Habíamos publicado
un artículo sobre dos tradiciones que guardaban relación con el
desapego de las cosas para lograr el equilibrio social y económico necesario
para el bienestar de la comunidad: el Jubileo judío y la ceremonia del Potlatch
ejecutada por tribus nómadas americanas.
La editorial de Le
Monde diplomatique de este mes trata este tema: la tendencia a desprenderse de
cosas materiales, a menudo superfluas, como fuente de felicidad. El artículo lleva
por nombre "La era detox" y, alude precisamente a la necesidad de
desintoxificar las relaciones económicas regidas por el mercado mediante la valoración, como fuente de felicidad, de apartarse de la
rueda consumista que gira cada vez más rápido y que depreda nuestro planeta y
nuestra conciencia individual y colectiva.
La detoxicación o el desconsumo se extiende en la era digital al movimiento de los “exconectados” o “desconectados” personas que, hartas de la dependencia de tecnología y aplicaciones alienantes y adictivas, deciden separarse, desconectarse y vivir "offline".
Magnífico artículo, a
tener en cuenta.
La era detox
Ignacio Ramonet
Fuente: Le Monde diplomatique
Detox: desintoxicándonos del consumo
El fenómeno se está extendiendo. En nuestras sociedades
desarrolladas, un número cada vez mayor de ciudadanos se plantea modificar sus
modos de consumo. No sólo de los hábitos alimentarios, individualizados ya
hasta tal punto que resulta prácticamente imposible reunir a ocho personas en
torno a una mesa para comer un mismo menú. Sino del consumo en general: la
vestimenta, la decoración, el aseo, los electrodomésticos, los fetiches
culturales (libros, devedés, cedés), etc. Todas aquellas cosas que hasta hace
poco se acumulaban en nuestros hogares como señales más o menos mediocres de
éxito social y de opulencia (y hasta cierta medida, de identidad), ahora
sentimos que nos asfixian. La nueva tendencia es a la reducción, al
desprendimiento, al despojo, a la supresión, a la eliminación... En suma, a la
desintoxicación. Al detox, pues. Como si comenzara el ocaso de la sociedad de
consumo –establecida en torno a los años 1960 y 1970– y entráramos en lo que se
empieza a llamar la “sociedad del desconsumo”.
Se podría objetar que las necesidades vitales de consumo
siguen siendo inmensas en muchos países en vías de desarrollo o en las áreas de
pobreza del mundo desarrollado. Pero esa realidad indiscutible no debe
impedirnos ver este movimiento de “desconsumo” que se expande con un ímpetu
cada vez más intenso. Por otra parte, un estudio reciente (1), realizado en el
Reino Unido, indica que desde el principio de la revolución industrial, las
familias iban acumulando bienes materiales en sus hogares a medida que sus
recursos aumentaban. El número de objetos poseídos traducía su nivel de vida y
su estatus social. Así fue hasta 2011. Ese año se alcanzó lo que podríamos
llamar el “pico de los objetos” (peak stuff). Desde entonces, el número de
objetos poseídos no deja de reducirse. Y esa curva, en forma de “campana de
Gauss” (con aumento exponencial mientras sube el nivel de vida y que luego,
después de un periodo de estabilización, desciende en las mismas proporciones),
sería una ley general. Hoy se estaría verificando en los países desarrollados
(y en muchas zonas opulentas de Estados del Sur), pero mañana también
reflejaría la inevitable evolución en los países en desarrollo (China, la
India, Brasil).
Casos de anticonsumismo
La toma de conciencia ecológica, la preocupación general por
el medio ambiente, el temor al cambio climático y, en particular, la crisis
económica del 2008 que con tanta violencia golpeó a los Estados ricos, han
influenciado sin duda esta nueva austeridad zen. Desde entonces se han
divulgado por las redes sociales muchos casos espectaculares de detox
anticonsumista. Por ejemplo, el de Joshua Becker, un estadounidense que decidió
hace nueve años, con su esposa, reducir drásticamente el número de bienes
materiales que poseían para vivir mejor y lograr la calma mental. En sus libros
(Living with Less, The more of Less) y en su blog “Becoming minimalist”
(www.becomingminimalist.com/), Becker cuenta: “Limpiamos el desorden de nuestra
casa y de nuestra vida. Fue un viaje en el que descubrimos que la abundancia
consiste en tener menos”. Y afirma que “las mejores cosas de la vida no son
cosas”.
