¿Salvar vidas o salvar la economía?
Un confinamiento domiciliario total permitiría salvar muchas vidas pero colapsaría la actividad económica. No obstante, medidas muy laxas maximizarían el número de fallecidos
¿Salvar vidas o salvar la economía? Desde
el comienzo de la aplicación de medidas de distanciamiento físico, se
nos ha trasladado que existe una disyuntiva entre el objetivo de salvar
vidas humanas y el de preservar la actividad económica.
Medidas muy drásticas de distanciamiento físico permitirían salvar muchas vidas
pero, al mismo tiempo, colapsarían la actividad económica; por el
contrario, medidas muy laxas de distanciamiento físico conseguirían
mantener en funcionamiento la economía pero, en contrapartida,
maximizarían el número de fallecidos. Gráficos como el siguiente se han
de convertir en herramientas habituales para resumir estos objetivos en
conflicto:
Y aunque no pretendo negar que ciertamente existan, en el margen, disyuntivas de este estilo ante determinadas decisiones tácticas, en la estrategia no existe necesariamente una incompatibilidad radical entre ambos objetivos: salvar vidas
—incluyendo en esta expresión la protección de la salud de los
ciudadanos— es también salvar la economía y, a su vez, salvar la
economía es salvar vidas. En esencia, por dos razones.
Primero, porque el objetivo último de todo sistema económico
es, o debería ser, el de maximizar la generación de medios para que los
individuos satisfagan la mayor cantidad posible de sus fines
personales. En la medida en que quepa presuponer —y parece una hipótesis
harto razonable— que la inmensa mayoría de personas valoran de un modo
extremo su supervivencia, salvar la economía a través de una elevadísima mortalidad
constituiría en cierto modo una contradicción en los términos: el
sistema económico estaría fracasando a la hora de proporcionar los
medios para satisfacer uno de los fines más valorados por cualquier
persona (su propia vida).
Incluso
desde una perspectiva irrespetuosamente utilitarista, el valor
económico de las vidas previsiblemente perdidas en ausencia de medidas
de distanciamiento físico sería superior al de las pérdidas de producción material vinculadas a un confinamiento que durara todo un año: el Gobierno estadounidense estima que el coste de una vida humana perdida ronda los 9,3 millones de dólares,
de modo que si 500.000 estadounidenses fallecieran a causa del
coronavirus, la pérdida económica ascendería a 4,6 billones de dólares,
monto superior a la contracción del PIB esperada por mantener la
economía hibernando todo un año (4,2 billones de dólares).
Segundo, porque vidas y economía son interdependientes.
Por un lado, y como ya se han encargado muchos de recordarnos, porque
una economía colapsada incrementará la pobreza y esa pobreza provocará
muertes —especialmente, en los países menos desarrollados—. Por otro,
porque una pandemia que campe libremente a sus anchas también provocaría
el colapso de la economía: si una parte de la población enferma y
durante varias semanas se siente incapacitada para acudir a su puesto de
trabajo (baja laboral), habrá sectores económicos que o no podrán
mantenerse en funcionamiento o solo se mantendrán en funcionamiento de
un modo muy parcial.
En este último caso, la oferta de muchas
mercancías se vería transitoriamente estrangulada y, en la medida en que
esas mercancías constituyan los 'inputs' de otras industrias (esto es,
sean bienes intermedios), esas otras industrias también se verían
forzadas a suspender su actividad por culpa de esos cuellos de botella.
¿Cuán grave puede ser este fenómeno? De acuerdo con la estimación recientemente elaborada por tres economistas de Cambridge,
las pérdidas de PIB podrían resultar superiores a las derivadas de
paralizar la actividad de ciertos sectores no esenciales (como bares,
restaurantes, grandes eventos…) para proteger de la infección a los
trabajadores en sectores esenciales (esto es, las medidas de
distanciamiento físico 'minimizarían' la caída del PIB).
En definitiva, es una engañosa ilusión
pensar que podríamos haber pasado por esta pandemia sin pérdidas
económicas despreocupándonos de las vidas de muchos conciudadanos. Para
salvar la economía, hay que salvar a sus ciudadanos y, hasta que
aparezca una vacuna (si es que aparece) o hasta que generemos inmunidad
de grupo, la única forma de salvar a los ciudadanos de un virus tan
contagioso como este es mediante medidas de distanciamiento físico: sin
esas medidas, no solo habrían muerto centenares de miles de personas
sino que la actividad económica habría colapsado igualmente por la
inactividad de muchos trabajadores esenciales.
Cuestión
distinta, eso sí, es el diseño y la intensidad adecuada de esas medidas
de distanciamiento físico: es cierto que, en el margen, sí puede haber
una disyuntiva entre la seguridad total frente al virus y el hundimiento económico
(por ejemplo, si decretáramos dos años de confinamiento domiciliario
total, el virus desaparecería, pero la economía también); asimismo, no
todas las medidas de distanciamiento físico tienen por qué ser en todo
momento igual de eficaces (en un principio, el confinamiento
domiciliario podría ser la única herramienta válida para detener el
'shock', pero después puede ser más inteligente combinar mascarillas, test y rastreos generalizados para permitir que la sociedad reanude de manera segura gran parte de sus actividades).
De ahí que resulte necesaria una muy superior descentralización en las estrategias de desescalada que aquella que estamos permitiendo hoy
(posibilitando así que diversas jurisdicciones prueben, en un contexto
de muy alta incertidumbre, qué medidas funcionan mejor y cuáles peor
para que el resto podamos emularlas). Pero en cuanto al objetivo
estratégico último, tal disyuntiva es falsa: el virus
nos ha golpeado con dureza —en parte, porque nuestros gobernantes
fallaron a la hora de adoptar medidas tempranas que evitaran su
penetración en nuestras sociedades— y el empobrecimiento económico
habría sido inevitable bajo cualquier escenario. El distanciamiento
físico no es el precio que pagamos para salvar vidas, sino también para
minimizar la magnitud del colapso económico.
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