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martes, 17 de julio de 2018

Etiquetado y publicidad de los alimentos. Así nos engaña la industria sobre los orígenes de los alimentos

Así nos engaña la industria sobre los orígenes de los alimentos

  • El caso del vino español vendido como francés es uno de tantos: la ley es confusa
Así nos engaña la industria sobre los orígenes de los alimentos
 
 
Se suceden los escándalos relacionados con la comida y la bebida. Y no solo tienen que ver con la seguridad alimentaria, sino también con el origen de los alimentos. Hace solo unos días teníamos el último caso: 10 millones de botellas de rosado vendidas en Francia como vino de ese país, cuando en realidad era vino español.
 
Pero desgraciadamente este no es el único caso, cada cierto tiempo, la historia se repite. Food Watch, organización independiente que estudia los fraudes alimentarios y la legislación sobre el tema, apunta que se necesita un cambio profundo de la normativa para que estas estafas no sean posibles, y ha elaborado este estudio.

"La normativa permite que se ponga un logo que dé una orientación errónea al consumidor”

Enrique García, Portavoz de OCU

Sobre el origen de los alimentos que compramos, “la ley no es clara. Dice que inducir a error al consumidor es publicidad a engañosa, pero a la vez permite que se ponga un logo que dé al cliente una orientación sobre el origen de un producto que no es real”, dice a Comer Enrique García, portavoz de la OCU, Organización de Consumidores y Usuarios.

El reglamento europeo sobre el etiquetado marca que se deberá informar sobre el origen del alimento cuando este pueda inducir a error al consumidor. “Eso es muy genérico. Además, no obliga a que se informe sobre el origen, salvo excepciones: miel, aceite de oliva, fruta y vegetales frescos, pescados, carne de ternera, porcina, ovina, caprina y aves de corral, vino, huevos y aguas minerales naturales”. Para todos los demás alimentos, el etiquetado sobre el origen es voluntario, pero debe evitar el engaño, como dice el artículo 3.1.3 del reglamento que se refiere a ello. Tanto en los casos en que es obligatorio el etiquetado, como en los que es voluntario, la picaresca está a la orden del día.

"El reglamento sobre el etiquetado sólo establece que se deberá informar sobre el origen del alimento cuando este pueda inducir a error"


“Vemos dibujos, banderas o símbolos que se refieren a un país u origen determinado, pero si giramos el producto y leemos la letra pequeña, en ocasiones el origen es totalmente diferente”, explica el portavoz de la OCU. “La industria juega con el consumidor, y eso para nosotros es incumplir la ley, clarísimamente”. ¿Con qué productos se dan o se han dado los engaños? Estos son algunos de los más sonados. 

Espárrago navarro… de Perú
Espárragos
Espárragos (Javier Lastras)
“Como los espárragos navarros tienen fama, muchas empresas incluso de Navarra compran espárragos más baratos en Perú –un país con mucha producción-, y los envasan etiquetados como espárragos de Navarra”, apunta García. “Se etiquetan los botes con una bandera o un corredor de los Sanfermines, que lleve a pensar que son navarros. Llevamos muchos años con este engaño”.

Algunos casos han acabado en la justicia. Como fue el caso de Conservas de Navarra que vendía espárragos con ese origen, bajo la marca Navarra, cuando procedían de China y Perú. Tuvo que pagar 30.000 euros a tres empresas de la IGP de Navarra y retirar el producto del mercado. Lo explicaba el Diario de Navarra . 

Azafrán español… de Irán
Azafran
Azafran (Johner Images / Getty)
“El mayor comprador de azafrán supuestamente español es Estados Unidos. Pero España exporta más azafrán del que puede producir… En realidad, parte este azafrán se importa de Irán, el primer productor mundial”, decía Christophe Brusset, exdirectivo de la industria alimentaria en declaraciones a Comer , a partir de su libro, ¡Como puedes comer eso! (Planeta).

Se han tenido pruebas de este fraude en muchas ocasiones. Una investigación universitaria en 2016 demostró, a partir de una nueva técnica, que la mitad del azafrán etiquetado y exportado como español procede de otros países, aunque probablemente esté empaquetado en España. En el estudio participó el investigador de la Universitat de València Josep Rubert, junto con científicos de la Universidad de Química y Tecnología de Praga (República Checa), que demostraron, por medio de la huella digital química de cada tipo de azafrán, que más del 50 % de las muestras analizadas era fraudulenta. Los resultados se publicaron en la revista Food Chemistry.

“Muy probablemente se compra azafrán de peor calidad y a un precio mucho más bajo en otros países como Marruecos, Irán o India, y después se envasa y vende como español ese azafrán de origen desconocido, un fraude que juega con la confianza del consumidor”, según decía aquel trabajo. “Esta actividad de traer azafrán iraní y venderlo en España no es ilegal. Lo que no cumple con la normativa es la presentación, hacer creer que es español”. 

Miel nacional...¿o China?
Envases de miel cristalizada derramados
Envases de miel cristalizada derramados (Ruffiana)
¿Queda claro el origen del país de origen de la miel, como marca la ley, para que, como consumidores, podamos decidir si la queremos nacional o de importación? En muchos casos, no. El problema, además, es que el 20% de las mieles importadas son un fraude, según un informe europeo que cita la OCU en sus alertas a los consumidores. La UE es el segundo productor mundial de miel, después de China, y España es el primero dentro de la Unión Europea, pero no genera la suficiente, e importa unas 200.000 toneladas anuales de este edulcorante natural del gigante asiático.

