viernes, 8 de febrero de 2013

Sobre la demanda de EE.UU. contra Standard & Poor's (I). "Autorregulación en la piscina de los tiburones", de Xabier Domènech


Es del género absurdo buscar inocencia y buena fe en una piscina llena de tiburones. Como en el cuento, tras la dentellada dirán: es mi naturaleza. Las grandes finanzas son el reino del tiburoneo, y el depredador poco malicioso va a durar dos minutos. Los escualos se dedican en primera instancia a devorar a los peces pequeños y medianos, que por algo están en la cima de la cadena trófica, pero si es menester no dudarán en emprenderla unos contra otros. Pretender que estos simpáticos animales se autorregulen es aceptar que los baños de sangre sean la norma. Y sin embargo, el sistema financiero mundial daba por hecho que algunos tiburones buenos podían aconsejar honestamente a los demás sobre las mejores y las peores inversiones. Su nombre: agencias de calificación de riesgo. Contra una de ellas, Standard & Poor's, ha presentado demanda el Gobierno de Estados Unidos. Pretende que le causó pérdidas por más de 3.700 millones de euros al dar la máxima calificación de solvencia a bonos basados en hipotecas dudosas, las famosas subprime, cuya caída detonó el inicio de la crisis que todavía nos atenaza.

Una vez más, el rastro imprudente de la sinceridad expresada en correos electrónicos da cuenta de intenciones ocultas. «Espero que ya seamos ricos y estemos retirados cuando se caiga este castillo de naipes», escribió un empleado a otro, en 2006. Otros mensajes dan a entender que para calificar un riesgo no solo hay de fijarse en los datos objetivos, sino también en lo que el mercado espera oír. Cuando, en realidad, las sensaciones del mercado son en gran parte fruto de las calificaciones de las tres mayores agencias, y tener o no tener la triple A se convirtió en la obsesión de los tesoros nacionales, por cuanto influye directamente en el precio de la deuda. Que tal dictadura haya continuado tras el fiasco de las suprime solo se explica por la coincidencia de dos factores: los grandes inversores necesitan a las agencias porque no disponen de tiempo ni medios para analizar por sí mismos todas las emisiones del mercado, y aun con sus fallos las tres grandes agencias no tienen una verdadera alternativa. Que sean los propios gobiernos quienes promueven nuevas calificadoras no merece ninguna credibilidad.

Tal vez la demanda de Washington ponga un poco de miedo en el cuerpo de esos gigantes demasiado acostumbrados a la impunidad. Al mismo tiempo, se estudia una regulación más estricta que haga disminuir los riesgos: que una sociedad asesore emisiones de deuda y las califique, y que sean los emisores quienes paguen el trabajo de calificación es, cuando menos, chocante.

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