lunes, 18 de mayo de 2020

Sobre una falsa disyuntiva: ¿Salvar vidas o salvar la economía?, artículo de Juan Ramón Rallo

¿Salvar vidas o salvar la economía?

Un confinamiento domiciliario total permitiría salvar muchas vidas pero colapsaría la actividad económica. No obstante, medidas muy laxas maximizarían el número de fallecidos

Foto: Las terrazas de los bares y restaurantes de la plaza Mayor de Madrid, el pasado miércoles. (EFE)
¿Salvar vidas o salvar la economía? Desde el comienzo de la aplicación de medidas de distanciamiento físico, se nos ha trasladado que existe una disyuntiva entre el objetivo de salvar vidas humanas y el de preservar la actividad económica.

Medidas muy drásticas de distanciamiento físico permitirían salvar muchas vidas pero, al mismo tiempo, colapsarían la actividad económica; por el contrario, medidas muy laxas de distanciamiento físico conseguirían mantener en funcionamiento la economía pero, en contrapartida, maximizarían el número de fallecidos. Gráficos como el siguiente se han de convertir en herramientas habituales para resumir estos objetivos en conflicto:
Trade off vidas-PIB.
Trade off vidas-PIB.
Y aunque no pretendo negar que ciertamente existan, en el margen, disyuntivas de este estilo ante determinadas decisiones tácticas, en la estrategia no existe necesariamente una incompatibilidad radical entre ambos objetivos: salvar vidas —incluyendo en esta expresión la protección de la salud de los ciudadanos— es también salvar la economía y, a su vez, salvar la economía es salvar vidas. En esencia, por dos razones.

Primero, porque el objetivo último de todo sistema económico es, o debería ser, el de maximizar la generación de medios para que los individuos satisfagan la mayor cantidad posible de sus fines personales. En la medida en que quepa presuponer —y parece una hipótesis harto razonable— que la inmensa mayoría de personas valoran de un modo extremo su supervivencia, salvar la economía a través de una elevadísima mortalidad constituiría en cierto modo una contradicción en los términos: el sistema económico estaría fracasando a la hora de proporcionar los medios para satisfacer uno de los fines más valorados por cualquier persona (su propia vida). 

Incluso desde una perspectiva irrespetuosamente utilitarista, el valor económico de las vidas previsiblemente perdidas en ausencia de medidas de distanciamiento físico sería superior al de las pérdidas de producción material vinculadas a un confinamiento que durara todo un año: el Gobierno estadounidense estima que el coste de una vida humana perdida ronda los 9,3 millones de dólares, de modo que si 500.000 estadounidenses fallecieran a causa del coronavirus, la pérdida económica ascendería a 4,6 billones de dólares, monto superior a la contracción del PIB esperada por mantener la economía hibernando todo un año (4,2 billones de dólares).

Segundo, porque vidas y economía son interdependientes. Por un lado, y como ya se han encargado muchos de recordarnos, porque una economía colapsada incrementará la pobreza y esa pobreza provocará muertes —especialmente, en los países menos desarrollados—. Por otro, porque una pandemia que campe libremente a sus anchas también provocaría el colapso de la economía: si una parte de la población enferma y durante varias semanas se siente incapacitada para acudir a su puesto de trabajo (baja laboral), habrá sectores económicos que o no podrán mantenerse en funcionamiento o solo se mantendrán en funcionamiento de un modo muy parcial.

En este último caso, la oferta de muchas mercancías se vería transitoriamente estrangulada y, en la medida en que esas mercancías constituyan los 'inputs' de otras industrias (esto es, sean bienes intermedios), esas otras industrias también se verían forzadas a suspender su actividad por culpa de esos cuellos de botella. ¿Cuán grave puede ser este fenómeno? De acuerdo con la estimación recientemente elaborada por tres economistas de Cambridge, las pérdidas de PIB podrían resultar superiores a las derivadas de paralizar la actividad de ciertos sectores no esenciales (como bares, restaurantes, grandes eventos…) para proteger de la infección a los trabajadores en sectores esenciales (esto es, las medidas de distanciamiento físico 'minimizarían' la caída del PIB). 

En definitiva, es una engañosa ilusión pensar que podríamos haber pasado por esta pandemia sin pérdidas económicas despreocupándonos de las vidas de muchos conciudadanos. Para salvar la economía, hay que salvar a sus ciudadanos y, hasta que aparezca una vacuna (si es que aparece) o hasta que generemos inmunidad de grupo, la única forma de salvar a los ciudadanos de un virus tan contagioso como este es mediante medidas de distanciamiento físico: sin esas medidas, no solo habrían muerto centenares de miles de personas sino que la actividad económica habría colapsado igualmente por la inactividad de muchos trabajadores esenciales.

Cuestión distinta, eso sí, es el diseño y la intensidad adecuada de esas medidas de distanciamiento físico: es cierto que, en el margen, sí puede haber una disyuntiva entre la seguridad total frente al virus y el hundimiento económico (por ejemplo, si decretáramos dos años de confinamiento domiciliario total, el virus desaparecería, pero la economía también); asimismo, no todas las medidas de distanciamiento físico tienen por qué ser en todo momento igual de eficaces (en un principio, el confinamiento domiciliario podría ser la única herramienta válida para detener el 'shock', pero después puede ser más inteligente combinar mascarillas, test y rastreos generalizados para permitir que la sociedad reanude de manera segura gran parte de sus actividades).

De ahí que resulte necesaria una muy superior descentralización en las estrategias de desescalada que aquella que estamos permitiendo hoy (posibilitando así que diversas jurisdicciones prueben, en un contexto de muy alta incertidumbre, qué medidas funcionan mejor y cuáles peor para que el resto podamos emularlas). Pero en cuanto al objetivo estratégico último, tal disyuntiva es falsa: el virus nos ha golpeado con dureza —en parte, porque nuestros gobernantes fallaron a la hora de adoptar medidas tempranas que evitaran su penetración en nuestras sociedades— y el empobrecimiento económico habría sido inevitable bajo cualquier escenario. El distanciamiento físico no es el precio que pagamos para salvar vidas, sino también para minimizar la magnitud del colapso económico.

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