Según los estudios europeos, los engaños más habituales en esas mieles importadas son mezclarla con otros siropes o con azúcar, o vender mezclas de miel “falsificada” con miel europea de calidad. 

Pulpo gallego pescado en Marruecos
Pulpo a la gallega
Pulpo a la gallega (StockPhotoAstur / StockPhotoAstur-iStockphoto)
“La pesca de pulpo en España no arroja las suficientes cantidades del producto como para satisfacer la demanda”, cuenta García. “Por eso es habitual que consumamos pulpo de Marruecos, por ejemplo”. En este caso, hablando de productos frescos, en la pescadería deben indicar la procedencia del cefalópodo, aunque no está tan claro en restaurantes, “donde no existe esta obligación”.

Según Globefish, el departamento de la FAO que analiza el comercio del pescado a nivel mundial, Marruecos, Portugal y Mauritania son los tres países de los que España adquiere más pulpo. “En O Carballiño (la meca del pulpo en Galicia) nunca se comió pulpo gallego”, explicaba a Comer una distribuidora con más de dos décadas de experiencia en el sector. 

Aceite italiano que en realidad es español
Aceite de oliva
Aceite de oliva (dulezidar / Getty)
En el caso del aceite es obligatorio decir en la letra pequeña, el origen del envasado, pero ahí se juega con las nacionalidades, los símbolos y las banderas en la parte delantera del producto. “Hay mucho aceite en mercados internacionales que es español y se vende como italiano. ¿El motivo? En Estados Unidos se prefiere el italiano, en gran parte por la inmigración, la fortísima presencia italiana en el país”, según la OCU. 

Mostaza de ¿Dijon? o hierbas de ¿la Provenza?
Mostaza
Mostaza (verdateo / Getty)
Son múltiples las denuncias de productos que se venden como originales de un país y en realidad proceden de otro. Christophe Brusset admitía en su libro, por ejemplo, que cuando trabajaba en grandes empresas de la alimentación, en Francia, compraba barcos enteros de granos de mostaza India para fabricar miles de toneladas de mostaza vendida como “de Dijon” en Alemania u Holanda.

Las supuestas hierbas de la Provenza, según él, procedían mayoritariamente de Marruecos, Albania, Egipto o Túnez. “No se puede saber el origen de los productos porque el etiquetado se controla muy poco. Lo mejor es comprar marcas conocidas. Estas temen perder su reputación si hacen trampas”, nos explicaba.

viernes, 23 de febrero de 2018

La conspiración del azúcar


Foto: iStock.
Foto: iStock.

 Fuente: El Confidencial

Durante el último cuarto de siglo, diversas investigaciones han revelado cómo grandes empresas del tabaco y del petróleo, se han entrometido en las investigaciones científicas para ocultar los peligros de sus productos. No es nada nuevo. Con el azúcar también. Es un hecho demostrado que investigadores prominentes respaldados por la industria en la década de 1960 restaron importancia o suprimieron evidencias que identificaban el azúcar como una de las principales causas de enfermedades cardíacas.

La conspiración del azúcar se destapa en septiembre de 2016, cuando la revista de la Asociación Médica Estadounidense publica un artículo en el que un grupo de profesores de la Universidad de San Francisco se hace eco del descubrimiento de una serie de documentos internos de la industria alimentaria, los cuales desvelan que en los años sesenta la Sugar Research Foundation (SRF, la actual Sugar Associaton) pagó 6.500 dólares de la época (aproximadamente 48.900 hoy en día) en secreto a tres científicos especializados en nutrición de Harvard para minimizar las pruebas que vinculan el azúcar con las afecciones coronarias.

Es una historia larga y compleja que se remonta al inicio de los años 40, cuando la Fundación Rockefeller remuneró con 100.000 dólares (1,6 millones actuales) a la Universidad de Harvard para la creación de una unidad científica especializada en nutrición -llamada Nutrition Foundation- ante la preocupación médica generada por el abultado porcentaje de muertes a causa de problemas cardíacos, que después de la Segunda Guerra Mundial llegaba al 40%. Los tiempos exigían una respuesta científica a estos problemas, que los funcionarios de la salud americanos vieron como una clara amenaza para la productividad económica del país y las aptitudes militares de sus habitantes.

Un nuevo artículo publicado en la revista 'Science' resuelve ahora las incógnitas de uno de los grandes complots del siglo pasado, a la vez que profundiza en cada uno de los detalles que envuelven el caso. En dicho artículo, encontramos la lucha de un científico un tanto olvidado, John Yudkin, para demostrar sus teorías sobre el azúcar de cara a la reducción de los ataques de corazón entre la población mundial. Sus investigaciones le llevaron al conflicto con las grandes asociaciones de nutrición del gobierno estadounidense y, posteriormente, al silenciamiento de sus ideas y proyectos que alertaban sobre los problemas del consumo de azúcar entre la población.

