Dice la Comisión Europea que McDonald’s no paga impuestos. Y no
porque le vaya mal (en 2013 obtuvo 250 millones de euros de beneficios)
sino porque utiliza mecanismos de ingeniería fiscal que se lo permiten.
Son muchas las multinacionales estadounidenses que aprovechándose de los tratados para evitar la doble imposición y otros subterfugios jurídicos hacen trampas fiscales: unos, como McDonald’s o Amazon, utilizan
Luxemburgo; otros, como Apple, se sirven de Irlanda; Starbucks utiliza
los Países Bajos. Y así sucesivamente en una larga lista que incluye a
muchas empresas europeas que también están siendo investigadas.
Lo absurdo de esas trampas es que se hacen con la colaboración activa
de los gobiernos europeos, felices de robarse unos a otros ingresos
fiscales ofreciendo a esas multinacionales pagar menos si se localizan
en su país. Esa carrera a la baja es estúpida desde el punto de vista
colectivo, pues los gobiernos recaudan menos y los ciudadanos tienen que
pagar más impuestos para mantener los servicios públicos. Las
consecuencias de esa miopía son devastadoras pues los empleados de
muchas de esas empresas cobran salarios ridículos que no cotizan lo
suficiente para financiar una pensión digna ni aportan impuestos con los
que financiar el gasto sanitario o educativo. Y luego dicen que el
Estado de bienestar no se puede sostener, que es inviable y que hay que
recortarlo.
Un hurra por tanto a favor de la comisaria de Competencia, la danesa
Margrethe Vestager, decidida a acabar con estas prácticas. Pero pitos a su jefe, el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, que ha
dirigido durante casi dos décadas el Gobierno del país de la UE que más trampas fiscales ha hecho. Hay muchos problemas que escapan a la
capacidad de actuación de la Comisión Europea y que por tanto es injusto
exigirle resolver. Pero en muchos otros casos, como este, su capacidad
de actuación es enorme. El incremento de la desigualdad resultante de la
precariedad y los bajos salarios desvirtúa la democracia, deslegitima
la política y abre el paso a movimientos populistas. Quien piense que va
a haber una democracia de calidad con salarios basura, impuestos basura
y servicios sociales basura está muy equivocado.
Fuente: El País
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