imagen de un hombre y una mujer que se casan,
pero ahí sí sería necesario advertir de que los contrayentes eran por
ejemplo un novio… y un novio. No se puede pensar en la aplicación de la
lengua sin reflexionar también sobre cómo los contextos compartidos (y
cambiantes) influyen en los mensajes.
Ciertos partidos hacen tanto hincapié en el léxico que, a
fuerza de mirar el escaparate de su lenguaje, olvidamos lo que se
debería despachar en su mostrador: leyes que mejoren la vida de las
mujeres y anulen la brecha salarial, dotaciones contra la desigualdad,
más servicios sociales...
Ésas son las iniciativas que hacen falta. Ahora bien, requieren
capacidad de pacto entre fuerzas afines que puedan formar mayorías para
sacar adelante las soluciones. Pero da la sensación de que esos partidos
están señalando tanto lo que desean, que acaban concentrados, ellos
mismos, en su propio dedo.
*Alex Grijelmo, vocal en la Comisión de Modernización del Lenguaje Jurídico, es el autor del libro "Defensa apasionada del idioma español", obra amena que engancha desde la primera página y cuya lectura debería ser obligatoria en todas las escuelas.
Podéis leer un extracto del libro aquí
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