John Yudkin: la primera sospecha

En la década de los años 40, Ancel Keys, un eminente fisiólogo de Harvard, creía que la prevención de un ataque cardíaco debía comenzar con una dieta baja en grasas. Para entonces, muchos enfermos de corazón poseían altos niveles de colesterol en sangre y los datos reflejaban que las muertes coronarias entre las poblaciones europeas habían descendido al ser privadas de alimentos grasos de origen animal.

En 1950, los nutricionistas de Harvard examinaron el volumen de lípidos en sangre de 15.000 trabajadores de docenas de empresas, así como diversos estudios sobre el colesterol en las sociedades guatemalteca, costarricense y nigeriana. El gran detonante fue un hecho político de gran envergadura: la muerte del presidente Eisenhower en 1955 por un ataque al corazón. Este acontecimiento hizo que la comunidad científica adoptase la creencia de que el colesterol era el principal causante de los infartos y demás enfermedades cardiovasculares. Es así como desde las principales revistas y medios de comunicación los expertos empezaron a alertar a la población de los graves riesgos para la salud que conllevaba una dieta alta en grasas.

En 1960 se instauró un nuevo paradigma que aseguraba que los altos niveles de colesterol se podían reducir al reemplazar “grasas animales saturadas” por aceites vegetales. La Asociación Estadounidense del Corazón (AHA), con el prestigioso médico Fred Stare a la cabeza, recomendó que los “propensos a sufrir problemas de corazón” considerasen limitar la ingesta de alimentos como "la leche entera, la mantequilla y la carne”.
Formado en bioquímica y medicina al igual que Stare, John Yudkin había sido profesor de nutrición en la Universidad de Londres desde 1946. Yudkin entró de lleno en los debates que relacionaban los problemas cardíacos con la dieta en un documento de 1957 en el que ya se atrevió a desafiar las teorías dominantes sobre que los países que consumían más grasas tenían las más altas tasas de mortalidad coronaria. Pero, ¿cómo comenzó a sospechar del azúcar?

La lectura de un estudio en el que se analizaban las muertes cardíacas de pacientes que hicieron una transición de una dieta basada en grasas cárnicas a otra rica en azúcar fue una de las razones que le hizo sospechar y poner el foco en los alimentos altos en glucosa. En 1964 realizó un estudio que evaluó el consumo de azúcar de 25 hombres sin cardiopatías conocidas y al encontrar una diferencia significativa, Yudkin propuso en el periódico 'The Lancet' que “las personas que tomaban mucho azúcar, por ejemplo en su café” eran “mucho más propensas a sufrir un infarto que las personas que tomaban poco”.

La publicación formó un gran revuelo entre la comunidad científica y mediática. Varias cartas al editor del medio alertaron sobre la ausencia de factores de riesgo, como el tabaquismo o el peso corporal. Pero la hipótesis formulada por Yudkin atrajo una atención especial de la prensa y los editoriales.

La batalla por el azúcar y la grasa

A pesar de no ser respaldado por la gran mayoría de sus colegas científicos, Yudkin continuó recopilando pruebas que relacionaran directamente los niveles de azúcar con las afecciones cardíacas. Con el objetivo de amplificar sus ideas, poderosas entidades comerciales se alinearon con su proyecto, y en 1966 el médico afirmó estar recibiendo 25.000 libras al año de “los grandes fabricantes de alimentos”. 

Entre las acciones que llevó a cabo, una fue legitimar científicamente la promoción de un desayuno con alto contenido proteínico, organizado en 1966 por la British Egg Marketing Board. Para el Día Internacional de la Leche, se unió al National Dairy Council con el objetivo de publicitar sus investigaciones que demostraban “la importancia de tomar leche antes de las bebidas alcohólicas”, un lema que más tarde desarrollaría la industria láctea para reducir los accidentes de tráfico. 

Las críticas no tardarían en llegar. “Considero a Yudkin una amenaza y un impedimento para una buena política sobre nutrición”, escribió Hegsted, uno de los principales científicos de Stare pagados por Harvard. La industria azucarera convocó un panel de consultores de enfermedades del corazón y el Instituto Nacional de Salud (NIH) animó a no seguir la doctrina de Yudkin ya que “aunque los científicos británicos son críticos con su teoría, la prensa está interesada en él”.

Estos estudios financiados con fondos públicos, junto con otras críticas contundentes, marcaron el comienzo del final de las ideas de Yudkin. En 1971, decidió retirarse y comenzó a escribir un libro en el que resumía su trabajo de investigación. Sus detractores, apoyados todavía en la teoría de la grasa, también salieron decepcionados porque el NIH se negó a financiar el ensayo definitivo para demostrar sus hipótesis. 

La nutrición se convirtió en un tema de acalorada discusión pública durante la década de 1970. Un informe titulado 'Dietary Goals for the United States' publicado en 1977 concluyó que la alimentación sana de los ciudadanos pasaba por el bajo consumo de sustancias grasas, mencionando la teoría de Yudkin solo de pasada. Redactado por el comité del Senado de los Estados Unidos, pero editado en su mayoría por Hagsted, el discípulo de Stare, recomendaron una reducción del 40% en el consumo de azúcar solamente para la prevención de las caries y de la diabetes.

