Bayas de goji, semillas de chía,
cacao, diente de león… ¿Son la panacea dietética, un negocio de moda o
simplemente productos saludables?
Fuente: La Buena Vida-El País
La lechuga o los melocotones ya no son los de antes.
Es tema de conversación de muchas mesas y una realidad que ha impulsado una
nueva generación dietética: la de los llamados superalimentos. Ante la
disminución de la calidad de los productos que consumimos hoy y, en ocasiones,
frente a una dieta desequilibrada, la llegada de aquellos nuevos productos con propiedades
extra es más que bienvenida: son altos en antioxidantes (como las vitaminas A,
C y E) y fitonutrientes (sustancias químicas presentes en las plantas que
aportan color y sabor, además de protección contra la radiación ultravioleta y
las infecciones), eliminan tóxicos, contribuyen a reducir el riesgo de
enfermedades cardíacas o cáncer y combaten el envejecimiento. Es común oír
hablar de las excelencias de productos tradicionales en la dieta mediterránea,
como el aceite de oliva, el tomate o los frutos secos, pero también, en los
últimos tiempos, de otros más exóticos a los que les atribuimos el mérito, a
pesar de su tradición milenaria: la quinoa o las semillas de Chía.
Mito o realidad
¿Nos encontramos ante medicinas
capaces de curar y blindar contra posibles dolencias o es esta una tendencia
pasajera y sin fundamento, producto del interés popular del mundo desarrollado
por la dieta y la salud? Una simple búsqueda en Google del término
"superalimento" revela que cada 0,13 segundos alguien rastrea el
término en Internet. Además, nos devuelve alrededor de 700.000 resultados. Sin
embargo, a pesar de su omnipresencia, ni siquiera existe una definición
oficial. “Es una moda o tendencia; no es algo nuevo. Hace años la comunidad
científica denominó ingredientes funcionales a nutrientes que, sin aportar
calorías, preservan la salud, como el aceite de oliva, los frutos secos o el
pescado azul. De ahí viene el nombre de superalimento, pero este no goza de
evidencia científica. Es cierto que son productos muy saludables, pero no
curan: solo preservan la salud”, explica Irene Bretón, de la junta directiva de
la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN).
El nutricionista del Centro de
Investigación Biomédica del Instituto Carlos III, Manuel Moñino, coincide en el
planteamiento: “No existe el superalimento como tal. En su lugar, más que de
productos concretos, hablaría de superpatrones alimentarios: no existen pruebas
suficientes de sus pretendidas propiedades, de hecho, la mayoría de los
estudios han realizado sus ensayos in vitro en animales y utilizan dosis muy
elevadas de las sustancias, imposibles de alcanzar con la ingesta habitual del
alimento que las contiene. Aún así, es cierto que algunos son ricos en
sustancias bioactivas o en fitoquímicos que están en el foco de investigación,
como los flavonoides, carotenos, compuestos fenólicos…”.
Para este experto, la mejor manera de aportar al
organismo todo lo necesario es a través de una alimentación variada y rica en
legumbres, frutas, verduras, frutos secos y cereales integrales, pero sin
consumir en exclusiva un producto concreto ni excluyendo otros, como huevos o
lácteos. “Lo que aporta salud o la quita son los patrones alimentarios y no el
comer algo aislado. Recordemos que algunas modas sirven para hacer grandes
negocios, que se lo pregunten a quienes comercializaron el salvado de avena,
los zumos exóticos o las bayas de Goji, estas últimas consideradas por muchos
un superalimento cuando no son diferentes de nuestras pasas”, denuncia.
En España nos gastamos más de 2.000 millones de euros
en productos milagro, lo que a veces incluye extractos de supuestos
alimentos prodigiosos. Según Nieves Palacios, especialista en Endocrinología y
en Medicina del Deporte, a la hora de confeccionar un menú no podemos olvidar
las frutas, frutos secos y verduras cada día y legumbres y pescado dos o tres
veces por semana. En 2013 The New England Journal of Medicine publicó los
resultados de un estudio del Instituto Carlos III de Madrid en pacientes con
riesgo cardiovascular que probaba que una dieta rica en dichos alimentos y baja
en refrescos, carnes grasas y dulces reducía hasta un 30% la probabilidad de
infartos. “El concepto “súper” se ha hecho popular en los medios de
comunicación, no entre los científicos”, apostilla.
