Guillermo Zarracina. Arquitecto
En los estertores del siglo pasado, en una ciudad
pequeño-burguesa pero grandona, confluyeron una suerte de fenómenos astrales,
que traerían consecuencias todavía impredecibles.
Tres circunstancias, tres ejes diamantinos asomaron
tras la loma que llamaban La Cuesta, formando un luminoso triángulo: un vértice
lo ocupaba el capital, otro el Opus Dei y el tercero la ambición política, casi
siempre perniciosa.
A tal fenómeno vino a añadirse en su centro el ojo de
un arquitecto de conflictiva fama.
Ya tenemos, pues, la conjunción de un poder casi
divino y sus vértices; líbreme el temor de poner nombres... atrévanse ustedes
en sus casas a susurrarlos bajito...
¿Consecuencias? Vamos a resumirlas en diez, cual los
mandamientos, para no desviarnos de la mística, que impregna todo el proceso.
Primera: para bien empezar, se plusvalora al
arquitecto adornándolo con un premio de reconocido prestigio, que además se
concede en Asturias..., para así sentar bases y sobre todo acallar gargantas.
Segunda: conculcación de toda suerte de legislación
vigente, para poder construir en una zona verde, sin cumplir ninguna de las
provisiones que el Plan de Ordenación prescribe para tal actuación.
Tercera: atolondrada creación de una empresa
promotora, con técnicos, economistas y subcontratas, recogidos a la cacea, para
dar pretendida competencia, frente a una obra que, evidentemente, hubiera
requerido de una empresa de probada solvencia, experiencia y currículo
acreditado, dada la segura y enorme complejidad de la misma.
Cuarta: dar vías de apariencia legal al «amagüesto»,
convocando un concurso imposible, por sus exigencias, que otorga ¡cómo no! la
obra, al único presentado: el inefable arquitecto, conjuntamente con la
ejecución del proyecto del Palacio de Congresos a la «nova constelación»
Jovellanos XXI.
Quinta: desprecio olímpico de la legislación que
regula la concesión de licencias municipales: visado colegial, licencia
provisional y licencia definitiva de obra. Para obtener esta última condición
es indispensable la presentación completa de un Proyecto Básico y de Ejecución,
que contemple apartados tan esenciales como: plazos, presupuestos, precios descompuestos,
precios unitarios, cálculos de estructuras, etcétera, documentos todos ellos
imprescindibles para regular y controlar el futuro edificio y que ahora nos
enteramos: ¡no existieron nunca! Aquí, la mano de la Alcaldía.
Sexta: desconocimiento, en su momento, de
nombramientos tan esenciales como: director de obra, ingenieros asociados y
autorizados, aparejadores, etcétera. Camuflados como profesionales, obligados a
dar apariencia de legalidad a tan complejo edificio, lo que, por supuesto,
dificulta la fijación de responsabilidades ante los desmanes económicos y
arquitectónicos que se han producido durante, antes y después de la ejecución
de la obra.
Séptima: desprecio intolerable del laureado autor y
presunto director del proyecto, ¡que sólo lo visitó una vez!... ocupado, sin
duda, en otros proyectos de universal importancia y segura ruina para cuanto
toca, en ese proceloso mundo del papanatismo arquitectónico.
Octava: casi obligar a la compra de dos alas del
edificio por parte de la Administración regional, sin cuya ayuda nunca hubiera
culminado el proyecto, dadas las mastodónticas dimensiones que el sublime
arquitecto y Jovellanos XXI habían previsto para la zona de oficinas, pensando
en su venta y explotación. (Y que los avispados economistas y sociólogos
asesores no advirtieron). ¡Gordo!
Novena: varias preguntas: ¿qué es de esa amalgama
inescrutable del edificio Calatrava y la «ocupación» de la llamada parcela del
Vasco?, ¿y los proyectos sucesivos: delirantes palacios de justicia, bellas
artes y grotescas torres trillizas e inclinadas?, ¿cómo se pagaron esos
proyectos?, ¿a cambio de qué?, ¿a qué precio se pagó el suelo propiedad de los
ovetenses?, ¿por qué aparece un conjunto de bloques de viviendas, mal
orientadas, donde otrora se planteaba un equipamiento para la ciudad?, ¿cuál es
el nuevo compromiso Ayuntamiento versus Jovellanos XXII?
Décima: que no se quiera simular, según se desprende
de las últimas trifulcas judiciales, como únicos representantes al arquitecto y
a la promotora. Aquí hay un último perjudicado, quien al final pagará los
cristales rotos: el Ayuntamiento, los ciudadanos con su patrimonio que, a más
de poner el suelo graciosamente, tendrán que hacerse cargo de la concesión por
quiebra presumible (Jovellanos XXI en concurso de acreedores).
Estas diez consideraciones pueden resumirse en dos:
una conclusión y una propuesta:
Conclusión: «¡Ahí la hemos jodido, Zabalita!», como se
lamentaba el personaje de Vargas Llosa. Y la hemos jodido para siempre, con esa
desproporcionada y monumental deposición blanca, para vergüenza de nuestro
futuro urbanístico. Imaginen: «... hubo un tiempo en el siglo pasado en el que
los ovetenses permitieron la construcción de ese bodrio que...».
¡Oviedo no se merecía esto!... O sí.
Y propuesta utópica: quizás estemos todavía a tiempo
de meter la piqueta a todo lo que sobresale del suelo en lo que fue el
recordado Tartiere y vendiendo como chatarra los escombros, restituir la visera
de Ildefonso Sánchez del Río y Jesús Meana, para luego, aprovechando los aparcamientos
y los sótanos, crear un espacio ferial del que estamos tan necesitados en una
ciudad sin barracas... sería una zona elegantemente protegida, cubierta y útil.
Los tiempos que corren dan suficiencia al auditorio de
Beca para congresuar, como vino siendo hasta ahora, los eventos menguantes del
futuro.
¡Qué pena!
Fuente: http://www.lne.es/oviedo/2013/05/29/calatrava-recopilacion-dislate/1419307.html
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