Aunque no resulta fácil desintoxicarse del consumo y
convertirse al minimalismo: “Comience poco a poco –aconseja Joshua Fields
Millburn, que escribe en el blog TheMinimalists.com–, intente desprenderse de
una sola cosa durante 30 días, comenzando por los objetos más sencillos de
suprimir. Deshágase de las cosas obvias. Empezando por las que claramente no
necesita: las tazas que nunca usa, ese regalo horrendo que recibió, etc.”.
Otro caso célebre de despojo voluntario es el de Rob
Greenfield (2), un norteamericano de 30 años, protagonista de la serie
documental “Viajero sin dinero” (Discovery Channel) quien, bajo el lema “menos
es más”, se deshizo de todas sus pertenencias, incluso de su casa. Y anda por
el mundo con sólo 111 posesiones (incluyendo el cepillo de dientes)... O el de
la diseñadora canadiense Sarah Lazarovic, que pasó un año sin comprarse ropa y
cada vez que tenía ganas de hacerlo, dibujaba la prenda en cuestión. Resultado:
un bonito libro de bocetos titulado Un montón de cosas lindas que no me compré
(3). También está el ejemplo de Courtney Carver, que propone en su página web
Project 333 (https://bemorewithless.com/project-333/), un desafío de bajo
presupuesto invitando a sus lectores a vestirse con sólo 33 prendas durante
tres meses.
En la misma línea está el caso de la bloguera y youtuber
francesa Laetitia Birbes, 33 años, que se hizo célebre por su desafío de nunca
más volver a comprarse ropa: “Yo era una consumidora compulsiva. Víctima de las
promociones, de las tendencias y de la tiranía de la moda –dice–. Había días en
que llegaba a gastarme quinientos euros en prendas... En cuanto tenía problemas
con mi pareja o con los exámenes, compraba ropa. Llegué a integrar
perfectamente el discurso de los publicitarios: confundía sentimientos y
productos...” (4). Hasta que un día decidió vaciar sus armarios y regalarlo
todo. Se sintió libre y ligera; liberada de una carga mental insospechada:
“Ahora vivo con dos vestidos, tres bragas y un par de calcetines”. Y da
conferencias por toda Francia para enseñar la disciplina del “cero basura” y
del consumo minimalista.
Consumismo = acumulación: no importa lo que se compre
El consumismo es consumir consumo. Es una conducta impulsiva
donde ya no importa lo que se compra, importa comprar. En realidad, vivimos en
la sociedad del desperdicio, desperdiciamos abundantemente. Frente a esa
aberración, el minimalismo de consumo es un movimiento mundial que propone
comprar sólo lo necesario. El ejercicio es simple: hay que mirar las cosas que tenemos
en casa y determinar cuáles realmente usamos. El resto es acumulación, veneno.
Dos periodistas argentinas, Evangelina Himitian y Soledad
Vallejos, pasaron de la teoría a la práctica. Después de haber vivido como
millones de consumidores acumulando sin ningún criterio, decidieron cuestionar
su propia conducta. Estaba claro que compraban por otros motivos, no por
necesidad. Y se impusieron estar un año sin consumir nada que no fuese
absolutamente indispensable y contar con gran talento su experiencia (5).
No sólo se trataba de no consumir sino de desintoxicarse, de
liberarse del consumo acumulado. Las dos periodistas empezaron imponiéndose una
disciplina detox: cada una tenía que sacar diez objetos al día de su casa
durante cuatro meses: 1.200 en total. Tuvieron que descartar, donar,
desprenderse, despojarse... Como una suerte de purga, para pasar a ser
desconsumistas: “En los últimos cinco años –cuentan Evangelina y Soledad– se
encendió en el mundo una luz de conciencia colectiva sobre la manera de consumir.
Que es una manera de controlar los abusos del mercado. Porque es también una
estrategia para dejar al descubierto los puntos ciegos del sistema económico
capitalista. Aunque suene pretencioso es exactamente eso: el capitalismo se
apoya en la necesidad de fabricar necesidades. Y para cada necesidad fabrica un
producto... Esto es especialmente cierto en los países con economías
desarrolladas donde los índices oficiales miden la calidad de vida en sintonía
con la capacidad de consumo...”.
Las nuevas tecnologías, base del consumismo actual
Este hastío cada vez más universal del consumo también
alcanza al universo digital. Está surgiendo lo que podríamos llamar un digital
detox, que consiste en abandonar las redes sociales por un tiempo y por
diferentes motivos. Se va extendiendo el movimiento de los “exconectados” o
“desconectados”, una nueva tribu urbana compuesta por personas que han decidido
darle la espalda a Internet y vivir offline, fuera de línea. No tienen
WhatsApp, no quieren oír hablar de Twitter, no usan Telegram, odian Facebook,
no sienten simpatía por Instagram y no hay casi ningún rastro de ellos por
Internet. Algunos no poseen ni siquiera una cuenta de correo electrónico y, los
que la tienen, la abren sólo muy de vez en cuando… Enric Puig Punyet (36 años)
doctor en Filosofía, profesor, escritor, es uno de los nuevos “exconectados”.