Como hemos visto, en los años 60 la relación entre grasa en la dieta y los problemas cardíacos prevaleció sobre la teoría del azúcar, desarrollada por un pequeño número de investigadores como Yudkin. Sus afirmaciones fueron vistas como débiles y antagónicas, especialmente por la coalición de científicos vinculados a los proyectos gubernamentales del Instituto Nacional y la Asociación Estadounidense del Corazón.

sábado, 9 de diciembre de 2017

"Monsanto papers": La complicidad de las autoridades europeas con la industria alarga la vida de los pesticidas



"Monsanto papers": La complicidad de las autoridades europeas con la industria alarga la vida de los pesticidas

Los Estados miembro prolongan el uso del glifosato hasta 2022, a pesar de su catalogación como ‘posible cancerígeno’. Mientras, los ‘Monsanto Papers’ desvelan cómo la compañía manipuló informes científicos, hizo lobby sobre organismos reguladores y sobornó a la prensa para proclamar las bondades de su producto.

Fuente: Público
nacho valverde @javat91

Pasado un año y medio desde que los responsables europeos se sentaran a debatir el futuro del herbicida más polémico del mercado, los Estados miembros de la UE decidían el pasado miércoles renovar la licencia del glifosato por un período de cinco años. Han sido necesarios hasta siete intentos para obtener la mayoría cualificada para su renovación, con 18 estados a favor, 9 en contra y 1 abstención.

En un principio el periodo de renovación establecido comprendía los 15 años, pero la división entre los distintos países y la presión ciudadana y científica han obligado a rebajar su uso futuro hasta 2022. Si bien es cierto que tanto ecologistas como los países que se oponían al herbicida de Monsanto abogaban por su eliminación total del mercado.

A pesar de que las autoridades europeas hayan decidido una vez más abrazar la pastilla azul, obviando las abrumadoras evidencias científicas que muestran al glifosato como un posible cancerígeno, esta nueva victoria de la industria agroquímica puede acabar siendo el principio del fin.

El rechazo de países con el peso de Francia -que ya ha decidido prohibir el herbicida en todo su territorio-, la presión y preocupación de un 72% de la población europea por los residuos de los pesticidas en los alimentos –según el último Eurobarómetro- y la división dentro de las filas de conservadores, socialistas y liberales en la Eurocámara, hacen de la reciente decisión una huida hacia adelante para tratar de salvar un modelo de agricultura intensiva que tiene a los plaguicidas como su principal aliado.

La caída en desgracia del glifosato tiene sus orígenes en el año 2015, cuando el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) -organismo de la OMS especializado en investigaciones oncológicas- incluyó al herbicida como “probablemente cancerígeno” en animales y humanos. Esta inclusión contradecía las apreciaciones de Agencia Europea de Seguridad Alimentaria, quien afirmaba que era improbable que pudiera causar tumores en humanos. 

Este mismo año la compañía estadounidense era declarada culpable, en una sentencia sin precedentes, del delito de ‘ecocidio’ por el daño causado al medio ambiente en el Tribunal Internacional de La Haya.

Uno de los hechos más impactantes que ha puesto al descubierto las tretas de Monsanto para mejorar la imagen de su producto estrella ha pasado completamente desapercibido para los medios españoles.

A raíz de una demanda colectiva presentada en Estados Unidos por más de mil personas afectadas de cáncer, presuntamente provocado por el glifosato, el juez que llevaba el caso decidió desclasificar los documentos aportados por los demandantes.

Esta documentación, dada a conocer por el diario francés Le Monde bajo el nombre de ‘Monsanto Papers’, demuestra cómo la compañía norteamericana manipuló informes científicos, hizo lobby sobre organismos reguladores y sobornó a la prensa para proclamar las bondades de su producto.

Entre los documentos se muestra cómo la empresa agroquímica fabricó, previamente a la decisión del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer, una falsa campaña de indignación destinada a desprestigiar a los científicos de este organismo para cuestionar la inclusión del glifosato como “probable cancerígeno”. Todo ello con la connivencia de la prensa como correa de transmisión de la propaganda de Monsanto.

Esta práctica de la compañía ha sido reiteradamente denunciada por asociaciones ecologistas, como explica Kistiñe García -responsable de comunicación de la campaña ‘Libres de contaminantes hormonales’ de Ecologistas en Acción-: “El cuestionamiento de los estudios independientes sobre los efectos que producen los pesticidas ha sido una estrategia recurrente de la industria, desde la época en que aparecieron los primeros estudios que relacionaban el tabaco con el cáncer de pulmón. Generan nuevos estudios, con científicos vinculados a la industria y a Monsanto, que vayan en sentido contrario para tratar de aludir que no hay consenso científico y el público general se queda con esa idea”. 

“Lo más preocupante es que no solo cuentan con científicos a su disposición, sino que las agencias europeas encargadas de prohibir los pesticidas también están implicadas”, apunta Kistiñe García. “Hay un conflicto de interés clarísimo con Monsanto, cuyas investigaciones científicas se han copiado y se han vuelto a poner en informes europeos”, relata el eurodiputado de EQUO Florent Marcellesi.

En esa línea apuntan los ‘Monsanto Papers’, quienes han evidenciado que las conclusiones de los informes de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria -responsable de evaluar los riesgos de los alimentos que llegan al mercado- serían un copipega del estudio realizado por Monsanto.

