Desaprovechados
Urgen nuevas políticas activas de empleo, bien diseñadas y dotadas, con la complicidad de Administraciones, agentes económicos y sectores sociales
Además de los parados, los precarios, los pobres de solemnidad, los
trabajadores pobres y los dependientes no agotan la nómina de sectores
vulnerables, enquistados en una sociedad que va recuperando sus niveles
económicos. Peor aún: son capas deslocalizadas hacia sus bordes o sus
cunetas. Son la herencia incontrovertible e irresuelta de la Gran
Recesión de hace un decenio. A todas ellas se les suma la categoría de
los desaprovechados o infrautilizados, de los que la sociedad podría
obtener mejores rendimientos, que ellos desearían ofrecer. A saber, el
conjunto de trabajadores en desempleo, los temporales forzosos (con un
horario demediado que querrían completo) y los desanimados que tras un
paro de larga duración han sucumbido al desaliento por lo infructuoso de
su búsqueda.
Son 5,2 millones de personas, como cuantifican las agencias
de colocación y empresas de trabajo temporal. Y aunque esa cifra supone
el mejor registro desde que se desató la crisis (22,2% de la fuerza
laboral), no alcanza el anterior a la recesión (19,7%). La lentísima y
desigual recuperación subraya la tendencia al enquistamiento, e incluso a
la ampliación de las brechas internas del grupo: las mujeres, los
jóvenes y los ciudadanos de las regiones sureñas han consolidado, para
mal, su desventaja.
Conviene subrayar este fenómeno no para contribuir al desánimo
social, sino para hacerle frente. Sobre todo ante un nuevo y decisivo
curso político, como un aviso. La desaceleración mundial, los atisbos de
recesión en Alemania y las guerras comerciales (que parecen, tras el
último G7, atisbar al menos una pausa) no pueden constituirse en
coartadas para desatender a estos sectores. Urgen nuevas políticas
activas de empleo, bien diseñadas y dotadas, con la complicidad de todas
las administraciones, agentes económicos y sectores sociales.
Y no solo porque España atraviese por el momento una mejor coyuntura
que sus pares. Sino porque incluso si esta empeorase, se trata de
asignaturas pendientes de urgente aprobación. Sea mayor o menor, el
crecimiento futuro debe ser inclusivo —y por tanto, prerredistributivo; o
al menos, simultáneamente redistributivo—, para acortar o cerrar esas
brechas sociales, antes que nada.
Sería un desatino confiar en que cualquier programa económico que
pase por ampliarlas en vez de reducirlas obtendría algún respaldo
social. Ni pueden repetirse los recortes sociales al Estado de
bienestar, ni practicarse una nueva devaluación salarial, ni
sacrificarse ninguna infraestructura básica. Porque sería injusto. Y
desleal con quienes más contribuyeron. Porque sería estúpido al atizar
reacciones antisistema de quienes creyeron en el sistema pese a llevar
la peor parte. Y por escandaloso, cuando ya otros sectores sociales han
recuperado y mejorado sus cuotas de bienestar.
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