Exóticos y tradicionales
Lo que sí parece claro es que incorporar estos
alimentos dentro de una dieta equilibrada es beneficioso tanto a nivel físico
como emocional. “Produce bienestar emocional y aumenta la autoestima, al ser
conscientes de que estamos cuidando nuestro cuerpo”, defiende Itxasne Tomé,
psicóloga de la Clínica Ravenna.
Pero, ¿qué comprar? ¿Los aclamados de toda la vida o
aquellos de nombre extravagante ensalzados por periodistas y blogueros? Paula
Rosso, nutricionista del centro
médico Lajo Plaza, no apuesta
por ambas opciones. “Algunas tradiciones vuelven al descubrir científicamente
sus principios activos: por ejemplo los ácidos Omega-3 y la fibra de la chia,
protectores del sistema cardiovascular, o las bayas de Goji, excelente
antioxidante, aunque se ha descubierto que algunas presentaciones comerciales
incorporaban altas dosis de metales pesados, de ahí que se vendan menos. En
cualquier caso, los alimentos mediterráneos también son una fuente de vitaminas
y la base de nuestra alimentación”, añade la nutricionista. Y tan importante
como qué tomar es la forma de hacerlo. “Este tipo de alimentos hay que
consumirlos crudos o con la menor cocción posible y tomarlos muy frescos para
que mantengan sus propiedades intactas y facilitarle al organismo su
absorción”, aclara la doctora Rosso. Y nada de atiborrarse de uno y marginar
todos los demás. “Hay evidencias de que las frutas y verduras combaten el
cáncer, pero en forma de suplementos –es decir, aislando sus nutrientes fuera–
no producen los mismos efectos. Incluir grandes dosis de un nuevo comestible
puede suponer a veces desplazar otros de mayor valor nutricional y contribuir
así al desequilibrio”, advierte Manuel Moñino.
¿Y qué hay de los transgénicos?
Aunque no hay correlación, algunos de los
superalimentos pueden ser transgénicos, como el tomate morado. Curiosamente,
somos el país europeo donde existen más cultivos de alimentos genéticamente
modificados (es decir, producidos a través de la manipulación de secuencias de
su ADN): en 2013 se cultivaron 138.543 hectáreas, un 19% más que el año
anterior, según datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio
Ambiente (MAGRAMA). También somos el único país del
continente en el que hay cultivos de este tipo a gran escala. Esto choca con
una creciente incertidumbre social: ¿los transgénicos son malos? Por un lado,
las empresas biotecnológicas implicadas se retiran en Europa por falta de
mercado y, por el otro, hay una parte de la población que los rechaza,
supuestamente porque necesitarían más productos químicos, ocasionarían una pérdida
de biodiversidad y perturbarían el equilibro ecológico, además de poseer
dudosas condiciones nutricionales. Sin embargo, para la doctora María José
Barba, experta en nutrición, hasta ahora no se han observado daños notables en
la salud o el medio ambiente. “En realidad los transgénicos usan menos cantidad
de pesticidas o aquellos menos tóxicos, por lo que se reducen la contaminación
del agua y los daños sobre la salud de los trabajadores, y suponen la vuelta a
los campos de los insectos beneficiosos, incluso se aumenta la resistencia a
ciertas plagas. Pero eso no significa que no pueda haber efectos negativos, y
por ello los científicos piden una prudente valoración de cada producto antes
de su difusión”, aclara. Además, la experta sugiere que, en los alimentos que
contengan algún ingrediente transgénico, sea exigible advertirlo en su
etiqueta, ya que una información completa permitirá que escojamos lo que
comemos.
Para saber más:
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