Politizar el consumo, recuperar la ciudadanía
  Rodrigo Fernández Miranda | Alba Sud
El avance del consumismo y las lógicas 
mercantiles, potenciado con la globalización económica, supone un 
retroceso en el ejercicio de la ciudadanía. Frente a esta dinámica, y en
 un contexto de crisis como el del Estado español, la lucha por 
politizar el consumo adquiere un rol clave. 
El tiempo de la democracia se ve desbordado tanto por la brevedad 
de la urgencia y el arbitraje instantáneo impuesto por los mercados, 
como por el largo plazo de la ecología. Los espacios económicos, 
políticos, jurídicos y ecológicos están desvertebrados. Las juntas del 
Estado-nación crujen y las soberanías territoriales se hunden. El 
derecho de cada país cede a un extremo indeterminado, sin que aparezcan 
nuevos niveles de soberanía popular y nuevos procedimientos para tomar 
las decisiones democráticamente (Daniel Bensaid). 
El avance del consumismo y las lógicas 
mercantiles ha venido suponiendo un retroceso en el ejercicio de la 
ciudadanía; proceso que se ha potenciado con la expansión de la 
globalización económica. Las luchas por la politización del consumo 
llevan décadas de vigencia, aunque en el Estado español en los últimos 
años se han acelerado y propagado, incluyéndose en el seno de los 
discursos críticos y las prácticas transformadoras de los nuevos 
movimientos sociales como vía para la recuperación del ejercicio de la 
ciudadanía.
 Aunque sus primeros antecedentes como modelo pueden observarse a principios del siglo XX con el fordismo [1],
 el verdadero despegue y consolidación del consumismo como pilar de la 
producción capitalista y símbolo de estatus social se promueve tras la 
finalización de la II Guerra Mundial y el inicio de los Treinta 
Gloriosos. La globalización económica operó como fuente de aceleración, 
extensión y aceptación de este modelo, y con ello, de profundización de 
sus consecuencias [2].
La globalización viene determinando fuertes procesos de transformación 
en las relaciones económicas, sociales, políticas y culturales. También 
supone la apertura de las fronteras de cada sociedad para incorporar 
bienes (materiales y simbólicos) de otras, productos y servicios 
generados por un sistema de muchos centros, y una tendencia a la 
unificación de patrones, preferencias y conductas relativas al consumo. 
Así, el modelo de consumo dominante [3]. se ha 
configurado como un eje de unificación y homogeneización de visiones, 
percepciones, motivaciones y comportamientos de las sociedades globales.
Además del exceso como rasgo distintivo de este modelo, otras 
características del consumismo son: su importante peso psicosocial y su 
papel cultural en la formación de identidades colectivas, que representa
 una vía para la distinción social y tiende a estructurar el estilo de 
vida en las sociedades de consumo, y que tiene un fuerte trasfondo 
ideológico. Por otra parte, los principales valores e ideas que 
sustentan y de los que se nutre el consumismo son los siguientes:
- 
  Competencia
- 
  Hiper-individualismo
- 
  Primacía de lo privado
- 
  Culto a la velocidad
- 
  Crecimiento como ideal
- 
  Desatención y desapego por el entorno próximo
- 
  Maximización del beneficio económico como objetivo
- 
  Culto por la novedad y la renovación (moda)
- 
  Primacía de las apariencias
- 
  Fetichismo - culto por los objetos
- 
  Moral hedonista
- 
  Neodarwinismo social
Las consecuencias socioambientales que 
el consumismo deja tras de sí ya se denunciaban en la Cumbre de la 
Tierra con la incipiente globalización a principios de los 90: 
“problemas [que] surgen de un orden económico mundial caracterizado por 
el consumo y la producción en constante expansión, lo que agota y 
contamina nuestros recursos naturales y crea y perpetúa enormes 
desigualdades entre los países y dentro de ellos (…) situación que nos 
ha llevado a sobrepasar los límites de la capacidad productiva de la 
Tierra y en la cual el 20% de la gente consume el 80% de los recursos 
mundiales”. Y se identificaba una línea de actuación colectiva: 
“concebir entonces nuevos valores culturales y éticos, transformar las 
estructuras económicas y reorientar nuestros estilos de vida” (Cumbre de
 la Tierra, 1992). Sin embargo, estos impactos se fueron agravando con 
el crecimiento exponencial del consumo de bienes y servicios producido 
durante las últimas décadas. 