Antes de conocer esta evidencia, el grupo de Los Verdes/ALE en el Parlamento Europeo interponía este mismo verano un recurso ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea por la no divulgación -por parte de la EFSA- de las conclusiones que afirmaban que el glifosato no es carcinógeno para los seres humanos. 

La complicidad de las autoridades europeas, más allá de Monsanto

Según el Observatorio Europeo de Corporaciones, cerca del 60% de los expertos de la EFSA tenían en 2013 vínculos con empresas biotecnológicas, alimentarias o de pesticidas. Ese mismo año tenían que comenzar los trabajos de la Comisión Europea para definir los disruptores endocrinos, es decir, productos como plaguicidas que pueden alterar y afectar al sistema hormonal de los seres vivos.

Esta clasificación resultaba esencial para prohibir los productos que llegan al mercado, subraya Kistiñe García de Ecologistas en Acción: “El Reglamento de la Comisión Europea sobre plaguicidas prohíbe expresamente aquellos que tengan propiedades de alteración endocrina y que puedan causar efectos nocivos en los seres humanos. Por eso es tan importante qué definimos como disruptor porque, en el momento que sea considerado como tal, tiene que salir del mercado”.

En varios de los correos desvelados por la periodista francesa Stéphane Horel y el Observatorio Europeo de Corporaciones se desvela cómo Bayer -y otras asociaciones de la industria agroquímica- presionaban a miembros de la Comisión Europea para pedir una evaluación de impacto de los pesticidas sobre la salud, de cara a demorar la definición de los disruptores endocrinos. Presiones que surtieron efecto, como relata Florent Marcellesi del grupo de Los Verdes: “La Comisión Europea propuso una definición de disruptores endocrinos con dos años de retraso y en el Parlamento Europeo pusimos un veto porque era una tomadura de pelo”.

La definición definitiva en esta materia eliminaría de la lista de disruptores endocrinos o contaminantes hormonales aquellas sustancias que pueden afectar a las hormonas a largo plazo, detalla Nicolás Olea –oncólogo en el Hospital Universitario de Granada-: “La cuestión clave de la definición es que entienden por efecto adverso solo las grandes enfermedades como el cáncer. Se están dejando fuera los efectos que no son de forma inmediata”.

Aunque las autoridades españolas y europeas fijan un límite considerado seguro para los pesticidas contaminantes hormonales en los alimentos, con los disruptores endocrinos el concepto de límite no tiene mucho sentido, apunta Kistiñe García de Ecologistas en Acción: “Los disruptores actúan en dosis muy bajas y una de las características más potentes es que tiene mucha importancia el efecto cóctel. No nos comemos un disruptor, sino que -por ejemplo- en una pera nos estamos comiendo 16”.

Las investigaciones de Nicolás Olea, considerado como uno de los mayores expertos en España en descubrir cómo afectan los tóxicos a largo plazo sobre nuestro cuerpo, apuntan en esa dirección.

Al estudiar conjuntamente el efecto combinado de varios contaminantes hormonales, Olea ha detectado que la exposición a estas sustancias está correlacionada con un mayor riesgo de cáncer de mama; y que la exposición a estos químicos del feto puede determinar la capacidad seminal del futuro varón: “Deberíamos preguntarnos por qué las enfermedades de mayor incidencia el año pasado fueron el cáncer de próstata y de mama y por qué estamos asistiendo ante tal desastre de calidad seminal en los varones. En lugar de preguntarnos cuáles son las causas, se está resolviendo el problema acudiendo a nuevas técnicas para detectar tumores o aumentando el número de clínicas de reproducción asistida. Yo lo que quiero es prevenir y que no haya tumores porque entonces no habría que detectar nada”.

A pesar de dicho aumento, denuncia la campaña ‘Libres de contaminantes hormonales’, la incidencia de los contaminantes hormonales en ambas enfermedades no aparece en el último informe de la Sociedad Española de Oncología Médica; concluyendo que el aumento del cáncer se debe al “crecimiento de la población, la mejora de las técnicas de detección precoz y el aumento de la esperanza de vida”.

Otra de las enfermedades que se creía genética y que numerosos estudios están apuntando en sentido contrario es el autismo. “Hay algo muy claro, si el autismo fuera algo genético no habría habido un incremento tan brutal entre la población. En 1985 existía en uno de cada 10.000 habitantes, mientras que en el 2014 se daba en uno de cada 62 -según el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos-. Debemos preguntarnos qué hay en nuestro medio ambiente para que se esté reproduciendo a esta velocidad”, cuestiona Pilar Muñoz –presidenta de la Fundación Alborada-. 

En los alimentos españoles existen 33 contaminantes hormonales

Uno de los países miembro que ha destacado por su defensa a ultranza del glifosato ha sido España. Esencial para la escalada exportadora que el Partido Popular ha llevado a cabo, nuestro país es el Estado miembro que mayor volumen de pesticidas consume de toda la UE, 77.216 toneladas en 2015 –según Eurostat-.

