El postureo ecologista sin plantearse la base del problema - el modo de producción de un sistema económico basado en la competitividad extrema, en la utilización intensiva de recursos naturales y humanos y en una pretendida libertad de bienes, productos y servicios con unas reglas de juego marrulleras establecidas por la plutocracía en la que predomina las influencias, el poder de los lobbys y el capitalismo de amiguetes- es mero postureo.
Así nos lo desvela este artículo en el que, para asombro de muchos, vemos que no sólo la producción capitalista genera "externalidades" (perjuicios indeseados, como la contaminación, desigualdad social y entre países, entre otros) sino que también el ecologismo de moqueta también los tiene (beneficiando a la industria nuclear o incluso...a la maquinaria armamentística).
Toda una paradoja
La “Cruzada de niños” de Greta dirigida a la privatización de la naturaleza
Cuentan que, en la Europa medieval, un chaval de 10 años llamado
Nicholas se presentó como enviado de Dios, reclutando a decenas de miles
de niños con el fin de conquistar Palestina, la Tierra Santa. Ninguno
llegó, obviamente: murieron de hambre, de enfermedades o fueron
traficados por los adultos. Los “yihadistas” también reclutan a los
niños, no solo como su carne de cañón o para limpiar campos de minas
antes de que crucen los adultos, sino para avergonzar a los hombres que
se niegan a ir a matar a otros.
Hoy, en la era de la globalización, una tropa universal de menores,
dirigida por Greta, la adolescente de cara angelical, con su tono de
predicador y con la seguridad que da el estar respaldada por una fuerza
sobrenatural que deja mudos a los poderosos mandatarios adultos del
mundo, nos transmite el sagrado mensaje del IPCC, el alias de la nueva
divinidad llamada Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio
Climático. El Fin del Mundo ya tiene fecha: será dentro de 11 años (y
unos meses) si la humanidad incrédula no sigue sus instrucciones.
En la misión de la nueva superheroína, cuya carrera meteórica la ha
convertido en la rival del mismísimo Trump para recibir el Nobel de la
Paz (premio que es una inversión en alguien para que juegue un papel en
el futuro; Donald ya es pasado), se destacan dos cuestiones: 1) el
fenómeno de la “Generación Z”, y 2) los intereses que ella o Jamie
Margolin, su colega estadounidense, representan.
La Generación Z
Ser joven, rico y guapo es una virtud en la sociedad capitalista. En
la mente de Greta, “los mayores”, que son parte del problema del
calentamiento global, no pueden ofrecer soluciones. Pero, ¿cómo unos
niños que ni han terminado la escuela y no son investigadores de nada se
atreven a dar lecciones al mundo adulto y menospreciar el conocimiento y
la sabiduría (que sólo se consigue a golpe de años) de millones de
expertos en la lucha de clases, del feminismo, de la sociología de la
pobreza, o del complejo funcionamiento del poder? Si ella hubiera oído
algo sobre la primera científica que habló del «efecto invernadero», la
feminista y mayor Eunice Foote (1819-1888, EEUU), por ejemplo, hubiera
elaborado un discurso algo humilde, además de coherente y lógico.
Los “niños digitales” o la “Generación Z” , nombre dado en EEUU a los
nacidos entre 1995 y la década de los 2000, y cuya característica es el
uso de la tecnología e internet, se han convertido en actores sociales
por: a) ser el 40% de los consumidores en las potencias mundiales y el
10% en el resto del mundo, estando en el centro de las políticas de
mercado de las empresas; b) ser una generación programada no para pensar
sino para consumir y “seguir a” alguien, y c) por la influencia que
tienen en el gasto familiar, debido a su conocimiento digital, que
además les da un estatus de poder.
Ella se equivoca al afirmar que el cambio climático es el principal
problema de la humanidad: ¡se trata solo de una de las consecuencias de
un sistema económico-político llamado capitalismo que hoy y ahora ha
convertido en un infierno la vida de la mitad de los habitantes de la
Tierra, que padece pobreza, que muere en las guerras de rapiña, o en las
minas de diamantes y coltán! Mienten las encuestas en EEUU cuando
indican que el cambio climático ya es la principal preocupación de los
ciudadanos: ¿que un país donde 45 millones de personas viven en el
umbral de la pobreza, sufre un profundo racismo contra la población no
blanca y una violencia social que es única entre los países
occidentales, donde medio millón de sus mujeres son víctimas de
agresiones sexuales y rapto, pierde el sueño por el deshielo del Ártico?