De esta forma, el consumismo es un modelo que salta por encima de las 
necesidades de las personas y de las posibilidades del planeta, en la 
medida que no tiene conciencia de límites. La insostenibilidad es 
seguramente la consecuencia más destacada. Además, representa uno de los
 indicadores más evidentes de desigualdad e injusticia distributiva en 
la globalización económica.
Dentro de las lógicas de una sociedad de consumo todo tiende a convertirse en mercancía, todo es potencialmente vendible y comprable. Además de este totalitarismo mercantil,
 el consumismo hunde sus raíces en valores directamente vinculados con 
un (ultra) individualismo, y promueve el interés individual y el ámbito 
privado por encima del bien común, de lo público y del interés 
colectivo. En resumen, un escenario que puede describirse como “un culto
 consumista carente de la menor dinámica interna de responsabilidad 
moral respecto a los pobres o excluidos, incluyendo a las futuras 
generaciones” (Falk, 2002). 
Consumismo y ciudadanía 
La ciudadanía [4] es un concepto dinámico: como parte 
de un proceso histórico, siempre estará en construcción y reconstrucción
 constante. En el contexto de la globalización, este concepto adquiere 
una nueva dimensión: el lazo entre la ciudadanía y el Estado-nación 
tiende a debilitarse en la formación de una cultura global, “espacios 
desterritorializados logran constituirse en ejes de producción de 
ciudadanía posibilitando un carácter global de este constructo social” 
(Martínez, 2004).
Uno de los cambios socioculturales inducidos por la globalización es el
 paso de una ciudadanía como representación de una opinión pública, a 
una ciudadanía-consumidora comprometida con su disfrute de un cierto 
“nivel” de vida (García Canclini, 1995). La reducción del ciudadano a 
cliente, además de implicar la construcción de un conformismo social 
(Sánchez Noriega, 1998), supone un vaciamiento del contenido y una 
limitación en el ejercicio de la ciudadanía.
No obstante, una ciudadanía plena de todas las personas que conviven en
 una comunidad organizada es condición necesaria para el correcto 
funcionamiento de una democracia. El objetivo principal de la acción 
ciudadana es mejorar el bienestar público. En dirección contraria, el 
consumismo, y las ideas y valores de los que se nutre, operan como 
desvinculador social, ya que sólo buscan el beneficio individual.
Este modelo de consumo tiene directamente que ver con el comportamiento [5]
 y con la conciencia política, en la medida que influye en la visión 
política, la ideología y el tipo y nivel de participación social. Los 
ciudadanos y ciudadanas dejan de ser partícipes, para convertirse en 
espectadoras, legitimadoras o refrendadoras del ejercicio del poder. 
Así, en el marco de las sociedades de consumo, el espacio corporativo y 
mercantil va desplazando y sustituyendo al ámbito 
político-institucional. La pérdida de eficacia de las formas 
tradicionales de participación social y ejercicio ciudadano no es 
compensada por la incorporación de las masas como consumidoras y 
votantes.
En definitiva, el consumismo determina un modelo de “ciudadanía 
des-ciudadanizada”. En estos términos, los consumidores del siglo XXI 
pueden equipararse a los ciudadanos del siglo XIX. Más consumismo, menos
 ciudadanía; y la política cada vez más alejada de la soberanía popular.
Cuando los promotores de esta globalización apuntan a que los 
constructores de certezas, como las ideologías, se han caído y han 
perdido su sentido, el único constructo que parece salir fortalecido es 
el consumismo. Mientras tanto, se va estrechando el cerco sobre lo que 
se discute, sobre lo que se problematiza, sobre lo que se pretende 
transformar: una fuerte reducción de la brecha ideológica, que en su 
versión más radicalizada da lugar al “pensamiento único” y el “fin de la
 historia” [6] (Fukuyama, 1992). 
La politización del consumo 
Desde hace décadas, el movimiento por un consumo responsable [7]
 apunta a una restauración crítica de la conciencia colectiva sobre las 
dinámicas e impactos del consumismo. A partir de ello, apela a la 
construcción de poder de los consumidores y consumidoras, colocando a la
 esfera del consumo en un marco de valores y en una perspectiva de lucha
 por una transformación. Este movimiento intenta introducir una crítica 
del consumismo y hacer del consumo una herramienta colectiva para la 
transformación social y política [8].