Si bien la definición acordada por la Comisión Europea de contaminantes hormonales dista mucho de la realidad, Ecologistas en Acción ha tratado de evaluar con mayor precisión la presencia de disruptores en la comida española. Basándose en lista ofrecida por la organización Pesticide Action Network Europe (PAN), los expertos de la organización ecologista detectaron un total de 33 contaminantes presentes en nuestros alimentos sobre un total de 53 sustancias que pueden alterar nuestras hormonas. 

Entre los alimentos más contaminados se encuentra a la cabeza las peras –con 16 disruptores endocrinos-, manzanas, melocotones, naranjas, espinacas, pepinos o tomates. Productos de origen animal como la miel o cereales como el arroz también poseen contaminantes hormonales. Hasta el momento, la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) sigue sin incluir en su programa de control de residuos de plaguicidas al glifosato.

Más información en: 





martes, 21 de febrero de 2017

Miguel Ángel Martínez-González, el sabio de la dieta mediterránea





 Fuente: http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/nutricion-dieta-mediterranea/
 Autora: Cristina Galindo

 "El pan blanco es uno de los principales problemas que tenemos en España. Cuando ya se tiene sobrepeso, es una bomba"

Es uno de los cerebros del mayor proyecto científico sobre dieta mediterránea, sus efectos en la salud y en la obesidad, la gran pandemia del siglo XXI. Este catedrático de la Universidad de Navarra, profesor visitante en Harvard, explica cómo lograr una sociedad más sana y alerta sobre las tácticas agresivas de algunas empresas alimentarias.


SE TARDA MENOS de dos minutos en darse cuenta de que el doctor Miguel Ángel Martínez-González predica con el ejemplo. Sube a pie las escaleras de la facultad hasta el segundo piso en el que imparte una clase de bioestadística a futuros médicos, toma el café sin azúcar y, en un menú de restaurante que ofrece como alternativa lentejas, pasta y carne, elige sin dudar las legumbres. Lleva más de dos décadas buscando evidencia científica que apoye las bondades atribuidas por la tradición a la dieta mediterránea.

Este catedrático de Salud Pública de la Universidad de Navarra, y desde junio también catedrático visitante de Harvard, es uno de los cerebros del ensayo Predimed, el más amplio realizado hasta ahora sobre los efectos de la dieta originaria del sur de Europa: el seguimiento de una cohorte integrada por 7.500 participantes reclutados en toda España durante una década ha demostrado que esta reduce en un 66% los problemas circulatorios, en un 30% los infartos e ictus y en un 68% el riesgo de cáncer de mama.

En el pasillo que hay junto a su despacho del campus en Pamplona, donde se desarrolla la entrevista, cuelgan de un corcho los trabajos que su departamento ha publicado recientemente en revistas científicas. “Es el muro de la autoestima”, bromea. El doctor malagueño, de 59 años, colabora en diversas investigaciones desde los noventa con la Escuela de Salud Pública de Harvard, referencia mundial en nutrición. De allí tomó la inspiración, y los conocimientos, para contribuir a crear no solo el proyecto Predimed –sus hallazgos ya se incluyen en las guías nutricionales oficiales de Estados Unidos–, sino también el SUN, un programa en el que más de 22.000 personas, el 50% de ellas profesionales sanitarios, han puesto a disposición de los investigadores –de forma continuada desde 1999– datos sobre su salud y estilo de vida que han servido para decenas de trabajos de investigación. También ha comenzado recientemente otro proyecto, Predimed Plus, que persigue demostrar a través del seguimiento de casi 7.000 pacientes obesos durante cuatro años que con la dieta mediterránea mejorarán su dieta, incrementarán su actividad física y perderán peso.

Ya es un hecho científico: la dieta mediterránea es saludable. Entonces, ¿por qué hay tanto sobrepeso en España?

Mucha gente dice que conoce y sigue la dieta mediterránea. Pero la realidad es que las generaciones jóvenes han incorporado la norteamericana. Se come demasiada carne roja y procesada. No quiero decir que tengamos que hacernos vegetarianos. Pero la evidencia científica indica que, a medida que se aumenta el porcentaje de proteínas vegetales sobre las animales, se reduce brutalmente la mortalidad cardiovascular y por cáncer. La dieta mediterránea, sobre todo el consumo de aceite de oliva virgen extra, frutos secos, frutas, verduras y legumbres, es la mejor opción. Después, mejor comer pescado que carne y, esta, preferentemente de ave o conejo. También conviene reducir el consumo de azúcar y sal, y llevar una vida menos sedentaria. Usar más las escaleras y menos el ascensor.

¿Por qué a la gente le cuesta tanto adelgazar?

 Primero, porque hay que tener mucha fuerza de voluntad para perder kilos y no volverlos a recuperar. Pero es que, además, cierta industria alimentaria ejerce gran presión para poner muchos alimentos a nuestra disposición a todas horas, a un coste muy barato y en grandes cantidades. ¿Qué es lo que está más al alcance en las estanterías de los supermercados? Alimentos ultraprocesados, con gran densidad energética porque les han metido mucha grasa, azúcar y sal, a veces en contra de la naturaleza del producto, como pasa con el kétchup. ¿Qué tendrá que ver la salsa de tomate con él? Y se vende y consume en cantidades industriales. Además, las raciones grandes y baratas hinchan a la gente. Vivimos en una cultura de sobrealimentación. Deberían hacerse más fáciles las opciones más sanas.