¿En serio?
Condenar el consumismo sin situarlo en el lugar y el tiempo es
populismo: un estadounidense medio gasta casi 2.000 veces más agua que
un residente en Senegal.
Thunberg reprocha a los políticos que la contaminación “le ha robado
la infancia”, no sabemos cómo, pero su movimiento elitista no habla de
cientos de millones de niños y niñas a quienes les roba la infancia el
ser explotados en los talleres oscuros y húmedos, recibiendo a cambio un
solo plato de comida al día; por ser víctimas de las guerras de rapiña y
sus consecuencias más brutales; ser traficados por la megaindustria de pornografía en un capitalismo que lo convierte todo incluido a los fetos y niños en una mercancía.
Las “soluciones” de la pequeña Greta
“Ya tenemos todos los hechos y soluciones –afirma la joven– y todo lo que tenemos que hacer es despertar y cambiar».
Los defensores de Greta pueden desmontar los argumentos de la derecha
negacionista, pero no son capaces de responder las preguntas del
ecologismo progresista.
Los niños como ella desconocen que el capitalismo depende del
crecimiento, y este se consigue reduciendo los gastos, explotando más y
más a los seres humanos y a la naturaleza y destruyendo a ambos,
aumentando los beneficios. Tampoco saben que la acumulación de capital
es el núcleo del sistema que pretenden reformar, y que las compañías
privadas para crecer, e incluso para existir, deben apartar y/o devorar a
sus competidores gastando cada vez más los recursos públicos. Un
sistema que ha feminizado la pobreza o que fuerza a millones de personas
huir de sus tierras, porque unas compañías o estados quieren robar sus
recursos, genera graves desequilibrios ambientales. Es imposible salvar
la Tierra sin reducir la pobreza y luchar contra la desigualdad, sin el
empoderamiento de las mujeres, la protección de los derechos de los
animales, o sin impedir que el Sur Global se convierta en el basurero
tecnológico de los ricos caprichosos, esos jóvenes que cambian de móvil
como de camisa, sin preguntarse de dónde viene su batería, y a dónde va
el aparato que aún no está obsoleto.
Obviamente, ningún movimiento de esta envergadura llamado “Nuevo Poder” es espontáneo, ni hay nada nuevo en esta otro peligroso movimiento de masas.
¿A quiénes beneficia?
Al “imperialismo climático”: la «Cuarta revolución industrial» del complejo industrial busca un New Deal Verde. Y
lo busca a través del Instituto de Gobernanza de los Recursos Naturales
que pretende sacar 100.000 millones de dólares de las arcas públicas de
todos los países del mundo para salvar el capitalismo tiñéndolo de
verde. Y tiene mucha prisa, de ahí la “emergencia”: presiona para desregular el sector, conseguir
la autorización para explotar aún más los recursos naturales, y la
financiarización- privatización más grande de la naturaleza jamás
realizada, y así poder atraer a los inversores con fines especulativos. Y
están apropiándose de más tierras arboladas y el agua de todos los
continentes produciendo biomasa para energía, destrozando las selvas y
la biodiversidad de aquellos espacios. Ganarían con el endeudamiento de
los países pobres, que se verán obligados a comprar la biotecnología
verde (coches eléctricos, turbinas eólicas, etc.).
A la industria nuclear: Greta desea “alinear Suecia con el Acuerdo de París”,
cuando este acuerdo otorga a la energía nuclear el papel de “mitigar el
cambio climático”, y así reducir el “CO2 a gran escala».