Tradicionalmente, las reivindicaciones por un consumo responsable, a 
iniciativa principalmente de colectivos, organizaciones sociales y de 
consumidores de países centrales, se plantean como forma de reducir y 
denunciar el deterioro social y ambiental, y los abusos económicos 
derivados del modelo. Asimismo, se articula en torno a los siguientes 
ejes: 

 
Si el mercado es un ámbito de expresión 
ciudadana, la esfera corporativa y mercantil debe ser considerada 
necesariamente como un ámbito político. Como instrumento político, el 
consumo responsable debe evitar apelar a la iniciativa individual y 
depositar la responsabilidad en las personas en su rol de consumidoras. 
La respuesta, por el contrario, debe ser política y colectiva; no como 
consumidores, sino como ciudadanos. Este proceso supone una politización
 del consumo, que se centra en los siguientes ámbitos de intervención 
para promover colectivamente otro modelo (Álvarez Cantalapiedra, 2007). 
Factor riqueza:La intervención sobre los mecanismos 
distributivos y reglas de reparto del producto social son claves para el
 acceso al consumo de bienes esenciales de la mayoría de la población, 
en el contexto de una economía más justa y equitativa en la 
distribución. 
Factor espacio:La
 disponibilidad de espacios alternativos que favorezcan otra 
significación social del consumo. Esto supone la transformación del 
entorno estructural dispuesto para el consumo, lo que se traduciría en 
un cambio en conductas y hábitos. 
Factor tiempo:Desaceleración
 de los ritmos de vida, y reorganización y redistribución de los tiempos
 dedicados a las distintas actividades cotidianas y los estilos de vida 
mayoritarios. 
Factor información:La
 obtención de información fidedigna para tomar decisiones de consumo, 
para lo que es fundamental, además de la discusión colectiva, la 
creación y difusión de (contra) información sobre productos, procesos 
productivos, impactos, trazabilidad, entre otros.
La política es sin duda una herramienta 
de transformación. Para las mayorías sociales, que no gozan de capital 
ni de la posibilidad de hacer grandes negocios, seguramente la única 
herramienta de la que pueden disponer. El consumo es una de las pocas 
actividades de las que (casi) nadie queda exento. En conclusión, 
politizar el consumo es una forma de recuperar el ejercicio de la 
ciudadanía, una vía para reapropiarse de la política.
 
El consumo en la reflexión y las prácticas de los nuevos movimientos sociales 
En el Estado español, las consecuencias de la “crisis” y el avance del neoliberalismo [9] están alterando la cultura política [10]
 de una parte creciente de la sociedad. Una embrionaria cultura política
 que está incidiendo sobre la conflictividad del proceso de 
representación democrática y sobre el ejercicio de la ciudadanía de una 
fracción cada vez menos minoritaria de la población; que abre un nuevo 
ciclo de luchas, con la reconfiguración de la resistencia social y de la
 construcción política en el territorio.
 Este proceso también viene incrementando la desafección hacia las 
instituciones políticas, lo que tiene un impacto directo sobre la 
participación. Por una parte, se está reduciendo la utilización de 
mecanismos convencionales de participación, al tiempo que aumenta la 
propensión a usar mecanismos alternativos de expresión de las demandas y
 preferencias políticas, promoviendo la creación de nuevos espacios y 
vías para la participación, más allá de lo institucional. Así, se está 
generando gradualmente una ciudadanía más activa, informada, crítica, 
movilizada y reivindicativa.
Esta confluencia de movimientos sociales nuevos y preexistentes se 
nutre de reivindicaciones históricas, e incorpora nuevos discursos 
críticos y prácticas transformadoras. Un proceso que alcanza al 
cuestionamiento de los pilares del estilo de vida dominante en las 
clases medias, la discusión y el intento de transformación de los 
atributos que caracterizan a las sociedades de consumo, y con ello, a la
 politización de las relaciones de una parte de la sociedad con las 
corporaciones empresariales.
De esta manera, la crítica al consumismo (y a las ideas y valores 
subyacentes) y la promoción de prácticas dirigidas hacia otro modelo de 
consumo posible y necesario se van integrando en los discursos y 
prácticas de los movimientos sociales. En un período relativamente corto
 de tiempo, han surgido o se han expandido en el territorio diversas 
iniciativas transformadoras relacionadas directamente con el modelo de 
consumo, una reorientación de las prácticas sociales con vistas hacia la
 justicia social y la sostenibilidad ambiental.