Ha escrito un libro (6) en el que recopila casos reales de personas que,
deseosas de recuperar el contacto directo con los demás y consigo mismas, han
decidido desconectarse. “La Internet participativa que, mayoritariamente, es la
modalidad en la que estamos viviendo, busca nuestra dependencia –explica Enric
Puig Punyet–. Al tratarse, casi en su totalidad, de plataformas vacías que se
nutren de nuestro contenido, interesa que estemos a todas horas conectados. Esta
dinámica la facilitan los teléfonos ‘inteligentes’, que han provocado que
estemos constantemente disponibles y nutriendo a la Red. Este estado de
hiperconexión conlleva sus problemas que estamos empezando a ver: nos resta la
capacidad de atención, de proceso en profundidad e incluso de socialización.
Gran parte del atractivo de las tecnologías digitales está diseñado por
compañías que desean nuestro consumo y nuestra continua conexión, como sucede
con tantos otros ámbitos porque es la base del consumismo. Cualquier acto de
desconexión, ya sea total o parcial, debería entenderse como una medida de
resistencia que desea compensar una situación que se encuentra descompensada”
(7).
El derecho a la desconexión digital
El derecho a la desconexión digital ya existe en Francia. En
parte como respuesta a los múltiples casos de burnout (agotamiento por exceso
de trabajo) que se han producido en los últimos años como consecuencia de la
presión laboral (8). Ahora los trabajadores franceses pueden dejar de responder
a mensajes digitales cuando termina su jornada laboral. Francia se convirtió
así en pionera de este tipo de leyes, pero todavía quedan incógnitas sobre cómo
se aplicará esa ley. La nueva norma obliga a las compañías con más de cincuenta
empleados a abrir negociaciones sobre el derecho a estar offline, es decir, no
contestar e-mails o mensajes digitales profesionales en sus horas libres. Sin
embargo, el texto no obliga a llegar a un acuerdo ni tampoco fija ningún plazo
para las negociaciones. Las empresas podrían limitarse a redactar una guía orientativa,
sin la participación de los trabajadores. Pero la necesidad del digital detox,
de estar fuera de las redes y darse un descanso de Internet, queda planteada.
La sociedad de consumo, en todos sus aspectos, ha dejado de
seducir. Intuitivamente sabemos ahora que ese modelo, asociado al capitalismo
depredador, es sinónimo de despilfarro irresponsable. Los objetos innecesarios
nos asfixian. Y asfixian al planeta. Algo que la Tierra ya no puede consentir.
Porque se agotan los recursos. Y se contaminan. Hasta los más abundantes (agua
dulce, aire, mares...). Y ante la ceguera de muchos Gobiernos, llega la hora de
la acción colectiva de los ciudadanos. En favor de
un desconsumo radical.
(1) Chris
Goodall, “‘Peak Stuff’. Did the UK reach a maximum use of material resources in
the early part of the last decade?”
http://static.squarespace.com/static/545e40d0e4b054a6f8622bc9/t/54720c6ae4b06f326a8502f9/1416760426697/Peak_Stuff_17.10.11.pdf
(2)
https://mrmondialisation.org/rob-greenfield-le-forest-gump-de-lecologie/
(3)http://www.dailymail.co.uk/femail/article-2178944/Sarah-Lazarovic-How-woman-saved-2-000-PAINTING-clothes-wants-instead-buying-them.html
(4)http://www.lemonde.fr/m-perso/article/2017/09/15/consommation-trop-c-est-trop_5186310_4497916.html
(5) Léase Evangelina Himitian y Soledad Vallejos, Deseo
consumido, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2017.
(6) Enric Puig Punyet, La gran adicción. Cómo sobrevivir sin
Internet y no aislarse del mundo, Arpa editores, Barcelona, 2017.
(7) http://www.bbc.com/mundo/noticias-39216905
(8) En 2008 y 2009 hubo 35 suicidios en una compañía como
France Telecom (ahora Orange). También los hubo en Renault. Desde el 1 de enero
de 2017, la ley permite al asalariado de una empresa de más de cincuenta
empleados no contestar e-mails fuera del horario de trabajo.