Juan Antonio Tirado, perdiodista de TVE
El mundo que estrenaremos ya lo hemos estrenado. Este es
un viaje sin billete de vuelta rumbo allí donde la ciencia-ficción ha
perdido el adjetivo. 2050 se presenta como una trama inverosímil. Las
cartas ya están echadas: la ciencia nos tiene preparado un hábitat tan
sugestivo como temible. Ganaremos inmensamente en comodidad y a cambio,
probablemente, regalemos o nos roben la privacidad.
El futuro ya no lo predicen las echadoras de cartas ni los
futurólogos, sino los científicos. Según los pronósticos más
verosímiles, en 2050 será habitual vivir cien años y aun los más
afortunados alcanzarán los 120. En la genética los cambios serán tan
espectaculares como inquietantes, y habrá que contar siempre con el
factor corrector de la ética para no aventurarnos por las avenidas del
Apocalipsis. Los bebés llegarán al mundo con un mapa genético que
contenga información precisa sobre riesgos de enfermedades o cómo
eliminar los genes que transmiten patologías. Escoger el sexo, el color
de los ojos o del pelo estará al alcance de la mano.
La salud es quizás el campo donde mayores serán los avances. A través
de la nanotecnología podrá acabarse con los efectos de la quimioterapia
y las radiaciones, y en un terreno más ligero se podrán eliminar las
arrugas de la piel. Habrá cirujanos robóticos y otros que operen a
distancia y podremos regenerar los órganos mediante las impresoras en
3D. Incluso se trabaja ya en un detector del cáncer antes de que este se
haya producido. Con frecuencia, los grandes avances científicos se
producen como consecuencia de las necesidades de la industria militar.
También de la espacial. La detección de enfermedades a través de
minúsculos robots instalados en el organismo, que patrullan
constantemente para adelantarse a la afección, se está desarrollando a
requerimiento de la NASA en su objetivo urgente de enviar una nave
tripulada a Marte en la próxima década. Dado que un viaje a ese planeta
se prolongaría no menos de tres años, la agencia espacial no quiere
correr el riesgo de que un astronauta enferme gravemente durante la
expedición. En este ámbito médico será importante la bio-impresión, una
técnica para imprimir en 3D estructuras biológicas para realizar
trasplantes. El ejército de Estados Unidos se plantea escanear los
huesos de los soldados antes de entrar en combate, de manera que
archivarían una copia virtual por si fuera necesario sustituir alguno.
Por otro lado, gracias a una mejor comprensión del genoma humano, los
médicos estarán en condiciones de curar enfermedades como el Alzheimer.
Otra cosa es el papel que juegue la memoria personal, que en buena
medida estará “subarrendada” a las máquinas. En 2050, según algunos
científicos, la mayor amenaza para la salud pueden ser unas súper
bacterias infecciosas resistentes a los antibióticos, que podrían
producir millones de muertes.
A mediados de este siglo vivirán en la tierra casi diez mil millones
de personas. Para entonces, el coche privado habrá desaparecido de las
ciudades, en las que habitarán un 80 por ciento de las personas. Serán
unas ciudades limpias, con coches eléctricos y autónomos, esto es, que
se conducen solos. Para esa fecha, carecerá de sentido tener un
automóvil en propiedad, que el 95 por ciento del tiempo está aparcado,
cuando con un Smartphone podemos disponer de un coche próximo
en el momento en que lo necesitemos. Probablemente, existan también los
taxis voladores, drones que circulen indistintamente por el aire o el
asfalto.
Cabe aventurar una notable disminución de los viajes en avión. Por un
lado, las nuevas tecnologías de la realidad aumentada harán
innecesarios los desplazamientos para participar en reuniones de
trabajo, por otro, los simuladores permitirán pasar las vacaciones en
los destinos más fascinantes sin necesidad de moverse del sillón. En ese
campo, los logros son ya impresionantes y el futuro apunta a la
creación de una nueva y potente industria turística basada en los
avances en realidad virtual, que nos trasladarán a cualquier sitio,
incluso del pasado, incluso los hoy vedados a una presencia real, por
las condiciones climáticas extremas o por un riesgo importante.
En la búsqueda de una vida más agradable jugarán un papel destacado
los asistentes personales mediante inteligencia artificial. Podremos
llevarlos en el bolsillo, como un móvil, y nos controlarán hasta los
aspectos más nimios de la agenda. Conocerán nuestros gustos y defectos,
leerán nuestros correos, escucharán nuestras conversaciones y se
ocuparán de recordarnos que tenemos que rellenar un impreso, y aun
rellenarlo, o acudir a una cita. A cambio, claro, de prescindir de
cualquier grado de intimidad.
La domótica revolucionará las condiciones de vida en el hogar y las
oficinas. Será superfluo el trabajo del personal del servicio doméstico,
pues este será desempeñado en exclusiva por los robots. Las casas
podrán llegar a auto-limpiarse, mediante programas informáticos, y la
nevera llamará por teléfono al supermercado cuando constate que falta
leche o cualquier otro producto. Probablemente, los vecinos contarán con
una taquilla a la que llegarán los encargos y donde los recogerán. Sin
necesidad de esperar al futuro, existen ya en algunas grandes ciudades
norteamericanas supermercados automatizados, en los que no hay
empleados, y restaurantes atendidos en exclusiva por robots. De aquí a
veinte o treinta años pueden haber desaparecido trabajos como los de
camarero, recepcionista, taxista o empleado de banca, entre otras
decenas.
Si hay un ámbito relativamente desconocido y que experimentará
cambios asombrosos ese será el del cerebro. Las tecnologías podrán
alterar las funciones cerebrales de una persona, violar su privacidad e
incluso modificar su personalidad. Aunque todavía tiene cierto eco de
ciencia-ficción, se trabaja en procesos que permitan que una máquina nos
lea el pensamiento.
El mundo digital está todavía en pañales. Los políticos, perdidos en
el corto plazo que no ve más allá de las siguientes elecciones, son
incapaces de entender la revolución que está en marcha. Una pregunta
básicas sobre lo que nos viene es: ¿Seremos personas o máquinas? En una
coyuntura completamente distinta a esta, Primo Levi,
superviviente de los campos de exterminio nazi, tituló uno de sus
libros: “Si esto es un hombre”. Que venga Dios y lo vea, podríamos
concluir.