La resignificación del consumo, fuera de las lógicas del mercado, del 
exceso, de la competencia y de la acumulación, junto con otras 
cuestiones directamente relacionadas (como el decrecimiento, la 
soberanía alimentaria, el comercio justo, la banca o las finanzas 
éticas, las redes solidarias, entre otras), van formando parte 
indisoluble de las luchas sociales en el territorio. Las iniciativas que
 surgen o se expanden (para una reapropiación del consumo como forma de 
reapropiarse del ejercicio de la ciudadanía) son muy diversas.
 Las campañas de boicot y presión a empresas, la construcción de redes 
de intercambio y financiación o la creación de mercados sociales son 
algunas de las líneas de acción que se vienen adoptando en esta 
dirección. Asimismo, el denominado “consumo colaborativo” es otra de 
estas manifestaciones: relacionado con la ”economía de la colaboración”,
 prioriza el acceso sobre la propiedad, tiene un fuerte apoyo en las 
Nuevas Tecnologías y “se puede definir como la manera tradicional de 
compartir, intercambiar, prestar, alquilar y regalar redefinida a través
 de la tecnología moderna y las comunidades” 
(www.consumocolaborativo.com). El consumo colaborativo, con un 
crecimiento notable en el Estado español durante 2012, se sustenta en 
sistemas basados en productos (pagar por el uso de un producto, no por 
su posesión), mercados de redistribución de bienes hacia lugares dónde 
son más necesarios, y estilos de vida colaborativos (compartir o 
intercambiar bienes principalmente intangibles). 
Asimismo, numerosas iniciativas informales de prácticas colectivas 
autoorganizadas que desarrollan procesos críticos, persiguen el 
empoderamiento ciudadano y promueven la innovación social, han 
proliferado durante los últimos meses. Muchas de éstas operan en ámbitos
 directamente relacionados con el consumo, como el urbanismo y el 
espacio público, la movilidad y el transporte, la autoorganización para 
el consumo, la alimentación, el ocio, la educación y la cultura, la 
tecnología, los servicios varios o las finanzas [11].
Este escenario ilustra un incipiente proceso de reconfiguración de la 
conciencia colectiva, la organización y la participación social, con el 
objetivo de recuperar su soberanía en las decisiones de consumo y, en 
última instancia, en las decisiones políticas. En definitiva, una 
apuesta colectiva por la (re)vinculación entre los papeles de 
consumidores y de ciudadanos, entre el consumo y la ciudadanía.
Justamente, este cuestionamiento y transformación de las vías de 
participación de las mayorías en este engranaje a través del consumismo,
 es una de las aristas necesarias en las luchas contra el capitalismo; 
ya que se trata del vínculo directo y material por antonomasia entre el 
grueso de la sociedad y los poderes económicos. 
Otro modelo de consumo, otro proyecto de sociedad 
Más allá de la aceleración de la concentración de riqueza, la 
desposesión, la desigualdad social y la insostenibilidad ambiental, la 
globalización también ha supuesto una redefinición de los límites de las
 comunidades políticas dentro de las que las sociedades estaban 
organizadas hasta entonces [12]. Por otro lado, el 
estilo de vida centrado en la mercancía, y organizado por el mercado y 
el mercadeo, tiende a reducir la participación y la responsabilidad 
sobre lo colectivo y lo común, a nublar la visión a largo 
plazo, y a promover la apatía política y la desvinculación social. Por 
ende, es un modelo que conlleva directamente una forma de 
“des-ciudadanización”.
De esta manera, la reducción del ciudadano a su condición de cliente 
representa en primera instancia un vaciamiento del concepto y la praxis 
de la ciudadanía. Si se tiene en cuenta que el ejercicio de la 
ciudadanía es una de las condiciones sine qua non para el 
correcto funcionamiento de cualquier democracia, en este sentido, 
también se viene produciendo un deterioro de la calidad de las 
democracias representativas en el marco de la globalización (junto con 
el distanciamiento de la política institucional y el conjunto de la 
ciudadanía).
Por ello, la politización del consumo (o una proyección del rol de 
consumidor de forma política) supone la reversión de atributos y valores
 que han tenido consecuencias nefastas en la posibilidad de construir 
una sociedad más justa, sostenible e igualitaria, mermando también la 
posibilidad de erigir lazos de solidaridad que estructuren las 
relaciones sociales. De esta manera, se presenta como una vía para la 
cimentación de otro proyecto de sociedad.