Al Instituto Global de Captura y Almacenamiento de Carbono
(IGCAC), que impulsa biotecnología para lanzar «emisiones negativas»,
operación para la cual consumirá una ingente cantidad de combustible
fósil. Tiene preparado unos 3.800 proyectos que permitirán a la
industria petrolífera, por ejemplo, seguir esparciendo carbono por la
atmósfera. La energía fósil es tan rentable para sus empresarios que
para obtenerla han matado a millones de personas, han destrozado la vida
animal, arrasando bosques, contaminando aguas. Según el ambientalista
Ernest McKibben «Un barril de petróleo, actualmente de unos 70 dólares, proporciona la energía equivalente a unas 23.000 horas de trabajo humano«. La justicia climática es incompatible con un capitalismo que está basado en el ánimo de lucro y a cualquier precio.
A las megafundaciones de apariencia filantrópica,
corporaciones que controlaron los negocios de energía, y políticos
hipócritas. El Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, un entusiasta
de la joven sueca, cuyo gobierno compró con el dinero público el
oleoducto Trans Mountain por 45.000 millones de dólares, los gobiernos
europeos que siguen vendiendo ilegalmente armas a los países en guerra,
Google que sigue invirtiendo en las compañías que niegan el cambio
climático, o la industria de los combustibles fósiles, que dedica sólo
el 1% de sus inversiones a energía baja en carbono, pero depositan
50.000 millones de dólares en nuevos proyectos de exploración de
petróleo y gas. El objetivo de MacArthur Fundation (2010) es, por
ejemplo, “acelerar la transición a la economía circular”. Además de
donar diez millones de dólares a Climate Nexus, es la que dirigió, junto
con otros lobbies del capitalismo verde (Avaaz, 350.org, Extinction
Rebellion, etc.) la Marcha Popular del Clima del 21 de septiembre de
2014. Otras empresas como Ikea, el promotor de “compra, tira y vuelve a comprar«,
que ha convertido sus tiendas en el lugar del paseo de las familias, o
Avaaz, la red dirigida a cambiar mente y corazones en todo el mundo, o
Johnson & Johnson -que ha tenido que pagar mil millones de dólares a
veintidós mujeres por el cáncer de ovarios que causaron sus productos,
ganan dinero y prestigio.
A la “Oenegeización” de la militancia política de los jóvenes, neutralizando
los movimientos ecologistas auténticos, y sustituyendo la conciencia de
clase por un “asunto gris de masas” ajeno a la causa común de la
humanidad.
Al complejo industrial-militar gracias a la omisión de este movimiento que borra el factor guerra de las Marchas Verdes,
ni menciona las cerca de 18.000 bombas nucleares que amenazan la vida
en el planeta, ni el hecho de que Donald Trump tras romper los dos
históricos acuerdos nucleares con Irán y Rusia no solo ha sugerido al Pentágono aumentar hasta diez veces el arsenal nuclear, sino que ha insinuado el uso de estas bombas contra Irán y Afganistán.
Estas personas pretenden cambiarlo todo, para que todo siga igual:
Malala Yousafzai, la muchacha paquistaní, recogió el Nobel de la Paz en
2014, después de haber recibido varios disparos de los Taliban (grupo
anticomunista armado por la CIA) cuando tenía catorce años por defender
la alfabetización de las niñas en su país Pakistán. Hoy, su país sigue
siendo uno de los peores del mundo en esta materia.
¿Cómo se salva el planeta, de verdad?
Cuando Marx llamó la «Ruptura metabólica» a la desconexión entre la
humanidad y el resto de la naturaleza generada por la producción
capitalista, y la “ruptura irreparable en el proceso interdependiente
del metabolismo social”, estaba señalando que la destrucción de la
naturaleza es inherente al capitalismo.
Sólo un sistema de producción dirigida a satisfacer las necesidades
humanas, siempre en su vinculación con los derechos del resto de la
naturaleza, que no a las ganancias de unos cuantos, puede impedir el
apocalipsis. Y esto se consigue con la propiedad pública sobre la
tierra, la industria, los grandes bancos, corporaciones, y servicios y
un control democrático sobre el poder, que en vez de promocionar coches
eléctricos particulares, por ejemplo, proporcione el transporte público
gratuito, el uso de la energía solar y eólica, entre otras medidas.
La justicia climática es anticapitalista o no lo es.
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