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Vanessa Montero

Por mucho que la industria quiera tentarla, la gente sabe que todo eso muy sano no puede ser. Nadie les obliga a comerlo. 

La mayor parte de las elecciones que hacemos no son muy racionales. El economista Richard H. Thaler, un referente en la teoría de las finanzas conductuales, y Cass R. Sunstein, otro experto en economía conductual, lo explican muy bien en uno de mis libros favoritos, Un pequeño empujón (Taurus). La gente suele optar por la decisión más fácil, y hay cierta industria que le da ese pequeño empujoncito. Por eso creo que hay que poner fácil lo saludable, dar pistas de qué se debe elegir para comer bien. Son estrategias de salud pública para construir una sociedad más sana. De tal manera que, por defecto, te ofrezcan pan integral. El refresco, sin azúcar. Thaler y Sunstein lo llaman paternalismo libertario. La gente debe ser libre para elegir, pero creo que hay que informar y proteger contra elecciones que no se piensan mucho y que son dañinas. Sin forzar. Esto es lo que enseño en medicina preventiva.

El Gobierno acaba de anunciar la creación de una tasa que penaliza el consumo de bebidas carbonatadas. ¿Qué le parece? 

Soy partidario de que se subvencionen el aceite de oliva virgen extra, las frutas y las verduras a base de gravar el consumo de carne roja y procesada, comida basura y bebidas azucaradas. Así se lanza un mensaje claro de qué es sano y qué no.

Hablaba antes del pan. ¿Es dieta mediterránea? 

Hemos debatido mucho en torno a este tema. La conclusión a la que hemos llegado es que el pan blanco es uno de los problemas más graves que tenemos en España. La gran mayoría lo consume y, además, se hincha. Conviene saber que es fundamentalmente un almidón, y nuestro cuerpo es supereficiente transformando el almidón en azúcar. Es como tomar glucosa. Basta con poner un poco de miga en la boca, enseguida sabe dulce. ¿Y por qué se molesta la industria en quitar el grano entero? Porque las harinas refinadas aguantan mejor. Son muy útiles comercialmente, pero les quitan la parte más nutritiva y que permite que se absorban los azúcares más lentamente. Le estamos dando a la gente, con el pan blanco, un combustible de rápida absorción. Y eso, especialmente cuando ya se tiene sobrepeso, cierta resistencia a la insulina, es una bomba. Habría que consumir menos y, preferiblemente, integral.

Proliferan ahora los libros sobre las diversas teorías de qué alimentos engordan más o menos. Que si las grasas no son tan malas como se pensaba y el azúcar es la razón de la epidemia de obesidad y diabetes… ¿Qué es peor, el azúcar o las grasas?

El azúcar es un gran problema. Se añade en grandes cantidades a los refrescos, zumos y productos envasados. Los niños se acostumbran a esos sabores extradulces y, claro, luego no quieren comerse una pera. Pero, por otra parte, está demostrado que la grasa saturada tiene un efecto negativo sobre la enfermedad cardiovascular. Tanto las grasas como el azúcar pueden ser problemáticos.
La industria dice que no hay que demonizar alimentos, que hay que comer de todo. 

No se ha demostrado científicamente que comer una amplia variedad de alimentos sea mejor que restringir algunos. Pero, al productor de carne de vacuno, ¿qué le va a interesar decir? Pues que no hay que demonizar ningún alimento. La industria tiene muchos más recursos que las autoridades de salud pública para lanzar estos mensajes. Ha pasado antes. Algunas empresas de alimentación han usado tácticas similares a las que usó la industria tabacalera. Como pagar a científicos para que dijeran que el tabaco no perjudicaba la salud tanto como se creía. Se llegó a decir que los cánceres de pulmón incipientes producían el deseo de fumar para calmar el dolor. También se ha empleado dinero para desprestigiar a los epidemiólogos que trabajamos en nutrición.

¿Comparar la industria alimentaria con la del tabaco no es un poco desproporcionado? 

Hace dos años se publicó un informe en PLoS Medicine con los documentos internos de la industria del azúcar de los años cincuenta y sesenta. Allí se constata que se sabía perfectamente que era la causa de la caries dental. En aquellos documentos internos se detalla cómo pagaron a científicos para que sembraran la duda sobre todo lo que pudiera perjudicarlos. Los expertos en marketing que aconsejaban a las empresas azucareras fueron contratados después por las del tabaco, que imitaron estas estrategias. Por otra parte, sí es destacable que en los últimos años ha habido movimientos responsables dentro de la propia industria alimentaria para retirar las grasas trans [las más dañinas] de sus productos, usar edulcorantes que no sean calóricos y reducir el contenido de sal.

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Vanessa Montero

¿Usted ha aceptado dinero de la industria?

En dos ocasiones. La primera, en un momento en que nos negaron todos los fondos y la cohorte SUN dedicada al estudio de hábitos alimentarios corrió peligro de desa­parecer. Aceptamos una oferta de Danone para ver los efectos metabólicos del yogur sobre la obesidad. Fueron unos 40.000 euros en 2013. Concluimos que el consumo de yogur reducía el riesgo de obesidad, pero también dijimos que el consumo de fruta lo reducía aún más. Después de publicar el estudio acabamos nuestra colaboración con ellos y les pedí que no me llamaran más.