A pesar de que la incipiente democracia participativa, la construcción 
de una conciencia crítica y la politización del consumo van sumando cada
 día más partidarios y van consolidando su armado político, 
sigue existiendo todavía un enorme diferencial de poder y de apoyo 
social a favor de la democracia representativa (que excluye la 
participación política fuera de los cauces institucionales) y el modelo 
de consumo dominante.
Sin embargo, este proceso de debate y contestación al orden consumista 
representa una de las vías imprescindibles para la construcción de 
alternativas desde las bases sociales al modelo económico y político que
 se encuentra en el centro de la crítica. La reapropiación de la 
política y del ejercicio de la ciudadanía también pasa por una 
reapropiación colectiva de las decisiones y acciones de consumo. Una 
carrera de fondo contra las consecuencias intrínsecas de la 
globalización económica y en pro del “rescate” de la soberanía popular.
  
Notas: 
[1] Además de haber sido
 uno de los acontecimientos más relevantes en materia de desarrollo 
industrial, se puede considerar la puesta en marcha de la cadena de 
montaje Highland Park de Ford (1908) y la implementación de las teorías 
de “organización científica del trabajo” de Frederick Taylor uno de los 
hechos fundacionales de las sociedades de consumo.
[2] Para más información, ver: Contrapublicidad. Libros en Acción (ConsumeHastaMorir, 2009). 
[3] Aunque se utilice 
aquí la idea de “modelo de consumo dominante”, cabe recordar que 
solamente menos del 20% de la población mundial forma parte de las 
denominadas sociedades de consumo, mientras que la gran mayoría restante
 queda excluida.
[4]Se entiende por 
ciudadana a la persona que por haber nacido o residir en un territorio 
es miembro de la comunidad organizada que le reconoce la cualidad para 
ser titular de derechos y deberes, de gozar de libertades y de igualdad 
ante la ley, y puede realizar actividades legalmente validadas. La 
ciudadanía tiene derecho y disposición de participar en dicha comunidad 
organizada “a través de la acción autorregulada, inclusiva, pacífica y 
responsable, con el objetivo de optimizar el bienestar público”.
[5] El comportamiento 
político son “aquellos componentes de la percepción, la motivación y la 
actitud que elaboran las identificaciones políticas del hombre, sus 
exigencias, sus esperanzas y todos sus sistemas de creencias políticas, 
entidades y objetivos” (Eulau, 1965).
[6] La tesis que este 
autor postula es que, tras la finalización de la Guerra Fría, la 
Historia como lucha entre ideologías ha terminado y se ha impuesto la 
democracia liberal.
[7] En el caso del 
movimiento de organizaciones de consumidores y consumidoras su origen se
 sitúa en el siglo XIX, y las primeras experiencias de este tipo se 
realizaban a través de cooperativas con el objeto de resguardar los 
derechos y el poder de las personas consumidoras frente a productores y 
comerciantes.
[8] Teniendo en cuenta 
la amplitud y diversidad de ámbitos integrados en este modelo el 
consumo, puede comprenderse su potencial transformador.
[10] El concepto de cultura política contiene tres niveles: cognitivo, conductual y actitudinal.
[11] Algunos ejemplos de
 este tipo de iniciativas ciudadanas. Urbanismo y espacio público: 
fortalecimiento y la recuperación de la memoria del espacio público. 
Empoderamiento, participación y transformación de espacios públicos. 
Creación de entornos verdes de manera creativa y participativa. 
Reactivación de solares vacíos a través de su programación y ocupación. 
Mirada crítica de los espacios públicos. Movilidad y transporte: 
bicicleta urbana; carsharing (compartir coche); carpooling
 (compartir trayectos); iniciativas para la desaparición o reducción de 
la movilidad en vehículo privado motorizado. Alimentación: grupos de 
consumo. Producción de alimentos en huertos urbanos. Permacultura y 
agroecología. Banco y redes de semillas. Educación, organización y apoyo
 al cultivo comunal. Banco de alimentos. Educación y cultura: 
Bibliotecas colaborativas. Cultura libre. Microespacios culturales. Bookcrossing
 (compartir libros). Intercambio de conocimiento. Servicios varios: 
Bancos de tiempo. Compartir servicios profesionales, sociales. Finanzas:
 Banca ética y solidaria. Microfinanciación.
  
Bibliografía: 
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