¿Si publicó lo que quiso, por qué rechazarlos?

Es una presión muy sutil. Me invitaron a que fuera a un simposio en Boston para hablar de nuestros descubrimientos con el yogur. No me gusta aparecer en un congreso de la mano de una industria concreta. Considero que es mejor para todos que los investigadores sean independientes. 

¿No ha recibido dinero de los productores de aceite de oliva? 

No. La segunda ocasión fue el Consejo Internacional de Frutos Secos quien nos pagó. Participamos en una convocatoria pública competitiva para financiar Predimed Plus porque repartíamos frutos secos entre los participantes. Obtuvimos un proyecto de 50.000 euros para dos años, menos del 3% del dinero que recibimos durante esa época. Ahora, la totalidad de nuestra financiación es pública: fondos estado­unidenses, españoles y europeos.

Hay investigadores que aceptan dinero de la industria. 

Es un tema delicado. En 2013, nuestro trabajo publicado en PLoS Medicine concluía que era cinco veces más probable que los estudios realizados con financiación de cierta industria concluyeran a favor de esas empresas. También es interesante contrastar cualquier estudio que haya recibido dinero de compañías de alimentación con otros independientes y compararlos. No se puede fiar uno solo de investigaciones financiadas por los interesados. No se puede ser juez y parte. Otra posibilidad sería que la industria aportara ese capital a un fondo anónimo y que no tuviera capacidad para decidir qué proyectos se van a financiar. Por otro lado, las agencias públicas tendrían que incrementar sus inversiones en epidemiología nutricional. La alimentación interesa a toda la población.

La obesidad es ya una epidemia de alcance global. 

Es la gran pandemia del siglo XXI, y va a provocar el hecho insólito de que en las sociedades desarrolladas retrocedamos en expectativa de vida. En Estados Unidos acabamos de saber que ya ha pasado. Un macroestudio reciente realizado en Israel muestra que incluso la gente cuyo peso está dentro de la normalidad, pero en la parte alta, rozando el sobrepeso, sin ser aún obesos, tiene un mayor riesgo de mortalidad cardiovascular. La OMS asocia la obesidad con 15 tipos de cánceres. Eso tiene un impacto en la calidad de vida. Por eso estamos haciendo el ensayo Predimed Plus, para ver si con dieta mediterránea no solo se está más sano, sino también más delgado.

Solo en presencia de una dieta insana, la genética se relaciona con la obesidad. Por supuesto, el papel de los padres es clave

¿La obesidad es genética?

Es hereditaria, porque las costumbres se pueden pasar de padres a hijos, pero el componente genético no puede explicar la pandemia actual. En Harvard hicieron un estudio muy interesante en 2012: tomaron 32 genes relacionados con la obesidad y vieron qué pasaba cuando se tomaban bebidas azucaradas. Si no se consumían refrescos azucarados, la genética no predecía nada. Es muy llamativo. Solo en presencia de una dieta insana, la genética se relaciona con la obesidad. Por supuesto, el papel de los padres es clave, y el de la escuela, los profesionales sanitarios, los medios y la cultura del entretenimiento.

¿Hasta dónde puede llegar la medicina preventiva? 

Empecé a formarme como cardiólogo, pero enseguida me di cuenta de que me gustaba actuar antes, la epidemiología, los grandes números. En los noventa, la medicina preventiva era insignificante en España. Ha ido ganando prestigio gracias a la medicina basada en la evidencia científica. Antes el médico se fiaba de su inspiración, de su ojo clínico, de su experiencia. Ahora hay investigaciones que afirman que tras estudiar a 10.000 pacientes, esto es lo que suele pasar. Ha cambiado el lenguaje de la medicina.

Se solía decir que un buen médico era alguien mayor, con experiencia. 

Era una visión subjetiva. Ahora tiene una base más objetivada, cuantificada, rigurosa, científica, pero nunca debe faltar el afecto humano al paciente y la atención personalizada.

¿No podemos acabar obsesionándonos con la prevención? 

La gente confunde la medicina preventiva con los tratamientos precoces o los chequeos. Pero lo principal es el estilo de vida y la dieta. La vida es simple, al menos en teoría: no fumar, estar delgado, tener actividad física, comer sano y controlar la presión arterial, el colesterol y la glucosa. Si se tienen bajo control estas cosas, se reduce en un 76% la mortalidad cardiovascular.

Hoy en día, con un simple análisis de sangre o saliva se puede pronosticar un cáncer en una persona totalmente sana. 

Esa medicina preventiva tiene aplicaciones que son habas contadas. Es muy poca gente la que puede beneficiarse ahora mismo. No hay recursos. En cambio, comer más lentejas y menos carne está al alcance de toda la población desde ya mismo.

Hay un empeño en hacer que la gente viva muchos más años. 

La calidad de vida es fundamental. Y mucha se pierde por las enfermedades neurodegenerativas. Estamos investigando el efecto de la dieta mediterránea en demencias como el alzhéimer y el párkinson y hemos empezado a ver que también es beneficioso. Calculo que en un año se publicarán los resultados. Creo que va a ser un bombazo.